LA CANALLA

Esta mañana, en la obra, el frío no dejaba pensar. Fery ha preparado un buen fuego y al calor de la hoguera han ido llegando paisanos. Entre unas cosas y otras todos acabamos en el corro, tomando las diez, que dicen por aquí, y arreglándole al país lo que no arreglan otros que cobran por hacerlo.
Nosotros, la gente de a pie, honrada, y, casi siempre, pobre, hablamos de esos personajes que rigen y gobiernan esta sociedad, los que nos dan lecciones y nos piden esfuerzos desde la tele, los que saben, piensan y toman decisiones siempre por nuestro bien, de esos que tienen más caras que el diablo, y les llamamos fulleros, trepas, chaqueteros capaces de cambiar de principios, y hasta de madre, por un sillón en uno de esos despachos libres de gastos, donde nosotros pagamos los recibos. Ellos,” la canalla”, lo llaman animal político, porque es capaz de cambiar su filiación y peregrinar de partido en partido, de institución en institución, sin importarle el color ni la doctrina, siempre buscando el pesebre y la holganza, como animal que es. Lo llaman animal político y lo dicen con cierto orgullo, como elogio, con un cierto aire de admiración, envidiando su condición. Nosotros los llamamos por su nombre. Ellos,” la canalla,” nos lo muestran casi como ejemplo de tolerancia y adaptación a los tiempos y regañan con prepotente y dolida indignación a los que nos atrevemos a llamarlo como el diccionario enseña. Y si, por una desgraciada fatalidad, quedasen al descubierto las mil y una componendas que, en su rutina, se trae “la canalla” y uno de estos sujetos quedase con el culo al aire, harán todos muy grandes esparavanes y teatrales aspavientos, jurando ser ignorantes de tales procederes y pidiendo el castigo ejemplar para aquel que hasta entonces compartía pesebre. Que es cosa que “la canalla” no soporta, que sea descubierta y pública su afición al mercadeo y a disponer y quedarse con más de lo que merece y declara. Que la honradez, entre ladrones, no es otra cosa que discreción y secreto en los actos, y apariencias cabales y rectas en los modales, como bien sabemos los pobres.
Dicen por aquí, los más viejos, que antes no era así. Antes se llamaba a las cosas por su nombre y nadie quería tratos con un “sin Dios” de estos. Ahora son legión. Profesionales de la política. No están en ella por vocación de servicio al pueblo, están para servirse, medrar, perpetuarse en los cargos, satisfacer su ego y darnos consejos, o darnos de palos, según. Quieren nuestro voto, es cuanto necesitan para seguir festejando la ignorancia del rebaño y continuar bailando en la “fiesta de pavos” en que han convertido nuestras instituciones. Son “la canalla”. Tal vez, lo que merecemos.

