Recientemente he cumplido cincuenta y un años. Yo no sé cómo ha sido, porque a mí me parece que llevo aquí apenas dos docenas. Me cundió mucho más la mili. Sin embargo me aseguran en casa, los que los han pasado conmigo, que sí, que hace cincuenta y un años que ando incordiando por estas tierras. Yo no sé en qué se me ha ido el tiempo, que apenas si empiezo a saber algunas cosas, pocas. Bien torpe me ha tocado ser porque las pocas cosas que sé, comprender, ni las he comprendido ni las comprendo. Las sé, que no es poco. Si algo ha crecido en estos cincuenta y uno es la certeza de vivir una pantomima diseñada por otros y cuyas razones y fundamentos se le escapan a una mente recia y primitiva como la que yo manejo. Sospechas tengo. Si tuviera que hacer recuento de lo que sé, lo que he aprendido, lo que puedo enseñar y pasarlo al papel, no ocuparía más espacio que uno de estos relatos que cuelgo en la libreta eléctrica. Y tendría que titularlo “TORPEZAS” si lo quiero un poco más largo.
Cumplir cincuenta y un años no es disculpa para que me esté quedando tan serio el cuento este que ando escribiendo así que, aprovechando que gasto este cerebro recio y primitivo que dije más arriba, me voy a largar de este estilo maduro y reflexivo y vuelvo a lo mío, que es escribir tonterías y relatar esas torpezas que son tan frecuentes en mi biografía y entre las que me he acostumbrado a vivir. Para que vean los torpes que se puede vivir en este mundo alegremente, un porrón de años, y no entender nada. De eso si podría enseñar algo. Y para que se vea que en esto de cometer torpezas soy bien veterano y que una vez, aunque parezca mentira, y durante un año enterito, tuve veinte, voy a contar aquí algo que escribí entonces. Y basado en hechos reales.
TORPEZA Nº 1
Lo de ayer no debería contarse. Dejé el pabellón bien alto. Esta mañana apenas lo recordaba, pero a medida que avanza el día y se me pasa la resaca, las neuronas que sobrevivieron, que tienen que ser pocas, me van devolviendo la memoria. Anoche me fui de farra decidido a triunfar y casi me cuesta la piel. Entré en un garito de moda en busca de dama y compañía con la que compartir y hacer más llevadera esta fiebre de juventud que padezco. Así, creyendo yo que los brebajes etílicos me harían ganar en arrojo y decisión, bebía sin tener sed, que es deporte y afición bien común en estos ambientes. Es el caso que creí ver, allá entre la multitud bailonga, una hermosa mujer, o así me lo pareció, que no podría asegurarlo por no haber la luz suficiente y no tener yo otra cosa en la cabeza que alcohol y humo a partes iguales. Me pareció apreciar que de la citada hembra me llegaban mensajes de encontrarse receptiva a entablar conversación, que es paso previo y primero cuando de ligar se trata. Siendo yo conocedor de mi absoluta torpeza para interpretar mensajes provenientes de una hembra y por evitar la euforia, opté por la prudencia buscando confirmación a mi primera sospecha. Cambié de sitio observando si sus ojos me seguían, y así por más de diez veces, igualito que una mosca metida en un garrafón, dando vueltas sin descanso sin saber dónde posarme, ganando en gallardía y prestancia con cada copa que engullía. Se ha de decir aquí que mi tolerancia al alcohol ha rozado siempre el cero absoluto. Cansado ya, y por pura supervivencia, decidí iniciar el acercamiento y mostrarle a la hembra en cuestión lo fluido e ingenioso de mi conversación y los encantos de mi persona, ante los que había de caer rendida, que así es como yo me encontraba de tanto engullir brebajes, a punto de caer rendido. Anduve pues como pude la distancia que nos separaba y dando grandes voces, porque es imposible hacerse oír de otra manera en semejantes lugares, quise hablarle. Aquí se me volvió en contra mi propia lengua que, acostumbrada a degustar licores, se hacía la perezosa a la hora de pronunciar palabras. También mis pies se me pusieron en contra, que cuando quise acercarme a su primorosa oreja, para poder hablarle, me trastabille una miaja y casi se la como
