VACACIONES. Capítulo IV

Diario de a bordo del Flor de Planyol. 10 de agosto de 2011.
Superado este complicado episodio es llegado el momento de poner en conocimiento de la tripulación los fallos mecánicos que vengo sufriendo en soledad. Explicados los pormenores del fallo mecánico y mis peores sospechas, el contramaestre se queda pensativo, sopesando la situación y sentencia:
-¿Y si nos tomamos una cervecita mientras damos unos cañazos?
A las doce horas y quince minutos decidimos amarrar el barco en zona de descanso y llamar a la base para comunicar nuestros problemas mecánicos. Voy a recordar aquí que estamos en Francia, que en Francia se habla francés y que en España el francés ya todos sabemos lo que es. Yo no hablo francés, Elvira habla español, y mucho, Txugui habla muy bien, pero en italiano, y Blanca habla perfectamente el inglés. Establezco comunicación con la base. Me ponen en contacto con una empleada que habla español. Pongo en su conocimiento nuestro problema y situación geográfica. Tendremos que esperar. Ella va a contactar con el departamento de reparaciones, averías y putadas varias y se pondrá en comunicación con nuestro buque. En el río calma chicha. En el barco calma tensa. A la una horas y dieciocho minutos nos ponemos a preparar macarrones con pollo. Txugui saca las cañas. Blanca está canturreando y optimista, como casi siempre. Elvira empieza a pensar que soy gafe. No se imagina que, desde que pasamos la esclusa donde conocimos la fatalidad náutica, estamos entrando en lo que yo llamo un bucle de circunstancias calamitosas concatenadas. Un bucle en que las circunstancias y los tiempos interactúan para producir el efecto bola de nieve. Un bucle del que si no salimos a tiempo acabará por arrastrarnos a lo que se conoce como tragedia cómico-estúpida. Un bucle de los que yo he vivido docenas de veces. Yo entonces tampoco lo sabía, lo supe más tarde. Ya diré cuando.
A las catorce horas y quince minutos la comida está lista, la mesa puesta y la tripulación hambrienta. Entonces suena el teléfono. Me habla la empleada que sabe español y me dice:
-Digijamse al embagcadego de La Madelaine, que está a unos quinientos metgos gío agiba. El mecánico estagá con ustedes en tgeinta minutos.
De momento nos quedamos sin macagones con pollo. Todos a sus puestos. Proa contra corriente, motor a plena potencia, que en este caso es como decir nada. Nos vamos a La Madelaine. Quinientos metros río arriba. Aquí estamos los cuatro, en nuestros puestos, erguidos, mirando al frente con decisión, el motor ruge, hago sonar la bocina para saludar a una familia de caracoles que nos adelanta por la derecha. El Flor de Planyol remonta el río, orgulloso, a velocidad de dos metros por minuto. Nos miramos unos a otros, no decimos nada, pero todos pensamos lo mismo. “Creo que estamos metidos en una película de los hermanos Marx”.
A las quince horas y siete minutos atracamos en el muelle de La Madelaine. A las quince treinta llega el mecánico. Baja despreocupado y alegre por la rampa que conduce al muelle, con el equipo de reparación en su mano izquierda. Un destornillador, un bote de Tres en uno y un trapo. Nos han mandado a Popeye. Aquí es donde yo pude sentir, con escalofriante certeza, que el bucle nos engullía. Popeye habla algo de español, pero yo creo que lo aprendió de un niño de quince meses, porque apunta con su dedo al río y dice –“agua”, me apunta a mí y dice –“capitán”, luego nos mira a todos y suelta –“bagco con pgoblemas, sí”. Como puedo le hago saber los síntomas que, según mi humilde opinión, indican una avería en la transmisión. Popeye no me hace ni caso pero a mí esto no me importa, porque ya estoy acostumbrado, Elvira y Blanca tampoco me lo hacen. Desarma con su destornillador la caja del timón y reparte Tres en uno sin miramiento. Arranca y prueba. Nada, no funciona. Desarma con su destornillador la palanca de mando y vuelve a rociar con su Tres en uno. Arranca y prueba. Nada, no funciona. Desarma con su destornillador la pestañita del embrague y suelta otro generosa ración de su Tres en uno. Arranca y prueba. Nada, no funciona. Yo insisto en que a mi juicio la avería es cosa de la transmisión. Elvira, que no da crédito a lo que está viendo, se lleva los macarrones a lugar seguro porque peligra que Popeye los rocíe con su Tres en uno. Popeye vuelve a montar lo desmontado, el Tres en uno chorrea por todas partes, Popeye lo limpia con el trapo, que para eso lo traía. Arranca y prueba. Nada, no funciona. Ahora le toca al compartimento del motor. La misma técnica, tres en uno a manta. El Tres en uno debe de estar en oferta aquí en Francia. Mi contramaestre, Txugui, me comenta en voz baja:
-Ten cuidado, que no te de la tos, porque, como hay Dios que te rocía la garganta con el Tres en uno.