LOS IMPORTANTES

Aquí en la obra todos somos importantes, todos somos necesarios, nosotros tres y algunos más que, al parecer, no tienen casa y se pasan el día entrando y saliendo, y dándonos conversación y consejo. Luego, en casa, también encuentro importantes a las personas que allí me esperan. El mundo, mi mundo, está lleno de personas importantes, necesarias para mí. Son personitas importantes porque siempre tienen una broma, algún ratito para un café, algunas penas que contar, una sonrisa, una crítica, algún enfado. De estas personitas importantes, unos más y otros menos, todos tenemos en nuestra vida. A veces las comeríamos a besos y a veces las correríamos a palos. Es así.
Sin embargo no es de estas personas de quien quiero hablar aquí. Quiero hablar de esas otras personas importantes. Las veo por las calles. No caminan como el resto, no están en ningún sitio, ellos siempre van hacia alguna parte. Están ocupadísimos. No tienen descanso, no sonríen, no pueden entretenerse. Es imprescindible que lleguen a ese lugar donde tendrían que haber estado ayer. Llegan tarde, tienen prisa y cagan mal. El mundo está en sus manos, funciona gracias a ellos, gira por su causa. No hay tiempo para estupideces. Hay poco de que hablar, no hay tiempo para charlas insustanciales.- No tengo tiempo para ti,- ni siquiera para mí.
El tiempo es importantísimo, solo viviré una vez y no tengo suficiente tiempo. He de hacer un montón de cosas que tú no entiendes. Soy importantísimo, no puedo parar, porque si paro no podré comprar todas esas cosas que tengo que comprar, no podré pagar todas esas cosas que tengo que pagar, y si no compro todas esas cosas y no pago todas esas cosas, me sobrará tiempo para disfrutar de otras que ni siquiera sé que existen. Yo soy una persona importante, una persona importante hace cosas importantes, gestiona, negocia, se afana, tiene metas, objetivos que cumplir, propiedades que adquirir, cuentas que engordar, peligros que sospechar, imposibles que alcanzar, huevos que tocar. Una persona importante no tiene tiempo para charlar, cafetear, bromear y escuchar tus miserias. Por favor. Una persona importante, apenas si puede ver a los que no lo somos. Si soy una persona importante y me sobra tiempo para disfrutar, es que algo estoy haciendo mal, es que no soy tan importante como yo pensaba, y si no soy importante…
Son personas importantísimas, de las que el planeta ha ido enterrando a lo largo de los siglos, se las va tragando junto con las menos importantes. Al final todas sus pertenencias quedaron aquí y sus huellas apenas si duraron lo que su entierro. Todo aquello que compraron, todo aquello que poseyeron, todo ese tiempo, que no tenían, no sirve para recordarlos. Porque siempre tuvieron tiempo para cosas importantes, pero nunca tuvieron tiempo de vivir, de aprender a mirar el mundo al que venimos sin querer poseerlo, porque hipotecaron su presente y vida, por un futuro y un recuerdo que jamás llegarán. Porque no venimos a este mundo para ser recordados, venimos para vivir, hoy, ahora. Tal vez los herederos de sus “cosas importantísimas” tendrán algún triste pensamiento de recuerdo para ellos. Tal vez no. Sea cual sea el recuerdo que tengan de ti cuando hayas muerto, nunca compensará ni te devolverá lo que no has vivido. Aquí no hay segunda oportunidad.
Espabílate, burro. No seas tan importante.

SUERTE

Yo nací, hace ya mucho tiempo, en mi casa, la de mis padres quiero decir, porque no había mejor lugar en este planeta para posar mis huesos siendo hijo de mi madre, y porque en aquellos tiempos no era cosa común ir a parir entre sabihondos extraños con guantes y mascarilla. De esto yo no tuve ninguna culpa ni mérito. Llegué como llegamos todos, sin otra cosa que ofrecer que unos cuantos dolores de parto y todos se los quedó mi madre. Allí tuve buena suerte, porque, que yo recuerde, no había nacido nunca antes y para ser la primera vez no me salió tan mal, otros la han tenido más perra. También he tenido buena suerte con, casi todas, las compañías que desde entonces, y hasta hoy, me han tocado como obligatorias. Con las optativas ya no tanto, pero esas las he gestionado yo a mi gusto y manera.
En otro orden de cosas, que es una frase que yo no utilizaría nunca, en la vida he tenido mucha suerte, toda mala, pero mucha. Por eso acostumbro a desearla en muchos de mis escritos. “Haya salud y suerte, pero sobre todo salud, porque la suerte puede ser de la mala y entonces ni salud ni gaitas. Si hay salud, ya un poco de buena suerte está asegurada.
A mí, la suerte, la buena, siempre me ha llegado con su correspondiente dosis de la otra, la mala. Lo que es pura, en estado puro, buena suerte, plena, para disfrutar y regocijarse, de esa ni hablar. Hoy mismo, sin ir más lejos, he tenido mi dosis de ambas. Hace un rato. Estaba escribiendo, mi ocupación preferida, y me dije: Me voy a fumar un cigarrito, sí señor. Podría acompañarlo con un café, pero como ya no me dejan fumar en el bar, me lo voy a fumar en la ventana. Eso es. Ya en la ventana, con mi cigarro encendido y saboreando con deleite su cancerígena esencia, por no ahumar la estancia, coloqué un cenicero a mi vera, grande, de cristal, justo en el borde de la ventana, lugar bien peligroso, es cierto, pero allí lo instalé en buen equilibrio y posición. No era la primera vez y sé por experiencia que, si no media la mala suerte, el cenicero no se mueve de allí. Medió la mala suerte y una suave corriente, un céfiro, mandó a parar a mi ojo una ardiente mota de ceniza. Me abraso, me quemo, mi ojo. Dios mío, lo pierdo. Manotazos en defensa propia cual si fuera un mono. En uno de estos manotazos alcanzo de lleno al cenicero que, por culpa de Newton y su ley de la gravedad, se precipita hacia el suelo. Caía hacia dentro, pero al intentar cogerlo, otra vez la mala suerte, y el cenicero se va a la calle. No lo había dicho pero estoy en un tercer piso. El cenicero desciende a velocidad de vértigo, aquí hay algo más que la ley de Newton, desciende directo hacia la cocorota de un viandante que acaba de doblar la esquina. Ahora es cuando aparece la buena suerte. Cae justo entre sus pies, ni lo roza, limpiamente, sin daños, y no se rompe. Yo respiro por primera vez desde que se me abrasó el ojo, se me había olvidado, no tuve tiempo, estaba demasiado ocupado. Las cosas, con aire en los pulmones, son más llevaderas. Hago de tripas corazón y me largo como un tiro dirección pedir disculpas. No sabe como lo siento, ha sido un accidente, por favor que susto, menos mal que menos mal porque si no habría que rematarlo para que no sufra.
No lo puedo negar. He tenido una buena dosis de buena suerte. La mala vino después. El viandante resultó ser un ciudadano modélico. Con un gran sentido de la responsabilidad y también mucha imaginación, toda mala.
– Porque hay que tomar medidas, podría haberle atizado a cualquier inocente criatura de las que juegan por estos andurriales, esto no puede quedar así, podría haber matado a alguien (yo creo que en matar es mejor no pensar pero, ya puestos, si hay que matar a alguien, el mejor, él que ya estuvo a punto) hay que llamar a los municipales y presentar la correspondiente… En fin, que como aquello cada vez tomaba peor color y el viandante en cuestión se iba creciendo, contándole a todo el mundo lo cerca que había estado de morir de un cenicerazo, y además ya se repetía mucho, y yo ya estoy algo mayor, lo llamé en un aparte, que se dice, y le comenté que, habiéndole pedido perdón en varios idiomas y en distintos tonos, de llamar a los municipales, yo prefería que fuera por agresiones múltiples, que él vería cuál decisión le venía mejor a su agenda.
No sé si volveré a fumar en la ventana, majos, si lo hago será con cenicero liviano, porque lo que es de la suerte, la buena suerte, plena, para disfrutar y regocijarse, no se puede esperar mucho. A mí siempre me ha llegado con su dosis de la otra, la mala.
Haya salud y suerte.

