IMPOTENCIA

Hoy en la obra nos hemos esforzado de lo lindo. No lo digo por cuestiones laborales, que también. Nos hemos puesto importantes y serios, como todos esos contertulios, expertos en no se sabe muy bien qué, que juzgan, enseñan, aconsejan, y algunas veces opinan desde radios y televisiones. Lo digo porque, fieles a nuestra costumbre, nos hemos puesto a buscar una palabra con la que llamar a eso que respiran los paisanos, (un contertulio no diría paisano, diría ciudadano medio) de este país. Es una especie de peste que empieza a inundarlo todo. Como una resignación enfermiza y contagiosa. Para la hora del bocadillo todavía no teníamos acuerdo, pero la seriedad se nos había pasado. Después, con la tripa llena y el sentido del humor, que en esta obra es como el casco, de uso obligatorio, las ideas empezaron a fluir y aclararse. El caso es que nos hemos puesto de acuerdo los tres en que lo que se respira, lo que se palpa, lo que se contagia, lo que se extiende como plaga por el territorio nacional: es la impotencia. Impotencia, esa es la palabra.
No ha sido fácil, no señor. Porque la impotencia no se comparte ni se siente como algo colectivo. La impotencia se sufre, como las famosas hemorroides, en silencio y soledad. La impotencia corroe, desde dentro, otros sentimientos más nobles y elevados, y cocinada a fuego lento nos aporta ese espeso caldo de rencores, venganzas y revanchismo que en este país tanto alimenta. Impotencia por toda esa cantidad de derechos ganados que nos están robando, por todas esas instituciones que pagamos y no nos sirven. Impotencia ante empresas todo poderosas que nos menosprecian, ante arrogantes incompetentes que nos ningunean. Impotencia ante el poderoso Don dinero al que se someten y sirven nuestros gobernantes, defensores y garantes.
Ya está, la encontramos. Menuda mierda de día.
Haya salud y suerte.

PROPAGANDA.

Pensaba yo, no sin fundamento, que ya nada podía encontrarse en este mundo sin tener que pagar por ello, cuando de morros topeme con el sin par artilugio. El artilugio en cuestión no es otro que uno de los cientos, miles, millones de bolígrafos que infinidad de empresas escupen al mundo sin descanso, con sus nombres rotulados en ellos. A mí, como el mundo de la papelería y la escritura me fascina y esclaviza, que siempre estoy dispuesto a estrenar y probar bolígrafos y cuadernos, me llamó la atención.
¿Qué empuja a una gran marca de piensos para la cría y engorde de ganado vacuno, a repartir y colocar por medio mundo, totalmente gratis, una cantidad incalculable de bolígrafos? ¿A qué obedece este compulsivo comportamiento? Tal vez desean que no haya un solo ganadero en el mundo sin un bolígrafo con que rellenar su quiniela. Ellos, los “creativos”, lo llaman marketing, merchandaisin o algo así. Nosotros, en la obra, lo llamamos propaganda y no sé si alguna vez alguien ha comprado, este o aquel pienso, por culpa de un bolígrafo de estos. Yo no lo creo. En fin, a quién le importa. Vamos al bolígrafo gratuito que es lo realmente sorprendente.
Tienen estos bolígrafos en su currículo una particularidad común a todos ellos, nadie sabe cómo llegaron a sus manos. Un buen día aparecen y nadie sabe ni pregunta. Sorprende en este caso, por no tener yo nada que ver con el nutritivo mundo de los piensos, ni de la cría y engorde de animal alguno que no sea el que escribe.
Es el caso que recuerdo haberlo visto rodando por mi mesa, como ofreciéndose voluntarioso, con sus colores rojo y crema, y sus insolentes letras doradas. Jamás lo utilicé. Pasó la mitad de su tiempo en un bote con la punta mirando al techo, con el peligro que tal postura tiene para un bolígrafo de medio pelo, por carecer de los innovadores sistemas anti-retroceso que encarecerían el precio final de un artículo que ha de ser gratuito. Aún así, nunca dio muestras de derrame ni nada que se le parezca.
Habitó, siempre ocioso, todos y cada uno de los cajones que había en la casa y desapareció nuevo, anónimo y despreciado en una de las muchas mudanzas que en mi vida han sido.
Durante años durmió el sueño de los justos en una de esas cajas de mudanza que se cierran en la vieja casa y así, sin abrir, adornan el trastero de la nueva. Cómo abandonó esa caja y se presentó hoy ante mí, es un misterio. También es un misterio dónde han ido a parar los cientos de bolígrafos BIC que he empezado en mi vida y nunca vi terminados. O los cientos de mecheros que yo he estrenado (porque yo soy un maldito fumador, que no se olvide esto) pero que nunca he conservado el tiempo suficiente para verlos gastados. ¿Dónde están? ¿En qué lugar se amontonan, por millones, estos artículos? El caso es que las circunstancias me obligan a utilizarlo y contra todo pronóstico, ¡ESCRIBE! Después del tiempo transcurrido y a pesar de su condición de gratuito, escribe perfectamente. Por cero pesetas, un magnífico bolígrafo, fiable, de formas estilizadas y exclusivo diseño. Un bolígrafo de propaganda. Accionado por botón percutor, con sistema de transmisión sobre muelle pivotante que permite escamotear la barra de tinta en el interior del fuselaje, protegiendo la punta de ataque de posibles golpes indeseables que dañarían la micro-esfera distribuidora, mecanismo indispensable para la correcta regulación del caudal de tinta. Patilla de acero cromado para la correcta sujeción al bolsillo. Arandela metálica con baño dorado para la perfecta unión de los dos cuerpos del fuselaje. Carcasa delantera con recubrimiento de caucho para proporcionar un tacto agradable y un óptimo ajuste a la mano. Una maravilla, algo increíble en definitiva, un derroche de ingenio y tecnología al alcance de cualquiera, totalmente gratuito, señores, que no todo es mercadería y ambición en este mundo. No perdamos la esperanza, alguna gran marca nos sorprenderá un día de estos con su propaganda impresa en estupendos jamones que repartirá generosamente por esos mundos de Dios. Haya salud y suerte.