Popeye ha encontrado la avería, o eso dice él. La hélice se ha atascado, algún cable, cuerda o serpiente fluvial ha ido a enredarse en la hélice. ¡Seguro! Es necesario sacar el barco del agua o bien sumergirse bajo este cascarón, liberar la hélice y listo, a navegar.
-Pego yo no se nadag. Dice Popeye.
Silencio silencioso. Popeye me mira, yo miro a Elvira, Elvira mira a Txugui, Txugui mira a blanca, Blanca mira a Popeye y Popeye me mira a mí.
El bucle se nos está tragando sin remisión.
Como capitán del Flor de Planyol, y por salvar nuestras vacaciones, cargo sobre mis espaldas con el enorme sacrificio de sumergirme en estas aguas marrones por las que cientos de barcos transitan, cada día, bombeando alegremente sus caquitas al exterior. Traspaso el mando del Flor de Planyol a mi contramaestre y paso a ser submarinista de la armada francesa.

VACACIONES. Capítulo III

Dario de a bordo del Flor de Planyol. 10 de agosto de 2011.
El canal, como dijo Txugui, está llenito de barcos. Unos van y otro viene. El que viene es mucho más grande que el nuestro y los que se cruzan con él las pasan bien canutas. Nosotros no nos cruzamos con él. Nos rozamos, que es una técnica singular que solo algunos capitanes, con tripulación especialmente entrenada, sabemos utilizar. Pasado este peligro se nos ordena amarrar el barco a la orilla, como han hecho los barcos que nos preceden. La orden ha venido pasando de barco en barco, sin que se sepa muy bien de quién ha salido ni por qué. El agua está embarrada, no se ve el fondo, la maniobra se complica y, aunque yo no digo nada, esta cafetera flotante vuelve a fallar, no responde, así es que solo dispongo de un diez por ciento de la potencia para el atraque. La maniobra se complica, ya lo dije, así que atracamos el barco a la española, que es una maniobra complicadísima al alcance de muy pocos marinos. Consiste en chocar contra otro barco que ya esté amarrado y después, mientras se gira el timón con decisión poniendo la palanca de mando en “atrás a toda máquina”, embarrancar contra las hierbas de la orilla. Todo esto entre grandes voces y órdenes de marinería. Aquí ya no es necesario amarrar el barco porque está encallado. Porque el agua estaba embarrada y no se veía el fondo.
Elvira y Txugui saltan a tierra y se van río abajo en busca de las razones por las que estamos en esta situación. Minutos más tarde aparecen de vuelta. Elvira tiene los ojos como platos y por los ademanes que nos hacen con los brazos se diría que, canal abajo, está King Kong bañándose y dando manotazos. No es King Kong, es una máquina monstruosa que está dragando el fondo del canal. Precisamente hoy. Dicen que semejante monstruo solo deja un espacio libre de poco más de tres metros para pasar con el barco. El barco mide tres metros de ancho sin contar las bollas de rozamiento. Aunque en este caso la técnica del rozamiento no es aconsejable. Dicho esto, Elvira y Txugui se vuelven hacia la esclusa para esperar nuestro turno y darnos aviso cuando proceda. A bordo quedamos Blanca y el que escribe, a la espera y bien dispuestos.
