LOS NIÑOS NO

No paro de pensar. Yo le llamo pensar. Ya me lo decían en la escuela, cuando solo era un renacuajo, que me pasaba los días “pensando” mientras los demás niños atendían al maestro. Ahora, ya mayor, como no presté atención a lo que el maestro decía, pienso mucho por mi cuenta, tontamente, sin método ni restricciones. Fijarse que digo mucho, no digo bien. Yo sé lo que está pasando aquí. El mundo, con toda su gente dentro, anda perdido y ocupado en sus asuntos. No tiene este mundo tiempo para tonterías. Hay cosas más importantes que hacer cada día que preocuparse de si este planeta y las criaturas que en el hacen vida van bien, o van mal. Esto, todos lo sabemos, es secundario. Pasa que hay un montón de vagos, con demasiado tiempo libre, que prefieren pensar esas idioteces en lugar de trajinar de sol a sol para labrarse un futuro y una posición desahogada para…??… para quien sea. Yo no soy creyente, ni me gusta hablar del padre de nadie, pero Jesucristo, o lo que cuentan de él, sí me cae bien. Si su padre era, o no era, el que él decía a mí me da igual. Otros creen en él y en su padre a pies juntillas, pero hacen lo que les da la gana y no lo que se predicó aquí hace dos mil años. Bien, que hagan lo que quieran. Si lo hicieran como el predicó, sin la codicia, esto tendría otro color, y olor, muy distinto. Digo lo del olor porque a mí me huele a podrido. Jesucristo tendría que darse otra vuelta por aquí y echar un vistazo al patio, que se nos mueren los niños de hambre en este planeta mientras pasan cientos de aviones sobre sus cabezas. Yo sigo pensando. A ver, ¿cuántos quilos de perritos calientes podría cargar un Boeing 747? Dice la wikipedia que son ciento doce toneladas. Bueno pues no vamos a cargarlo a tope, no vaya a ser que se caliente. Vamos a dejarlo en cien toneladas de cada viaje. Es verdad que con perritos calientes caminan estos chiquillos hacia una obesidad casi segura, que esas arterias van obstruirse y que, seguramente, padecerán enfermedades vasculares que darán con sus huesos en la tumba. A lo mejor sería recomendable una dieta más sana y equilibrada. Nada, quieto el avión. Por algo nuestros gobernantes no se los llevan, ellos sí piensan bien, sí escucharon lo que decía el maestro. Ya lo dije, yo pienso mucho, no bien.
Aquí se cometen a diario barbaridades que nosotros, como especie estúpida y necia que somos, tenemos por rutina, pero, ¿los niños?, parece inexplicable que se nos mueran de hambre los niños en este tiempo de derroche, consumo y montones de basura que vivimos, mientras nos preocupamos de si algún futbolista anda triste. Sí, tendría que volver por aquí Jesucristo, pero con más palo y menos prédica. Si viene otra vez con la intención de redimir pecadores que se prepare, porque a estas alturas, con el número de pecadores y la cantidad, calidad y naturaleza de nuestros pecados, tiene un trabajo grande y penoso. A convertir ya no hace falta que venga que dentro de los suyos propios, en su propia iglesia, tiene pecadores más que de sobra para crucificarlo, al menos, una docena de veces. También depende de dónde caiga esta vez. Aquí, en occidente, seguramente no lo crucificaríamos así que lo de resucitar al tercer día no procede. Un hombre como él predicando por las calles el amor, la generosidad, la compasión y todas esas inconveniencias, y diciendo que es el hijo de Dios, acabaría en algún sanatorio mental, eso sí, con la correcta medicación y supervisión de un equipo médico de fantásticos profesionales. Lo que no sé es si babeando por los pasillos redimiría nuestros pecados igual que en la cruz. Puede que sí, que redimiera nuestros pecados, casi todos nuestros pecados, lo de los niños no, eso no creo que tenga redención. Hoy me ha dado por esta cuestión de los niños, ya ves. Pura demagogia. Como no presté atención a lo que decía el maestro confundo las cosas. No me enteré de que lo que es pura verdad y pone en peligro tanta comodidad, ahora se llama demagogia y lo que era demagogia y permite seguir con este ritmo de burdel que llevamos, ahora es verdad cierta. Podemos echar la culpa a toda esa manada de sopla poyas que gobiernan nuestras vidas, gente vendida a Don dinero. Podemos dejar que se ocupen del asunto los misioneros, que tienen enorme corazón y usan la conciencia. O sencillamente seguir hacia adelante, pasar un mal traguito de vez en cuando, aportar alguna moneda y llevar con resignación la idea demagoga y populista de que somos todos unos hijos de la grandísima puta.
Haya salud y suerte.

