JOB.
Ahora, siguiendo con esta lectura mía, voy a comentar el libro de Job, que es figura conocida por todos, o eso creo yo, y porque me está haciendo falta algo de su legendaria paciencia.
Dicen los expertos, otra vez, que el libro de Job está compuesto, en su mayor parte, por bellísimos versos. Aquí es donde me doy cuenta de que yo nunca seré un experto. No digo que los versos no tengan un cierto encanto para según quién, pero bellísimos, lo que se dice bellísimos, yo no los veo.
“Había en el país de Hus un hombre llamado Job, hombre perfecto, íntegro, temeroso de Dios y apartado del mal.”
Poco más se puede decir de este hombre. Si era un hombre perfecto, pues era un hombre perfecto. Semejante cosa no se ha dicho, en lo que tengo leído, de ningún otro. Era además inmensamente rico, el más grande de todos los orientales. En este libro se fijan mucho en los hombres de inmensa fortuna y muy poco en los pobretones. Parece ser que sin dinero es difícil llegar a ser mentado en esta historia, porque ser un hombre perfecto o un patriarca digno acarrea muchos gastos, supongo yo.
“Y el Señor dijo a Satán: ¿Has reparado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él, hombre recto, íntegro, temeroso de Dios y apartado del mal. Satán respondió ¿Es que Job teme a Dios desinteresadamente?”
Aquí el Señor Dios y Satán hacen una especie de apuesta sobre la solidez de Job y sus creencias. Que se sepa bien a las claras que las perrerías que sufre el bueno de Job fueron idea de Satán. Así, de un día para el siguiente, se quedó Job sin bueyes, asnas, camellos, ovejas, siervos e hijos. Entonces Job se rasgó las vestiduras y se rapó la cabeza. Pero no maldijo a su Dios.
Se reúnen de nuevo el Señor Dios y Satán y engordan la apuesta. Total, hasta ahora solo se han cargado unos cuantos camellos, unas asnas, algún rebaño con sus pastores, siete hijos y tres hijas. ¿Qué es eso ante la grandeza y magnitud de la bondad infinita del universo y la justicia eterna y el destino del cosmos todo? ¿Eh, qué es eso, palurdos?
“Satán salió de la presencia del Señor e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Job, con un cascote de teja para rascarse, fue a sentarse sobre las cenizas.”
Hombre, ya puestos, la llaga podía haber sido benigna. Aquí tenemos a Job mondo y lirondo, en la miseria y llagado, y casi es de agradecer que no le hayan quitado también el cascote de teja. Su mujer, a estas alturas, ya no entiende que Job aguante sin maldecir a ya sabemos quién. El resto del relato se lo pasa Job discutiendo con tres amigos que acuden a visitarlo. A decirle que algo habrá hecho para que el Señor Dios lo castigue así. Job sigue fiel a sus creencias y defiende su inocencia. Aquí es donde nos regala el libro esos bellísimos versos que decían los estudiosos. Son muchos. Yo voy a mostrar aquí uno de los poemas que, sin llegar a bellísimo, me parece interesante.
Así le dice Job al Señor:
Falta de todo consuelo.
Por eso no cerraré mi boca,
voy a quejarme en la amargura de mi alma.
¿Soy yo el monstruo marino,
para que pongas guardia en torno a mí?
Si digo:” Mi lecho me consolará
mi cama aliviará mi sufrimiento”
entonces con sueños tú me espantas,
con visiones me aterras.
¡Ay! Preferiría mi alma el estrangulamiento,
la muerte a estos dolores.
Me estoy disolviendo, no viviré para siempre;
déjame, pues mis días son un soplo.
¿Qué es el hombre para que de él así te ocupes,
para que pongas en él tu pensamiento,
para que le visites todas las mañanas
y a cada instante le sometas a pruebas?
¿Hasta cuándo seguirás vigilándome?
¿No me dejarás ni tragar saliva?
Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti con ello,
oh guardián de los hombres?
¿Por qué me has hecho blanco tuyo?
¿Por qué te causo inquietud?
¿Por qué mi ofensa no toleras
y no ignoras mi delito?