Mientras esperamos el turno voy a aprovechar para explicar lo que son las esclusas y cómo se ha de proceder en ellas.
ESCLUSA. Una esclusa es un compartimento con compuertas de entrada y salida, que se construye en un canal de navegación para que los barcos puedan pasar de un tramo a otro de distinto nivel, para lo cual se llena de agua o se vacía el espacio comprendido entre compuertas. Más claro, el agua.
Cómo preceder para el paso de una esclusa: Si al llegar a una esclusa las compuertas están abiertas, metemos el barco entre los muros de hormigón que forman la esclusa y lo amarramos de forma que no se mueva pero que pueda subir y bajar de nivel (cosas de nudos y esas gaitas). Si las compuertas no están abiertas es conveniente abrirlas, porque cerradas no se puede meter el barco. Después, si descendemos de nivel se ha de vaciar la esclusa, si subimos de nivel se ha de llenar. Siempre teniendo presente que antes del llenado o vaciado se han de cerrar las compuertas que lo permiten, que si no podemos estar tres días pasando agua de un lado al otro sin resultado. Las compuertas constan de dos hojas cada una y se necesitan dos operarios para manejarlas. Todos estos mecanismos de compuerta son accionados manualmente por medio de manivelas. Estas manivelas tienen una especial particularidad: una vez que la compuerta ha llegado al final de su recorrido, si seguimos dando vueltas a la manivela, esta, la manivela, por medio de no sé qué estúpido sistema, parece acumular las vueltas de más que le das y si la sueltas distraídamente, te las devuelve todas, pero a velocidad de espanto. Como una hélice de avión. Una vez terminada esta tarea, los operarios que la han llevado a cabo, han de abrir las compuertas de salida, soltar amarras y volver al barco rápidamente por unas larguísimas escaleras, especialmente diseñadas para matarse, porque si no se quedan en tierra. Todo esto es, de por sí, un trabajo duro. Y se endurece todavía más por una cuestión que en las esclusas es inevitable. Por alguna extraña razón, todos los que se apuntan a este menester, yo lo pude comprobar en mis propias carnes, sufren un repentino aceleramiento en sus acciones. Así que se agarra uno a la manivela, se apodera de su cuerpo un afán competitivo por cerrar la compuerta antes que la de su camarada, y es tal el frenesí con que se accionan las manivelas que más parece una olimpiada que un paseo en barco.
Elvira y Txugui nos están haciendo señas. Ya nos toca sortear el monstruo dragador y entrar en la esclusa. Blanca y yo nos ponemos a la faena. Primero tenemos que desencallar este trasto del barro. Lo intentamos con el motor pero la poca potencia que entrega (esto Blanca no lo sabe, solo lo sé yo) no es suficiente. Lo intentamos con los bicheros (pértigas de madera que el barco lleva para ayudarse en las maniobras) y tampoco somos capaces. Yo intento ayudar con el motor mientras Blanca suda sangre con el bichero. Dejo el motor en atrás a toda máquina y me largo corriendo a empujar con Blanca. Vuelvo corriendo al puesto de mando por si las moscas, no vaya a ser que de repente empiece este chisme a funcionar y nos salgamos del canal por la otra orilla sin nadie que tire de la palanca y pare las máquinas. Corro otra vez a popa. Ahora vuelvo al puesto de mando, atrás a toda, atrás a toda, atrás a toda, cojones, atrás a toda. El motor ruge pero la hélice debe de dar tres vueltas por minuto. Nada, que no salimos de aquí. La situación empieza a ser más que tensa, estamos sudando, corriendo de un lado a otro, intentándolo todo, ya no sé qué hacer. Vuelvo, una vez más, a colocar la palanca en atrás a toda, y grito:
–Atenta Blanca, muy atenta ahora, tenemos que sacar el barco de aquí.