EL CONTABLE. CAPÍTULO TRES.

Folio primero.
Aquí se va a desvelar, para satisfacción de alguno y descanso del que escribe, el nombre y filiación del que fue padre de nuestro querido Urbano. De aquel que mancilló a la pobre Marina y se dio el piro. De aquel que fue comidilla y desasosiego para toda la comarca. Y esto es noticia de primera mano y primicia, porque nadie, excepto Marina, Urbano, y el que escribe, ha sabido hasta ahora el nombre y catadura de la persona que en este escrito se da conocer. Así será la manera de poder seguir con mi relato sin distracciones morbosas, o de, si lo considero oportuno, dar por finalizado el intento de mostrar al mundo la historia y vida de un ciudadano casi anónimo y vulgar, al que no se le conoció otro mérito en la vida que el de ser contable.
Dicho esto, paso ya sin más demora a desvelar el secreto que nos ocupa.
El padre de Urbano no fue otro que la señora Perpetua. ¿A que no se lo esperaba nadie? ¡Eh!
Ha sido una broma. Tranquilos que solo ha sido una broma.
El verdadero padre se llamaba Oicnelis erpmeis arap ódraug, aicnetsixe al elracilpmoc on rop, sojih e rejum aínet etnacitcarp le euq odneibas y adicedarga aniraM. aniraM a euf adnucef ozih euq al a, oicifo us odnucef recah y nóicaruc al riugesnoc rop náfa us ed, íha ed y, radus a alraduya arap aniraM noc óitem es omsim lé nabasap on serbeif sal euq areiv omoc, seupsed saíD. salradus euq aíbah serbeif salleuqa euqrop, satnam noc areirbuc es y amac aradraug euq odajesnoca aíbah eL. serbeif sanitneper y sañartxe sanu ed aniraM a redneta arap odiduca aíbaH. ordeP abamall eS. olbeup le ne etnacitcarp ed aícreje secnotne leuqa rop euq le euq orto are on, omsim lé ósefnoc em núges, onabrU ed erdap lE
Bueno, pues ya está. El secreto que tanto interesaba a la vista de todos. Y es que a veces las cosas no salen como uno esperaba y tienes que acabar escribiendo el relato al revés de cómo pensabas hacerlo.
Es una pena que a estas alturas la señora Perpetua ya no esté entre nosotros, porque habría dado el último de sus dientes por saber lo que sabemos nosotros. El secreto de Marina.