Muy pronto yaceré en el polvo;
me buscarás, y ya no existiré.
Al final, dice el libro:
“Y el Señor restituyó a Job en su antigua condición por haber intercedido a favor de sus amigos; más aún, el Señor duplicó todos los bienes que Job tenía primero…Tuvo además catorce hijos y tres hijas”
Ya, pero aquellos primeros siete hijos y tres hijas que tenía, aquellos, no volverán, ni los siervos tampoco. Ocurrencias divinas.
SALMOS.
Son muchos. Si alguien decide leerlos todos, hágase en más de una sesión. Si alguien decide leerlos todos de una vez absténgase, en las siguientes veinticuatro horas, de conducir o manejar maquinaria pesada.
PROVERBIOS.
Son unos cuantos también, pero mucho más interesantes a mi entender. Tampoco son para leer de una vez, pero de vez en cuando echarles un vistazo, una vez en la vida, y aprender algo, como ya dije más atrás, no estaría mal para estos tiempos que vivimos.
QOHÉLET. (Eclesiastés)
Toda riqueza, toda sabiduría, todo trabajo y afán del hombre sobre la tierra no es otra cosa que vanidad y esfuerzo inútil. Convendría leerlo a todos aquellos que se afanan en este mundo de oropel y pavoneo. Interesante relato este.
CANTAR DE LOS CANTERES.
Pues eso.
SABIDURÍA.
Y yo qué sé, hijos.
SIRÁCIDA.
Más sabiduría. Se puede leer.
Si alguno de los locos que ha ido a dar con sus ojos en este delirio que ando componiendo, quiere por gusto, o penitencia, leerlos todos, tiene mi bendición. Puede encontrar aquí, en estos libros y poemas, todos los mensajes, enigmas, profecías y consejos que se pueda imaginar. Seguramente no resultarán apasionantes para una mayoría, sin embargo, leerlos, siempre causará un daño infinitamente menor que ver la tele.
LIBROS PROFÉTICOS.
Patriarcas, jueces, reyes, sacerdotes. Ahora tocan los profetas. Son muchos y repetitivos, como es habitual en este libro. También el Señor Dios está con ellos. Él los elige e ilumina. Todos sabemos, o sospechamos, lo que aquí se nos va a contar, no una vez más, no, cientos. Como sea que esto no es un estudio histórico, ni un análisis exhaustivo letra por letra, sino una chanza satírica, voy a exponer a continuación una relación de palabras, sin elaboración literaria ni nexo alguno, de la que cualquiera de los locos que aquí pasamos el tiempo puede deducir bien a las claras lo que se cuece en los libros proféticos.
Amenazas. Castigos. El día del Señor. Juicio de Dios y castigo de Judá. Escándalo de Israel. Destierro. Restauración. Destrucción. Pecado. Ceguera del pueblo elegido. Juicio. Castigo. Israel desobedece. Jeremías. Caída de Babilonia. Santificar el sábado. Más pecados de Israel. Castigo inminente. Visión desoladora. Quejas del Señor. Infidelidad del pueblo para con su Dios. Promesa. La espada del Señor. Plegarias. Sacrificios. Castigo. Babilonia que vuelve a caer. Lamentaciones. Miserias interminables. Corrupción de Israel. Castigo. Perversión. Ruina. Devastar. Extirpar. Quemar. Abrasar. Fulminar. Degollar. Aniquilar. Asolar. Exterminar.
Claro como el agua.
Y así, amados míos, se da fin en el libro al antiguo testamento.
Lejos quedan aquellos primeros seis días de frenética creación. Aquellos proyectos de paraíso y solaz existencia. Aquel Señor Dios que miraba complacido su obra. Aquel amor paternal con que fuimos creados y que ha venido a parar, o degenerar, en las últimas palabras del texto anterior, que hablan de lo contrario. Tan lejos que es posible que nunca existiera, que sea una quimera.
