CASO SEGUNDO
EL COMPLICADOR
Muchos se estarán preguntando qué es un complicador, Porque creen que no lo saben, pero sí lo saben. Es una plaga, otra más de las que la gripe estúpida favorece. Están surgiendo complicadores por todas partes. Por ejemplo: es ley no escrita pero infalible que en cualquier entidad pública, estatal o privada a las que todo ciudadano ha de acudir, obligatoriamente, para gestionar sus asuntos, haya al menos un complicador de estos. En su mayoría están al servicio de la administración, retorciendo leyes y normas que nos imponen siempre para nuestro bienestar, comodidad, seguridad y progreso. Sí no pues ya nos las clavan con amenazas, multas y juzgados. Siempre dispuestos a redactar nuevos conceptos y patrones de conducta más acordes con los tiempos, más progresistas, con un enfoque moderno que olvida la verdadera condición de quienes tienen que cumplirlas. Unas normas que rezuman estupidez y servilismo y que solo persiguen la comodidad del gestor y el control del pagano. También es común que haya varios repartidos aleatoriamente por las mesas de atención al contribuyente. Cuando solo hay uno, está colocado a modo de criba, para desanimar al pagano de seguir adelante, así el resto de la plantilla puede vivir relajado, mantener un ambiente coloquial con sus compañeros, comentar las noticias de actualidad y sestear los más atrevidos. Yo lo he visto con mis propios ojos. Da igual que la persona a la que el complicador está machacando sea hombre o mujer, joven o viejo y carezca de los conocimientos necesarios para rellenar el estrambótico formulario que le acaban de endosar, o resolver cualquiera que sea la treta que el complicador le proporciona. Da igual que esté a punto de echarse a llorar de impotencia. Da igual que tenga una artrosis en las manos que le impide sujetar el bolígrafo entre los dedos. Vaya usted a su casa y lo rellena allí, después vuelve tranquilamente otro día a entregarlo. Sí, ya sé que vive usted a cincuenta y cuatro kilómetros de aquí, que no tiene carné de conducir, que el autobús sale a las siete treinta de su pueblo y vuelve a las ocho de la tarde, todito el día por la capital con esas piernas hinchadas y ancianas que usted tiene para entregar un formulario, que seguramente lo habrá cumplimentado mal y habrá que volver a realizar la operación entera, y se le pasará el plazo de entrega. Pero yo señora mía no estoy aquí para eso, yo cumplo con mi obligación, aquí lo dice bien claro, aquí no estamos para eso señora, si no, menudo plan sería este. También puede, si así lo desea, hacer las gestiones por internet. Online señora, fácil, sencillo y sin molestar a nadie, je, je. ¿Qué le parece? ¡Ah! Y si lo entrega aquí en ventanilla, no se le olvide solicitar cita previa, que hoy ya he hecho una excepción atendiéndola. Lo hace por teléfono o internet, si es que puede pulsar teclas con esos dedos, pide la cita, pero no para el día que quiera eh, para el día que la máquina tenga libre, que yo más de cuatro citas no puedo hacer, verá qué fácil es charlar con la maquinita esa, y luego ya viene el día y a la hora que se le asigne. Así se trabaja una quinta parte y mucho más cómodo para ustedes, je, je, los paganos. La buena señora se va aturdida camino de la estación, aunque a su pueblo no hay ferrocarril, ella va para tirarse al primer tren que pase.
¿Puede ser real este sucedido que relato? ¿Existirá una entidad pública o privada en la que, parapetados tras un complicador, un número indeterminado de hijos de puta ignoren a la buena señora sin que ninguno de ellos dedique dos minutos de su tiempo a rellenar el formulario? No, seguramente serán imaginaciones mías. Eso sería tanto como decir que no tienen madre, que son hijos de un domador de circo que se apareo con una leona vieja, porque las leonas jóvenes arañan. Fin del ejemplo.
No solo en entidades públicas o privadas habita el complicador, no, esta especie crece y, últimamente, se multiplica en cualquier entorno, por muy inhóspito que sea. Me los he encontrado hasta en el estanco, que sí. En el trabajo, entre los amigos, en la comunidad de vecinos, en la asociación de padres, en la peña de petanca, en la propia casa de uno. Siempre aparece alguien con alma de complicador. Siempre dispuesto a ver ofensas donde no las hay, a sustituir lo que está claro por lo que suena correcto, a desanimar cualquier empresa o proyecto, a votar en contra de lo que sea, a fundirte la esperanza con sus necedades. Para el complicador nada de lo que propongas tiene suficientes garantías de que vaya a salir bien. Nada de lo que digas es del todo correcto, Nada de lo que hagas es encomiable. El complicador siempre tiene una opción mejor, un gesto más correcto, una opinión más respetuosa, una palabra menos ofensiva. Siempre tiene una vía alternativa para complicarte la vida, trastornarte y alterar tu camino, pero siempre, siempre, por tu bien, para mejorarte, burro. Eso sí, siempre a favor de obra, siempre con la corriente, amparado en esta vagancia moral que nos atenaza, esta desgana social, este inmovilismo, esta gripe estúpida que nos impide decir lo que pensamos y hacer lo que debemos. A lo mejor es cosa mía que, no sé dónde, me perdí, y ya no he podido volver al rebaño, o a lo mejor hay alguien más.
Haya salud y suerte.
Hay más, pero nos tienen apabullados de tal forma que no nos encontramos unos a otros.