CHARITO, LA RUBIA DE ARMAS TOMAR.

En una pequeña ciudad, encima de la puerta de una cantina, había un enorme cartel en el que podía leerse, en letras grandes y mayúsculas, LOS COJOS NO PUEDEN ENTRAR EN ESTE LOCAL. Severiano, el dueño del establecimiento, había colocado aquel letrero cuando su mujer, Charito, rubia de armas tomar y cuerpo concebido para el pecado, lo dejó plantado para liarse con Fito el cojo. Salieron pitando a bordo de un potente descapotable que Fito se compró con el dinero de un boleto premiado. Nunca se volvió a saber de ellos. A Severiano, le llegaron los papeles del divorcio de manos de un abogado y acabó firmándolos a cambio de una bonita cifra. Charito, la rubia de armas tomar, no solo había abandonado a Severiano. Días después de su estampida apareció muerto un mecánico del pueblo. Se llamaba Leo. Lo encontraron colgando de una cuerda, desnudo y con una foto de Charito garabateada a sus pies. La nota decía: “Me mato por imbécil, y rezo, desde lo más profundo de mi concupiscencia, para que el cojo y esta mala puta revienten contra cualquier poste”. Toda la ciudad anduvo revuelta y murmurando unos cuantos días con aquel asunto de Charito, del mecánico suicida y de la perfecta redacción y caligrafía de la nota manuscrita
Fue un domingo cualquiera después de misa, con la cantina repleta de gente, cuando algunos parroquianos vieron que se acercaba un cojo. A medida que se acercaba observaron que la cojera era la característica menos llamativa de aquel individuo. Nadie le habría puesto el sobrenombre de “el cojo” al personaje que se acercaba lentamente a la cantina. Vestía todo él de negro y la piel tostada que se adivinaba entre la barba de ocho días parecía parte del vestuario. Dos finísimas rendijas, que parecían hechas con una cuchilla, con unas pestañas finas, blancas y cortas indicaban que allí detrás, bajo el ala del sombrero, pudiera haber ojos. Con otra cuchillada le habían hecho la boca. No tenía labios. Parecía hecho en cartón piedra por un fabricante de marionetas. El cojo se iba haciendo más y más grande a medida que se acercaba a la puerta. En la cantina, avisados los unos por los otros, todo el mundo estaba pendiente de lo que pasaba en la puerta. Muchos salieron a la calle buscando lugar a salvo de lo que pudiera pasar. Otros se quedaron dentro, por ver si el cojo entraba o no entraba. Lo que era seguro es que nadie había visto en toda su vida un cojo tan enorme y siniestro como aquel.
Cuando llegó a la puerta y leyó el enorme letrero el cojo no se inmutó. Se rascó la nuca con parsimonia por debajo del ala del sombrero y en aquella boca sin labios se dibujo una sonrisa extraña que dejaba ver tres dientes de oro. Echó otro vistazo desganado al cartel, se ajustó el sombrero mientras agachaba la cabeza para evitar golpearse con el marco y, mientras entraba en la cantina, con voz cansada dejó salir silbando por entre aquellos dientes. – Atajo de hijos de puta- Dio dos pasos dentro de la cantina, se paró y miró desafiante alrededor. Nadie dijo una palabra, la mayoría disimuló como si aquello de que un cojo entrara en la cantina fuera cosa anodina y sin sustancia. El cojo caminó hasta la barra y allí pidió un vaso bien grande de vino. Mientras el cojo bebía alguno de los presentes, deseoso de tragedia, se llegó hasta casa de Severiano para decirle que un cojo, grande y siniestro, se estaba bebiendo un buen vaso de vino en su local y que no tenía aspecto de asustarse fácilmente. Cuando Severiano llegó a la cantina el cojo estaba sentado a una mesa, tenía un cuaderno delante y dibujaba distraído con un lápiz. A nadie parecía importarle que un cojo bebiera tranquilamente en una cantina donde no había entrado un cojo en los últimos treinta años. Severiano se acercó decidido a echar a aquel cojo de su establecimiento pero se quedó mudo cuando vio lo que dibujaba en su cuaderno. Era una mujer desnuda, rubia, despampanante, era Charito, la rubia de armas tomar, en sus mejores tiempos. Al pie del dibujo había escrito en letras grandes y mayúsculas –ES DE LAS RUBIAS DE QUIEN HAS DE MANTENERTE ALEJADO, NO DE LOS COJOS.
Haya salud y suerte.