¡ERES BREDIOSA!- Le dije con una voz gangosa que yo no me había oído nunca. Ella no contestó nada. Majestuosa volvió su cabeza hacia mi persona y, con un grácil gesto de asco mal disimulado, se pasó la mano por la oreja para librarla de las babas que con tanto amor le había dejado yo. Aquellos sus ojos que me habían perseguido y cautivado miraban ahora, apenas abiertos, por encima de su hombro y en su boca tenía el mismo gesto que si masticara limones. A mí me decía la cabeza que una rápida retirada era la única salida posible, pero se me negaban las piernas víctimas de la ingesta abusiva, así que no tuve otra alternativa que pedir a la dama disculpase mi vergonzosa conducta. Como pude articulé lo que sigue: -BERDONA MI DORPEZA, QUE NO HE PODIDO ENDRAR CON PEOR PIE.- Y acompañé la frase, para mayor desgracia, propinándole un magnifico pisotón en uno de los suyos, de los dos, el más cercano. Tengo por seguro que más me dolió a mí la vergüenza que a ella el pisotón. Ella, no sé si queriendo o sin quererlo, me alejó de sí con un ademán de su graciosa mano y de paso me tiró el cubalibre, el contenido por encima, el vaso hecho añicos a mis pies.
-NO TE PREOCUPES- le dije. -QUE YA ME ESTABA EMPALAGANDO- QUE HE BEBIDO DE MÁS POR VERTE QUE ME MIRABAS.
-¿QUE YO TE MIRABA? TÚ ESTÁS BORRACHO- Me dijo.
A mí, más confundido que otra cosa y bien borracho, como había dicho la moza, me entró una risa floja y tratando de evitarla se me convirtió en tos. A pesar de mis esfuerzos por mantener la compostura, tosía como tuberculoso a punto de reventar, y entre la tos y el alcohol y la risa aparecía alguna arcada. Así, en medio de aquella fiesta, entre risa, arcada y tos, vomitó mi cuerpo fuera toditas las copas que me había tomado, que me sobraban, provocando una estampida. La moza, aprovechando la estampida, se largó de allí como una búfala. Nada puedo decir en mi defensa, que son tan manifiestos los hechos que no ha litigio posible que me pudiera exculpar. Tentaciones he tenido, después, de explicarle a aquella moza que no soy yo tan repulsivo y alcohólico como pude parecer, que fue la falta de costumbre y el exceso lo que llevó mi persona a estado tan lamentable, pero no he caído en ellas, porque tengo la certeza de que hay impresiones primeras que causan tal pasmo y asombro que no es posible cambiarlas si no es con otras peores.
Haya salud y suerte.
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CAMBIO DE CHAQUETA
Cambiar de chaqueta es un deporte que, desde tiempo inmemorial, se practica en nuestro país con una soltura, un donaire y una maestría impresionante. No es deporte olímpico, si lo fuera ya tendríamos, en medallas, más oro del que cambiamos de sitio con el descubrimiento de América. Sin embargo no es de estas chaquetas de las que quiero hablar hoy en la libreta eléctrica, ni de los que las llevan puestas, porque me caliento y se me descompone el día. Es de la mía. De la que me compré hace unos días. La compré en un momento de debilidad. Me cogieron con la guardia baja. Estaba en rebajas. Un precio irrisorio para una chaqueta de este pelaje. Un chollo. Una ocasión que hay que aprovechar. –Además-, dijo mi reina, -con ella vas muy arregladito-. Todo fue culpa mía, que la vi a ella tan ilusionada por regalarme la chaqueta que no supe decir que no, no mantuve mi criterio, me dejé engatusar porque era elegante y fina a la par que informal y moderna en su justa medida, me dejé llevar al huerto entre tanta alabanza y tanta dependienta aduladora. Fui incapaz de imponer esa personalidad mía, con criterio. Un botarate, hijos. Y cambié de chaqueta. La cosa no quedó ahí. Llegó el momento de estrenarla. La ocasión lo merecía y todo un día por delante para el disfrute de tanta exquisitez.