A partir de aquí, de lo ya leído, yo no tengo noticias de posteriores apariciones del Señor Dios. Sea en forma de nube, sea en persona, no ha vuelto a dejarse ver por ojos de mortal. Enviados que se dicen en su nombre y apariciones de subalternos parece ser que si se han dado con posterioridad, pero el Señor Dios, con su fuego, su resplandor y su carácter, no. En su ausencia, ya el hombre mismo se ha encargado de castigar, aniquilar y humillar a sus semejantes de todas las formas y maneras imaginables. En lo que a calamidades y vilezas se refiere nada tenemos que aprender, que estamos muy por encima de los castigos divinos. En su nombre, el del Señor Dios, se han amasado reinos y fortunas suficientes para desterrar el hambre y la miseria del planeta todo. Pero no se han usado para esto.
SOÑANDO.
Terminado el antiguo testamento, he soñado otra vez con Adán el gorrino. Voy a cerrar este particular análisis contando mi sueño. Este fue el sueño:
Estoy entrando en una cafetería, una bonita cafetería de nuestro tiempo. Hay un murmullo de conversaciones y está sonando algo de Creedence. Al fondo, en un apacible rincón, está Adán, con sus gafas de sol, repanchigado en un sillón de dos plazas con las piernas estiradas. Se ha quitado las botas de goma y me hace señas para que me acerque. Ahora estamos los dos, uno frente a otro, mano a mano con una botella de orujo y dos cafés. Adán tiene en sus manos un ejemplar de un libro que ni siquiera existe, es la biblia de los locos. Está abierto por las últimas páginas. Adán está ojeando esta misma conversación.
-Así que tú eres el famoso Chambombo. Yo soy Adán.
Yo quiero hablar pero, como esto es un sueño, no puedo, lo intento pero no puedo. Solo habla él. Yo no puedo decirle que ese no es mi nombre, que solo es un seudónimo, una palabra que me gusta. Que el libro no existe y que no puede leerse en él algo que está pasando ahora.
-Vaya cafetería bonita esta. Sí señor. -Te preguntarás qué pinta un gorrino como yo en toda esta historia. Claro que tú pensarás que solo soy un sueño. Una ilusión. Un gorrino con gafas y botas de goma que nadie sabe de dónde ha salido. ¿A ti te gustan las gafas de sol? Yo estoy encantado con ellas. Es lo mejor que me podía regalar el tipo este, ya sabes de quién hablo. Ahora las cosas parece que han cambiado bastante, francamente, tenéis unas cuantas cosas bien interesantes en lo que no es paraíso. Ya lo creo.
-Tú no te preocupes- me decía Adán viendo que yo quería hablar y no podía.
-Vaya orujo rico que tenéis por aquí. Y el café tampoco está mal, no señor.
Adán el gorrino se quitó las gafas de sol y se puso a limpiarlas con una servilleta de papel. Yo pensaba que unas gafas de sol no podían durar tanto tiempo como se les suponía a las que llevaba Adán, ni en sueños. Lo normal es perderlas, que se abran las patillas, que se les caiga un cristal, pero las de Adán estaban flamantes. Adán me contestó sin necesidad de que yo abriera la boca.
-Yo no tengo ni idea. El caso es que aquí están, sin un rasguño. Son bien guapas. Las gafas de sol y las botas de goma, el tipo este, me las hizo a conciencia. Ya sabes, otras cosas no le salieron tan bien.
De repente, porque esto fue un sueño, allí en la mesa, con nosotros estaba la santísima trinidad. Los tres. El Señor Dios, su hijo Jesús y el espíritu santo, que es una especie de luz con alas. Adán el gorrino ni se inmutó. Se sirvió un vasito de orujo, se lo echó al coleto, volvió a ponerse las gafas y dijo:
-Ya estamos todos, la cuadrilla al completo. Porque tú de esto no sabes nada –me dijo apuntándome con su pezuña –pero antes éramos una cuadrilla, la santísima cuadrilla. Los no creados. Aunque en el principio de todo yo no los conocía, yo solo chapoteaba en la charca sin otra preocupación que respirar. Pero los no creados éramos cuatro: el Señor Dios, creador, amo y señor de todo cuanto es, a Él se le ocurrió todo este carrusel; su hijo Jesús que es uno con Él; el espíritu santo, que no llega a la categoría de Dios pero también es increado y divino, y yo, Adán el gorrino, que soy mucho menos que todos ellos. Yo no soy el pecado, solo soy el libre albedrío. Sin mí, el tipo este, no habría podido decidir si hacer, o no hacer. Antes éramos cuatro. Aunque yo entonces no tenía ni idea de que formaba parte de nada, ni de todo esto que te estoy contando, ni de los planes de nadie. Después, cuando me llevé a Eva a conocer lo que no era paraíso y decidió no volver, estos tres me culparon de todo y me sacaron de la cuadrilla. Ya siempre hablaron de mí como el origen del pecado.
