EL CONTABLE. CAPÍTULO DOS

Folio primero.
Si a mí no se me hubiera ocurrido escribir esta historia del contable, de Urbano nadie habría dicho nunca una palabra, ni se hubiera sabido cosa alguna de su vida, porque Urbano siempre pasó desapercibido. Urbano era gente anónima hasta cuando estaba él solo. Urbano era: “el no ser”.
Nunca dijo una palabra que pudiera ayudar a clasificarlo de otro modo, en algún colectivo más o menos político, más o menos deportivo. No se supo, en toda su vida, si era de derechas o era de izquierdas. No se supo si era del Madrid o del Barcelona. Si estaba a favor o en contra del aborto. Si prefería huevo frito o tortilla francesa. De Urbano solo se podía afirmar una cosa, era contable.
Sin embargo Urbano era algo más que todo esto. Urbano era, en su tiempo libre, lejos de miradas curiosas, en su otra vida, un infalible investigador, un detective implacable. Ni Agatha Christie se lo hubiera imaginado para sus novelas. Urbano había conseguido averiguar lo que todo el pueblo se preguntó durante años. Urbano había encontrado la respuesta a aquella pregunta que su madre no quería responder y que aparecía en todas las charlas y tertulias. La pregunta que sonaba en cada una de las cocinas, en cada sobremesa, incluso muchos años después de su nacimiento. ¿Quién era el padre de Urbano?
Solo él sabía quién era su padre.
Desde muy pequeñito había querido saber porque su padre no aparecía por ningún sitio. Jamás pudo volver a casa, desde la escuela, de la mano de su padre. Jamás pudo amenazar a nadie como otros niños lo hacían, “se lo voy a decir a mi padre”. Jamás le dijo el maestro: “Dile a tu padre que venga a estar conmigo”, aunque esto último parecía más bien una ventaja. El padre de Urbano fue durante mucho tiempo como los reyes magos, todo el mundo habla de ellos, dejan huellas y “regalitos”, pero nadie los ha visto. Por eso cuando Urbano cumplió los ocho años ya había decidido descubrir, como fuera, quién era su padre. Nunca lo dijo a nadie, ni siquiera a Marina, su madre, pero todo su tiempo libre lo pasaba investigando, preguntando a todo el mundo cosas que parecían insustanciales, infantiles, pero que obedecían a un plan preconcebido en su, todavía tierna, cabecita.
La señora Perpetua fue para Urbano la abuela que nunca tuvo, por parte de padre, se entiende, y su maestra en el arte de enterarse y saber de todo. La señora Perpetua decía que Urbano siempre tenía la cabeza en otro sitio. Fue la única que notó que Urbano no era tan simple como al resto del pueblo le parecía. Urbano tenía una misión, el resto solo eran apariencias.