FUMADOR-DELINCUENTE-II

Lo hemos hablado en la obra, aunque Doc no fuma, y tampoco nos gusta un pelo esto de la ley anti fumador. Apesta a dictadura.
Yo, como soy un ignorante sin carrera universitaria, no puedo ni llego a entender que sublime razonamiento ha llevado a nuestros inteligentísimos gobernantes a elaborar esta bonita ley contra el fumador, porque la ley no es contra el tabaco, que se puede vender libremente recaudando los grandísimos y pertinentes impuestos con que está grabado, es contra el fumador apestoso que todo lo infecta con su vicio. Tal vez quieran pasearse por Europa, entre vividores y ladrones como ellos, presumiendo de ley súper agresiva y moderna.
El lunes 28 de septiembre del año 2009 publiqué aquí, en esta libreta eléctrica, un relato con el título “fumador delincuente”. Bueno, pues los temores que allí hacía públicos, ya están aquí. Ahora sí, ya llegó, ya soy un fumador delincuente. Y soy un delincuente porque aunque cumpla esta ley elaborada por retrasados mentales (ojo, con carrera universitaria), pesebreros con estudios, los salvadores de este mundo enfermo y vil, aunque la cumpla para no dar con mis huesos en la cárcel que estos sopla pollas quieren para mí, aunque la cumpla para que no me denuncie alguna oveja obediente y servil, en la intimidad de mi covacha, en conciencia y desde mi propio criterio no la respeto, no la acepto. Por eso, mi conciencia, contra la que nada pueden leyes, jueces, ni sentencias de una justicia vendida a nuestros mercenarios amos, llama a la rebelión y la desobediencia. Por eso me siento delincuente, fumador delincuente. Porque yo no quiero molestar. Solo quiero fumar en bares de fumadores. Nada más.
BAR DE FU-MA-DO-RES.
Donde no entren todos esas personas no fumadoras a las que molestaría con mis humos cancerígenos, donde no entren todos esos activistas contra el tabaco a los que el humo del tabaco molesta, pero no el humo de los coches, camiones y autobuses, de los aviones, de las miles de chimeneas escupiendo cáncer sobre nuestras narices. Un bar de fumadores, donde podamos ir un puñado de desgraciados a disfrutar del cáncer de pulmón sin que ningún salva patrias mal nacido nos moleste con su “buenas intenciones” y su “ley”. Una ley elaborada por personas (¿?) dedicadas en cuerpo y billetera a mejorar nuestra existencia, a conducirnos por la senda del buen hacer, el bien pensar, la vida saludable, el progreso y lo que ellos consideran avanzar. Ellos, que gobiernan y mejoran el mundo. ¿Cómo?
¿Han conseguido que los niños del mundo no mueran de hambre, que se respeten todos sus derechos?
¿Han conseguido que tantas mujeres del mundo consigan vivir con dignidad y sin palos?
¿Han conseguido evitar las guerras que matan a los pobres mientras enriquecen a los poderosos?
¿Han conseguido que se reduzca la contaminación con que castigamos nuestro planeta?
¿Han conseguido que se reduzca en algo la violencia descomunal que campa entre los humanos?
¿Han conseguido que el sucio dinero de las armas se invierta en comida y salud?
¿Han conseguido que las multinacionales tabaqueras dejen de añadir aditivos mortales al tabaco?
¿Qué cojones han conseguido estos vividores? Nos preguntamos mientras fumamos un cigarrillo, Fery y yo.
MEDRAR y que no fumemos en los bares. Ahora tenemos que fumar en la calle, salir con nuestro cafetito a disfrutar del frio y de un cigarrillo con sabor a clandestino. Seguramente nos lo cobrarán a precio de terraza, claro. Porque somos fumadores, parias, degenerados que estamos echando abajo el sistema sanitario con nuestras miserables toses. Un gasto insoportable que podría poner en peligro el presupuesto necesario para mantener los jugosos sueldos y pensiones vitalicias de tanto parásito.
Viva la libertad, esa que no tenemos, esa que regalamos con nuestro voto a tanto cabrón.
Sin embargo aquí, en la obra, las leyes las hacemos nosotros, y se puede fumar, que lo sepan. Es una obra de fumadores. Si te molesta el humo y quieres vivir libre de contaminaciones, no entres, quédate en la calle y disfruta del aire puro y limpio de la central térmica, de las calefacciones de gasoil, del autobús escolar… Y ahora, ya sin tabaco, haya salud y suerte.