Acelero a fondo, el motor ruge, yo rezo, Blanca está…Blanca está, con una sangre fría como solo un lobo de mar puede tener, hablando por teléfono en la popa del barco, con la misma tranquilidad que en una cafetería de la costa azul. Aquí, en este punto, yo coloco la palanca en punto muerto, motor a ralentí, me voy a popa, cojo el bichero, lo hinco en el fondo, y por mis cojones que este chisme lo saco de aquí. Yo no soy amigo de contar hazañas ni de dármelas de fuerte, pero juro que así salió el Flor de Planyol de aquella ciénaga.
Ahora nos toca sortear la dragadora de marras. Por extraño que parezca, esto fue coser y cantar. Seguimos hacia la esclusa a velocidad de deriva, porque este cascarón no quiere componerse. Allí nos esperan Elvira y Txugui, prestos a la faena, con las manivelas preparadas. Entramos en la esclusa, lanzamos los cabos (quiero decir que les tiramos las cuerdas a Elvira y Txugui para que aten el barco), cierran las compuertas de popa, y a esperar que se vacíe. Una vez vaciada la esclusa, Elvira y Txugui abren las compuertas de salida. Txugui le da a la manivela unas cuantas vueltas de más, el día está siendo muy trabajoso, la tensión ha sido mucha, queremos salir de aquí cuanto antes, Txugui le sigue dando vueltas, Elvira dice que ya vale, está cansada y sudorosa, Txugui le da otro par de vueltas, la manivela se escapa. Parece un ventilador. (Véase el apartado ESCLUSA) Cómo dicen por mi tierra –“Pa haberse matao”. Por fortuna la manivela golpeó a mi contramaestre en un brazo oblicuamente, de soslayo, al sesgo, o sea, de refilón. Esto lo supimos cuando mi contramaestre volvió al barco. Que de su boca no salió queja alguna a pesar de tener un moretón sanguinolento del tamaño de una zapatilla.
Todos a bordo. Nos vamos de aquí, de este canal donde mora la fatalidad náutica.

VACACIONES. Capítulo II

Diario de a bordo del Flor de Planyol. 9 de agosto de 2011.
Navegamos por el río Lot corriente abajo a velocidad de crucero, o lo que es lo mismo, a velocidad casi cero. Avistamos la primera esclusa. La tripulación se muestra nerviosa y con curiosidad. Es nuestra primera esclusa. Yo tengo serias dudas de mi capacidad para meter el buque entre esas dos paredes de hormigón. La superamos sin dificultad porque es la primera y hay un monitor supervisando la maniobra. A partir de aquí el monitor desaparece, pero los nervios no. Continuamos navegando plácidamente durante toda la tarde. Cruzamos tres esclusas más, con nervios, pero sin contratiempos. Al abandonar la última esclusa el barco no responde, el motor acelera pero este cascarón no avanza. Esto dura medio minuto. A las ocho de la tarde amarramos en la orilla sur para cenar y pasar nuestra primera noche a bordo. Un atardecer precioso. En el río reina una calma chicha, lo que hace dudar seriamente de que estas aguas vayan a alguna parte. Txugui, el contramaestre, está en la cubierta superior con sus cañas y aparejos de pesca. Él es feliz con una cerveza y desenredando tanzas. Elvira y Blanca charlan, se ríen y hacen fotografías. Reina un ambiente optimista entre la tripulación.
La cena se compone de huevos fritos y embutido. A mí este menú no me parece muy marinero. Pasamos la velada jugando al tute. Elvira no sabe jugar así que, sobre la marcha, le vamos enseñando los pormenores del juego. A Elvira no le apetece aprender este juego pero nosotros hemos decidido que va a aprender a jugar, quiera o no quiera. A las dos de la madrugada damos por finalizada la última partida de cartas. Elvira no aprende. No obedece a su capitán.