EL DICCIONARIO

Yo podría escribir algo que dijera lo siguiente:
El diccionario. Así le voy a llamar a este escrito, porque las cosas cambian, los conceptos evolucionan, las palabras se adaptan a los tiempos, pero en el diccionario viene bien clarito el significado de cada una, y yo hoy quiero llamar a las cosas por su nombre. Por eso voy a deslizar aquí tres conceptos.
1-Robar: Tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea.
2- Estafar: Cometer alguno de los delitos que se caracterizan por el lucro como fin y el engaño o abuso de confianza como medio.
3-Usurear: Ganar o adquirir con utilidad, provecho y aumento, señaladamente si es con exceso.
Sí, ya sé que es navidad, tiempo de perdón y buenos sentimientos. Así está instituido para el rebaño de burros que somos, tiempo de recordar que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (bien le habrá pesado) para iluminar con su luz nuestras tinieblas. Lo que pasa es que hoy, lo de la luz, son otros los que lo llevan, que ahora ya no la regalan como la regalaba el hijo de Dios. Ahora te la cobran y bien cobrada. Además es ahora en navidad cuando adornamos nuestras calles con millones de lucecitas, pero no tengo noticias de que las empresas suministradoras tengan intención de regalar ni un voltio, a nadie. Es su luz, ellos la producen, ellos la suministran y ellos la cobran. Me parece correcto. También me parece correcto que las aseguradoras cobren puntualmente sus recibos, sus seguros de vida, de muerte, de accidente, de catarro, de tropezón, de lo que sea. Es su trabajo y ha de pagarse. También las empresas de telefonía y comunicación tienen derecho a su trozo de pastel. Sí señor. Y los bancos, como no. La banca, que tanto ayuda a aquellos que necesitan un préstamo, que tanto han colaborado al progreso, que tanta obra social promueve para ayuda de los necesitados, para echarle una mano a esos niños(los de lejos, a los de cerca los deja en la calle embargándole el piso a sus padres) con maravillosas, solidarias y tiernas fundaciones que hacen que me den ganas de parar un poquito para reflexionar y llorar a mis anchas por tanta bondad. Todo me parece correcto. A cada uno lo suyo.
A pesar de todo esto, yo, que como ya dije una vez no tengo otro Dios que mi madre, aún estando en navidad, me voy a cagar en la suya, la de los arriba mentados. Por ladrones los unos, estafadores los otros y usureros los que todos sabemos.
Porque cobrarme por el recibo de la luz, agua, gas, o lo que sea, por estimación, más de lo que he gastado, es robarme (concepto nº1). Han metido mano en mi cuenta para coger un dinero que no les debo. Si eso no es lucrarse utilizando como medio el abuso de confianza (concepto nº2), que me lo expliquen. Porque para que me facturen correctamente yo tengo que llamarles personalmente, cada mes, para hacérselo saber y además de pagar hacer su trabajo. Sin embargo, ellos pueden hacerlo. Es la ley. ¿Yo no puedo retrasarme en el pago y dejarlo para otro mes en esa misma confianza?
Porque mandarme a casa una póliza con las letras microscópicas, para que no pueda leerlas, porque esa, y no otra, es la intención de unas letras tan pequeñas, es muestra de mala fe, de engaño, de vileza y bellaquería. Porque utilizar una línea telefónica 902 para todas mis consultas y aleccionar a sus telefonistas, o contratar imbéciles, para que se alarguen en el tiempo las conversaciones, que son casi siempre para emergencias, porque yo no llamo a la señorita esa estúpida del seguro para pasar el rato, es cosa de malnacidos. Porque dejarme en espera mientras gestionan mi incidencia (que no ha sido una incidencia, ha sido que mi casa se la han comido las llamas, o que mi coche no quiere funcionar, o lo tengo con las ruedas hacia arriba) y mientras la gestionan yo pago la línea, y después se me corta, y vuelvo a llamar pero ya no es la misma señorita, no señor, hay que contárselo todo de nuevo –le atiende Mary Pili ¿en qué puedo ayudarle?- Pues mira, Mary Pili, puedes ayudarme si le das una manta de hostias a tu inepta compañera que me ha colgado. Bien, de acuerdo, esto no es robar, ni estafar, ni usurear, esto es otro concepto, es tocarme los cojones.
Porque mandar una tarjeta bancaria, que nadie ha solicitado, a una persona de setenta y cuatro años, que vive en un pueblo a treinta quilómetros del banquerito querido, y que si no la quiere tiene que comunicarlo porque si no lo comunica se da por hecho que está deseando la tarjetita, que no sabe dónde llamar, ni ve casi los números del teléfono, ni tiene coche para hacerlo en persona, y todo esto porque se firmó un contrato que nadie ha visto pero que la banca aplica y tiene, donde se establece todo tipo de contubernios miserables para que ellos se vayan de rositas y se tenga por normal lo que siempre fue digno de truhanes,( que según el diccionario son personas sin vergüenza que viven de engaños y estafas) pues tampoco me parece bien. No señor. Cualquier día deciden lucrarse mandando lavadoras sin previo aviso, y si no la quieres, tienes que irte con el artefacto y devolverlo, o lo pagas, por no haber avisado. Tampoco me gustan esos intereses y comisiones de avaro. Si te quedas en descubierto te cobran. Si sube ese índice que a ellos les interesa te cobran, y si no interesa se aplica y cobra el del mes pasado, pero nunca jamás de los jamases las cuentas salen a tu favor. Nunca. Usureros miserables (Conceptos 1,2 y 3) Pero ellos pueden hacerlo. Es la ley.
¿Qué extraña enfermedad azota las oficinas de las empresas de telefonía, qué sustancia u organismo ponzoñoso infecta el aire que en ellas se respira para que todas, y todos, sus tele-operadores se hayan vuelto totalmente memos? ¿Por qué no entienden que solo quiero darme de baja? ¿Es que cobran por entretenerme agarrado al teléfono? ¿Por qué me llaman una y otra vez para ofrecerme otro producto, otra forma distinta de robarme? ¿Por qué me llamas? ¿Es que me conoces de algo? Déjame en paz. No me llames. Que no quiero ser tu amigo. Que no me importa esa fabulosa oferta de tu mierda de compañía. Que, si te aburres, no molestes. Que si te tuviera aquí cerca, en lugar de en esa covacha de ladrones en la que te ganas la vida, te ibas a tragar el telefonito. Que no jodas más, hombre. Lo normal sería que nadie te molestara con llamadas a menos que tú lo quisieras, pero seguramente para que esto sea así, tendrás que apuntarte en alguna lista especial (que no conozco) y si no estás en esa lista, ellos pueden molestarte a sus anchas. El mundo al revés. Todo el mundo a sacarse las muelas del juicio. Y te las vamos a sacar. Porque como no has dicho que no, es que sí.
Es imposible defenderse de los abusos de estas “corporaciones del ansia”, es imposible que no intenten siempre apoderarse de tus escasos dineros con tretas, artimañas y componendas “legales”. Es imposible porque es la ley quien lo permite. Y esto es así porque quienes hacen y aplican las leyes, que deberían defender nuestros intereses, se alimentan en los pesebres que estas corporaciones colocan en su corral y, allí, engordan, aprenden, cambian, evolucionan conceptos y redefinen palabras.
Pero en el diccionario sigue viniendo bien clarito el significado. Ladrones. Estafadores. Usureros. Robar. Estafar. Usurear. Pero que bien claro.
Pero no lo voy a hacer, no lo voy a escribir. Estamos en navidad.
Haya salud y suerte.