El Señor Dios miró a Adán con mucha tranquilidad y le contestó.
-Nadie te ha echado de ninguna parte, Adán. Tú siempre has recorrido el mundo a tus anchas. Nunca has querido ser parte de nada. Vas y vienes sin que nadie sepa de dónde sales o a dónde te diriges. Entraste en el paraíso sin aceptar mi prohibición. Aunque es cierto que a nadie engañaste ni empujaste a nada, podrías haberte quedado en alguna charca de lo que no era paraíso. El paraíso era cosa nuestra. Eva no tendría que haberte conocido nunca y todo habría ido como la seda.
Adán los miraba mientras se bebía otro sorbo de orujo. Luego mirándome a mí dijo:
-Es que el paraíso estaba muy bien, muy bonito, bien rematado, pero allí no había futuro. El tipo este hace cosas increíbles, yo lo he visto, pero tiene ideas muy raras, algo peregrinas. Seres humanos obedientes, alabando a su Señor por los siglos de los siglos, sin otra cosa que hacer que disfrutar de un feliz y dichoso aburrimiento. Un paraíso lleno de simples. No sé.
Luego, mirándolos a ellos:
-Es verdad que lo que no era paraíso se ha torcido, no ha ido muy bien, pero porque no han querido. Porque, si quisieran, iría tan bien como el mejor de vuestros paraísos. Eva escogió su suerte, pero solo para ella. Hoy, cualquier hombre puede escoger la suya, no es algo que no puedan enmendar. ¿Qué culpa tengo yo de lo que tus creaciones deciden? No es mi culpa. Yo solo curioseo por la obra, aquí y allá, dando conversación y contando lo que veo. Nada pido y nada ofrezco.
Ahora, en el sueño, la santísima trinidad ya no está con nosotros. Adán se calza las botas con parsimonia y se bebe otro sorbito. Cuando posa su vaso ya no estamos en la cafetería, lo posa encima de la piedra en la que estamos sentados. Estamos en campo abierto pero Creedence sigue sonando.
-Bueno muchacho –me dice con su sonrisa de gorrino. –Yo sigo mi camino. Ya nos veremos y echamos otra parrafada. Voy a ver cómo van las cosas por ahí.
Yo me quedo sentado en la piedra mientras Adán el gorrino ajusta sus gafas de sol y se va con su andar campechano. El ruido de sus botas de goma se va perdiendo, fundiéndose con la música de Creedence y yo lo veo alejarse hacia lo que no es sueño.
Yo aquí, aprovechando que se da por terminado el antiguo testamento, voy a hacer un descanso antes de continuar con el nuevo. Tengo que cargar las pilas para enfrentarme a su lectura con el optimismo y buen humor con que empecé, tengo que estar seguro de que tanta lectura no ha mermado la ignorancia desde la que nace este análisis y en la que quiero seguir. Tal vez, llegados a este punto, puede alguien pensar que ha sido mi lectura irrespetuosa con aquello que otros consideran sagrado. Alguien que, seguramente, no se encuentra entre aquellos a los que esta biblia pertenece, los locos. Alguien que carece de la bondad y benevolencia que con los locos se ha de practicar. “La biblia de los locos” es esta cavilación sin espurios objetivos. Se supone que la otra, la sagrada, la que alimenta sublimes propósitos, es para hombres y mujeres cuerdos entre los que yo, ni por asomo, quiero encontrarme. Como loco, mi intención no ha sido otra que usar en esta vida el buen humor con que, el Dios que sea, me ha puesto en esta tierra. Si lo hizo a imagen y semejanza suya no lo sé, yo no alcanzo a sospechar lo que otros aseguran.
FIN