Descripción del Flor de Planyol. Si entendemos por barco: artilugio que flota, el Flor de Planyol es un barco. Si ampliamos el concepto y entendemos por barco algo más sofisticado, entonces el Flor de Planyol es un trillo de las habas, que también flota, pero no es un barco. Sea lo que sea, tiene dos camarotes. Uno a proa y otro a popa. Cada uno de ellos tiene una colchoneta de matrimonio y otra individual. La zona central alberga la cocina, el salón comedor, el puesto de mando, la sala de reuniones, el recibidor y la despensa. Bien entendido que las estancias anteriormente citadas son todas una misma, única e indivisible. Lo que cambia es su nombre en función de la actividad que allí se lleva a cabo. Entre esta zona central y el camarote de proa se encuentra le sección de aseo personal y necesidades fisiológicas. A babor tenemos un zulo de 80cm de ancho, por 90cm de fondo y 190cm de alto destinado a lavabo-ducha. Aquí no hace falta jabón porque ya te frotas bastante contra las paredes. A estribor tenemos un habitáculo (que en lenguaje marinero quiere decir: donde habita el culo) aún más reducido destinado a retrete, también llamado cuarto de deposiciones por lo dificilísimo que resulta hallar posición en él. Allí, una vez depositadas las caquitas, son lanzadas al exterior, al río, accionando manualmente una bomba. Esta maniobra ha de hacerse con energía, lo que resulta bien trabajoso en espacio tan reducido. Otra opción sería cagar por la borda, bien agarrados a la barandilla, directamente al río, y ahorrarnos el trabajo de bombeo.
10 de agosto de 2011—Como capitán del Flor de Planyol me levanto cuando me da la gana. La tripulación, por el contrario, tiene que levantarse cuando quiera. Txugui, por ejemplo, ya lleva dos horas trasteando con sus aparejos por cubierta. Justo encima de mi camarote. Atendido el aseo personal y desayunados, iniciamos la navegación. Avante a toda, pienso yo, pero solo lo pienso, porque esta barcaza no obedece. El motor ruge con potencia, pero el buque no avanza. Esto dura un minuto, después todo vuelve a la normalidad. A flotar río abajo. Aquí el libro de ruta pone los pelos de punta, nos acercamos a la más dificultosa de las esclusas. El canal de acceso es muy estrecho y largo, ha de estarse muy atento al cruce con otros barcos, que los hay. Ha de tenerse especial atención a la profundidad del mismo, que no la hay. Aquí es donde un capitán y su tripulación muestran la pasta de la que están hechos.
No sé si lo sabíais, pero los barcos no frenan. Ha de utilizarse la marcha atrás, por lo que las maniobras de atraque, de aproximación, de esquiva o de lo que sean, han de hacerse con sumo cuidado y siempre manejando el timón y la palanca de marcha adelante/atrás.
Nos acercamos al canal de entrada de la esclusa. Es larguísimo y no se ve el final, por lo que no sabemos si nos encontraremos tráfico. Hay una cosa que se llama fatalidad náutica, yo no la conocía. Pues está aquí, en este canal.
Txugui, el contramaestre, que va en proa ojo avizor da la voz de alarma.
-Todos a sus puestos y atentos, que este canal está infestado de barcos. En la bañera de mi casa hay más profundidad que aquí.

VACACIONES

VACACIONES.
Empieza a ser una costumbre, bien lamentable por mi parte, pedir perdón por mantener la libreta eléctrica en silencio. Esta vez han sido tres meses, me lo recuerda Ana, mi más fiel lectora. Como tampoco sé si hay muchas o pocas personas que echen de menos lo que yo apunto en la libreta, pediré un perdón generalizado, como si fuesen miles. Esta vez, como las anteriores, no tengo una disculpa clara y contundente que me exculpe, si acaso las vacaciones que han estado por el medio y el tiempo veraniego que invita a la pereza. Podría decir que tengo otras cosas que hacer, que yo no me gano la vida con esto, pero eso sería una descortesía para los que aquí, en la libreta eléctrica, acostumbran a poner sus ojos. Sería cuestión de escribir ahora un cuento, relato o historia, tan apasionante y divertida, que hiciese olvidar a todos el periodo de silencio, pero mucho me temo que no va a poder ser. Tampoco me pide hoy el cuerpo guerra ni crítica, que ya están las cosas bastante sucias y penosas. Voy a contar entonces las extrañas vacaciones que este verano he sufrido, y se verá en el relato por qué escribo sufrido, y no disfrutado. Tendré que hacerlo por capítulos, que no quiero resultar pesado y presentar ocho folios de una vez después de tanto tiempo sin una letra.