EL OSO LAMETONES. (obsequio navideño)

No sé cuantos sois los que me leéis asiduamente, pero supongo que, como Doc, algo de lobo tendréis. Yo quiero desde aquí, desde la libreta eléctrica, imbuido por este ambiente navideño, olvidarme de las ovejas y regalaros un cuento que escribí una vez para una personita a la que quiero, también cuando no es navidad. Es el cuento del Oso Lametones. Un cuento infantil escrito para los mayores, porque lo que se cuenta aquí, los niños no lo han olvidado.
Érase una vez, allá en la lejana sierra, un oso viejo y amable al que todos sus vecinos le llamaban Lametones. Se había ganado ese nombre por su exceso de cariño, por lamer a todo aquel que en su camino encontraba, queriéndole así mostrar cuanto afecto le tenía, a todas las criaturas, aquel oso tan amable. Afición tan excesiva conseguía que sus vecinos intentaran no toparse, con demasiada frecuencia, con el viejo Lametones, porque, sin mediar palabra, mostraba su cariño lamiendo de arriba abajo a quien tuviera delante. Era esta la razón por la que, las más de las veces, andaba sin compañía, dormitando bajo un roble, disfrutando largas siestas que nadie le interrumpía.
No muy lejos de aquel roble donde dormía Lametones, andaba un joven conejo corriendo arriba y abajo, buscando entre la maleza alguna ganancia o fruto que llevarse a la barriga. Tan alegre y distraído no se dio cuenta el conejo de que metía la cabeza en un traicionero lazo, que es trampa y bellaquería que solo al hombre interesa. Con gran desesperación y por sacar la cabeza hizo más de mil intentos, pero tan grandes orejas hacían inútil su esfuerzo y acabaron por dejarlo exhausto y casi sin fuerzas. Llorando su desgracia estaba cuando llegó hasta él la raposa que, viendo su situación, hizo por ayudarlo. Intentó morder el cable con sus afilados dientes, pero el cable no cedía por más que ella lo intentaba. Pasó entonces la cigüeña y quiso librar al joven dando golpes con su pico, que es muy fuerte y afilado, pero tampoco hubo forma de que se rompiera el lazo. Llegó también una cabra que tirando con sus cuernos tampoco pudo salvarlo. De todas partes del bosque iban llegando vecinos, cada cual como podía intentaba liberarlo, pero el lazo no cedía y ya ninguno sabía cómo librar al conejo de tan grave situación.
Se despertó Lametones oyendo aquel alboroto que sus vecinos traían y allá se fue monte abajo en busca de las razones de tan extraña reunión. Así que llegó al lugar, ya todos le iban contando la angustiosa situación, haciéndole mil preguntas sobre cómo podría él librar al pobre conejo.
-Pobrecita criatura- Le dijo al joven conejo mientras, fiel a su costumbre, le lamía todo el cuerpo. Estando el conejo preso pudo el oso lamerlo todo cuanto quería.- Pobrecita criatura- Lametones repetía.
Así, de tanto lamer, quedó el conejo empapado y, de puro resbaladizo, se escurrió del prieto lazo. Desde entonces, y hasta hoy, fue Lametones un héroe al que ya nadie esquivaba, porque a todos hizo ver que, en la más cruel situación, es bálsamo y salvación que quien te quiere te lama.
Haya salud y suerte, majos.