A la vista la chaqueta es bien chula, ya lo dije, y nada dice de lo que siente quien la lleva puesta pero, por dentro, es otra cosa. Para conseguir esa figura esbelta y gallarda, a la par que moderna e informal, le han aplicado una extraña costura que viene a morir y dar vuelta en el mismísimo sobaco, a lo que se refieren las modistas cuando dicen que te tira la sisa, solo que a mí no me tira, a mí me está estrangulando, y como la sangre no me circula con la fluidez natural y necesaria, se me están empezando a dormir las manos, no tengo tacto en los dedos, se me caen hasta los cigarrillos, y me paso el tiempo moviendo los hombros como un bailarín de break dance. Al mover los hombros con este frenesí me rozan los omoplatos con otra graciosa costura que, para más firmeza, está cosida con tanza. Tanza que algún operario indolente y haragán dejo mal rematada y llenita de terminaciones en pincho. Esta costura le da a la chaqueta ese aire juvenil pero que a mí me está sirviendo para introducirme en el apasionante mundo del faquir. La cosa es que no paro de moverme en busca de una postura o acomodo que me alivie de la opresión y eso hace que esté empezando a rozarme en el cuello. Que yo, lo que se dice cuello, como tal, no tengo. Yo paso del tronco a la cabeza sin transición, es decir que la chaqueta, lo que a otro le rozaría en el cuello, a mí me roza: la mitad en la espalda, y la mitad en el cogote. Ya hace rato que solo miro de frente, me importa un pito lo que pasa a mi alrededor, porque girar el cuello abunda en la erosión. La chaqueta es moderna, actual, contemporánea, pero yo estoy seguro de que la Santa Inquisición ya tenía chaquetas de estas para ponerle a las brujas y endemoniados. Cuando pienso que me queda todo el día para disfrutar de la chaqueta me sube un sudor frio por la espalda y, al llegar el sudor a las zonas erosionadas por las costuras mencionadas, que algún desgraciado dejó como las dejó, escuece, pica, sí señor. Menos mal que hoy no me ha tocado estrenarla en algún concierto o teatro, porque si tuviera que aplaudir con las manos dormidas, las axilas depiladas y la espalda en carne viva, se me iban a saltar las lágrimas. Así que yo en cuanto entramos en cualquier sitio digo –JO, QUÉ CALOR HACE AQUÍ. Y me deshago de la chaqueta aunque el local esté a siete grados bajo cero. O se la presto a cualquier dama que la necesite como si fuera un caballero. Alguien me dice,-QUE CHAQUETA MÁS CHULA TRAES HOY. Yo solo le contesto con resignación: SI TE GUSTA MUCHO TE LA DOY. Pero no hay suerte, a nadie le gusta tanto. Me imagino lo que sería esta chaqueta si no llevara una camisa debajo. Estoy pensando en hacerme el olvidadizo y perderla donde no puedan recuperarla, o despistarme con un cigarrillo y chamuscarla donde más se vea para que quede inservible. Seria en defensa propia. Cualquier juez me dejaría en libertad sin cargos.
Acabado el día, y ya en casa, me quito la prenda de marras y solo quiero darme un baño calentito y embadurnarme con algún ungüento curativo que repare mi cuerpo torturado. Si estuviéramos en Semana Santa podría salir con cualquier cofradía. Que tengo el cuello como si me hubieran dado con una cadena, las manos dormidas, los sobacos en una llaga y la espalda como el nazareno. Algunas veces es durísimo andar elegante y moderno a la vez.
Nunca más compraré una chaqueta mirándome en el espejo, no señor, la compraré con los ojos cerrados, solo por lo que sienta con ella puesta. Si alguien la quiere que lo diga.
Haya salud y suerte.