VACACIONES-Capítulo 1
Todo empezó en Mayo, cuando mi reina encontró unas vacaciones diferentes. Nada de viajes de avión (que a mí el avión me resulta insufrible, no porque le tenga yo miedo, no, que va, es que le tengo terror) ni paraísos antípodas. Un sencillo, relajante, romántico y novedoso crucero fluvial. La cosa pintaba divertida, porque el barco se alquila sin capitán, ni piloto, ni grumete. Nosotros mismos gobernaríamos el buque. A tan intrépida empresa nos apuntamos con otra pareja, amigos nuestros, que mostraba tanta osadía o más que la nuestra. Ya sé que parece mentira que, sin experiencia naval alguna, nos dejen a los de tierra adentro navegar libremente por el río a bordo de una embarcación de diez metros de eslora (de eslora quiere decir de largo, es por ir metiéndonos en ambiente). A mí también me lo pareció, pero así era. Llegado agosto, para iniciar el crucero nos dirigimos a Francia, a la región del río Lot. Allí nos dieron las instrucciones pertinentes, pocas. Las indicaciones también pertinentes, también pocas. El mapa del río con la ruta a seguir, la situación de las esclusas que tendríamos que pasar, muchas, y los peligros a evitar, también muchos. Fui nombrado, por unanimidad (aunque yo creo que fue por quitarse los demás el muerto de encima), capitán de la expedición y nos asignaron el buque ansiado. Flor de Planyol era su nombre.
Flor de Planyol es el nombre de un barco. Un día fue un barco flamante y rumboso que surcaba las aguas del río Lot arriba y abajo, incansable y marinero. Una naviera, dedicada al turismo, lo alquilaba para cruceros fluviales, así que durante años soportó capitanes y timoneles de todas las cataduras. Alojó en sus entrañas familias de niños traviesos y desordenados, parejas de enamorados tiernos y cuidadosos, grupos de amigos aspirantes a pirata y un sin fin de seres humanos de buenos y malos modales. Vivió borracheras memorables, peleas, reconciliaciones, pasiones inolvidables, cumpleaños, negociaciones y rupturas. Todo esto y el tiempo, que no conoce la piedad, lo convirtieron en la cafetera flotante que yo conocí aquella mañana de agosto del dos mil once. He de reconocer que toda mi experiencia como navegante, antes de capitanear el Flor de Planyol, se reducía a gobernar, a manotadas, la cámara inflada de un neumático de camión por las tranquilas aguas del pantano de mi pueblo, expuesto al mayor y único peligro de clavarse la válvula en el culo. Aún así, como capitán y antes de seguir, he de dejar mi nombre y persona, y el de mi tripulación, libre de toda culpa en relación a los acontecimientos que en adelante se van a contar.
Diario de a bordo del Flor de Planyol. Nueve de agosto del año dos mil once. En el día de hoy, yo, Chambombo, tomo posesión y mando de esta cafetera que se me entrega, haciéndola pasar por barco, cuando son las dos de la tarde. Forman mi tripulación: como segundo de a bordo el contramaestre Jesús A.B. Alias Txugui. El resto de los ocupantes de este navío, es decir, mi reina, alias Elvira, y la correspondiente por parte del contramaestre, alias Blanca, se niegan a aceptar más autoridad que la suya propia, por lo que los asuntos de marinería y disciplina empiezan a ponerse feos desde ya. De obediencia mejor no hablamos. Como capitán superviso y colaboro en la carga de cerveza, víveres, cerveza, enseres de pesca y ocio y más cerveza. Compruebo que todos los aparejos y maquinaria funcionan a satisfacción, que no entra agua por ningún maldito agujero, y doy las últimas órdenes antes de iniciar la navegación. Aquí da comienzo la travesía.
¡Avante a toda!
– Este cacharro no va. No tira bien.
Fueron mis primeras palabras. Se nos olvidó soltar la amarra de popa, casi nos llevamos el embarcadero al medio del río.