UN PASEITO

UN PASEITO
Definitivamente lo mío no es un blog. Hoy me he dado un paseíto por el mundo este de los blogs. Los hay estupendos a la vista, muy adornaditos y con grandes alardes en decoración. Hay otros muy interesantes en su contenido, También los hay que aúnan las dos características. Los hay sofisticadísimos y muy completos, con ventanas emergentes, divergentes y convergentes, enlaces, contra enlaces, sugerencias, etiquetas, secciones, apartados, pensamientos, preferencias y un largo etcétera de posibilidades. Salté de unos a otros casi sin darme cuenta, y el abanico era interminable. Un mundo, hijos. Todo un mundo de personas con buenas ideas, con cosas que contar, con amplitud de miras, con buenos deseos y una actitud positiva en este caos. Sin embargo esto no cambia. ¿Dónde va a parar todo este buen hacer? Supongo que la gente inteligente no se mete en política, por eso siempre estamos gobernados por estúpidos (algún palo había que dar).
Lo que empecé como un paseíto acabó siendo una media maratón. Por eso, cuando volví a mi chambombo, tan pobre y falto de adornos, casi que me sentí relajado, cómodo, en casa.
Admiro todo eso que son capaces de hacer otros. Yo soy incapaz de confeccionar una simple lista de blogs preferidos, incapaz de utilizar cualquiera de las herramientas que este mundo pone a mí disposición. Supongo que por eso me gusta tanto mi destartalada y espartana libreta eléctrica, porque la naturaleza da a cada cual aquello para lo que está preparado. Sería horrible que yo quisiera tener un blog como Dios manda, un horrible sufrimiento, no para otros, para mí mismo. Lo mío no es un blog, es una sencilla libreta eléctrica. Si con ella consigo alegrarle la vida a algunos, y amargársela a otros, será bastante. Gracias por leerla y haya salud y suerte.

NAVIDAD. OTRA VEZ

Aquí, en la obra, nos pilla siempre de sorpresa. Ya está aquí. Es la navidad. Bueno, exactamente, ninguno de los tres sabemos cuándo empieza, si cuando lo dice el corte inglés o cuando lo cantan los niños de San Ildefonso. A Fery, como le encanta poner villancicos, siempre le cae bien. Doc es otra cosa. A él estas pantomimas culturales, que acaban siendo comerciales, le inspiran cualquier cosa menos buenas sensaciones. Dice que son cosas de este rebaño de ovejas obedientes y que prefiere seguir siendo un lobo también en estas fechas. El caso es que ha llegado otra vez.
Es maravilloso, los buenos sentimientos que despierta la cosa esta de la navidad, estos días, claro. Todo el año en este plan sería excesivo. Porque no se puede desear paz y amor, todo el año, a tanto indeseable como anda por el mundo. Yo no podría. Y no me refiero a todos esos cabrones que nos quedan lejos, en otras esferas, porque, a esos, ni ahora se lo deseo. No. Me refiero a los que sufrimos a diario.
A ver, cómo se le puede desear salud y suerte al conductor del autobús que se larga cuando te ve venir corriendo. Al vecino que aparca su coche, cada día, pegadito al mío, tan pegadito que no puedo entrar. A la secretaria esa que colocan de cortafuegos para que no puedas llegar al señor director. Al cerdo que orina en el portal cada viernes. A la verdulera que cacarea a los cuatro vientos chismorreos inventados para consolarse de su miserable existencia. Al lameculos que trabaja contigo. A la telefonista del seguro que te deja en espera y luego te corta una y otra vez sin solucionarte nada. A ese jefecillo que te habla con suficiencia y altanería, para que aprendas algo en la vida tú que no heredaste el negocio de tu padre. Al que redacta, en el anonimato, esas cartas de amenaza para cuando te vencen los plazos. Al que arrancó el espejo retrovisor de tu coche. Al imbécil que se pasó cinco horas de autobús dándonos la matraca con su teléfono móvil. Al pesebrero que no aparece por el despacho que nosotros pagamos. A tantas y tantas ovejas mal educadas que, cada día, me hacen la navidad más estrambótica. A ver. ¿Cómo? Yo no podría. Todo el año, no.
Unos días sí. Unos días sin rencores, sin mala baba y con exquisitos modales, eso no le hace daño a nadie. La familia, la tuya y la otra, unida de nuevo al calor de la chimenea, los niños, esas cenas inacabables, los regalos, esas caras felices, esas muecas (¿viste la mueca de la lagarta esa?). Escucharlos de nuevo a tu alrededor y sentir que tampoco fue tan mala idea largarse a vivir a cinco mil quilómetros de ellos. Es maravilloso. Y todos los años.
Feliz Navidad lobos, y haya salud y suerte.