RIESGO

Aquí, en la obra, todos sabemos que la nuestra es una profesión de riesgo. Lo dicen las estadísticas, pero nosotros no acudimos al trabajo con esta idea en la cabeza. Supongo que nadie acude al trabajo con semejante sensación. No sé si a los toreros, que se la juegan a ras del suelo, sin un triste andamio al que subirse cuando la bestia se arranca resoplando, se les pasa por la cabeza la estadística. Además, aunque la estadística no lo diga, el riesgo surge allí donde menos te lo esperas.
Yo he estado dos veces a punto de matarme. Una ya hace años, en accidente de tráfico. La otra, ayer por la tarde. Donde menos me lo esperaba, allí me vi con la de la guadaña, recogidita, silenciosa y dispuesta a convertirme en estadística. Cuando yo entré en el cuarto de baño, no me percaté de su presencia. Yo llegué con mi libro y solo quería un ratito de intimidad escatológica. Nada más. Es bien penoso, y poco fotogénico, tener que lidiar con la muerte y sus embestidas con los pantalones por las rodillas, pero así los tenía cuando me dispuse a sentarme en la taza del wáter. Fue entonces, en el último momento, cuando vi con horror que el asiento no estaba puesto, que mi culito se iba a posar directamente sobre la fría porcelana. Esa sensación siempre me ha sobrecogido, se me eriza el cabello y un pánico cerval asciende por mi cuerpo, por dentro, hasta la nuca. La reacción, la mía, fue automática, en una fracción de segundo, como una gacela ante su depredador, por todos los medios intente abortar el descenso y a un mismo tiempo bajar el asiento. Entonces, resbalé. Este momento de indefensión y desamparo, este instante crítico, este punto de no retorno, es lo que yo llamo “la mutación del cuarto de baño”. Un simple resbalón convierte un entrañable y acogedor cuarto de baño en algo mucho peor que una cámara de tortura. Todo su mobiliario, (recordemos que el cuarto de baño es la única estancia de la casa donde los muebles están atornillados al suelo y esto los hace mucho más contundentes y dañinos en caso de golpeo) todas sus esquinas y aristas, todos sus bordes, cantos y vértices cobran vida. Todos giran ansiosos en busca de alguno de tus huesos, quieren romperlos, machacar tus tendones, dislocar tus articulaciones y hematomizar tu cuerpo. La palabra hematomizar no existe, me la acabo de inventar, pero dice exactamente lo que quiero decir.
Resbalé y el cuarto de baño mutó. Un pantalón por las rodillas no favorece la defensa, la dificulta, y mucho. Intentas mover las piernas como lo harías normalmente, recuperar el equilibrio, pero del placaje de un pantalón por las rodillas, con los zapatos puestos, no se zafa ni Dios. Acudo a los brazos, busco un algo, lo que sea, a lo que agarrarme y arranco un colgador de toallas con el que me auto golpeo en la sien derecha. Los colgadores de toallas están hechos para colgar toallas, no para salvar vidas. Me deshago del colgador mientras sigo descendiendo como un pelele de trapo. El bidé está demasiado cerca, el lavabo demasiado lejos, lejos para agarrarme, pero no tan lejos que no pueda desnucarme con él. Mis piernas no responden, el pantalón no me suelta. Caigo entre la taza y el bidé. Tengo un brazo retorcido dentro de la taza. No lo rompo gracias a que mis costillas se estrellan contra el borde de la taza y me impiden seguir cayendo y respirando. Los golpes en las costillas tienen un especial sabor, ya lo creo. También ayuda que me he agarrado a la cisterna con una de mis cejas, y se me he roto porque sangra abundantemente y no veo nada con ese ojo. Es casi fijo, me estoy matando. Del otro brazo solo siento la mitad, me he golpeado el codo contra el borde del bidé, justo en ese punto donde se duermen todos los dedos y solo entonces he soltado el libro.
Mientras todo esto pasaba y yo descendía, los pantalones hacían exactamente lo contrario y ahora mis piernas están por encima de mi cabeza. Saco mi brazo de la taza y me agarro al borde para intentar levantarme, ahora cae el asiento, él solito, y me pilla los dedos que aún siento. Espero unos minutos sin intentar siquiera moverme, por ver si acaso tengo alguna lesión interna y me desangro, y pierdo el conocimiento, y acaba todo.
Yo solo quería un ratito de intimidad, pero el riesgo acecha en cualquier parte, lo digan o no las estadísticas.
Haya salud y suerte.

LA CANALLA

Esta mañana, en la obra, el frío no dejaba pensar. Fery ha preparado un buen fuego y al calor de la hoguera han ido llegando paisanos. Entre unas cosas y otras todos acabamos en el corro, tomando las diez, que dicen por aquí, y arreglándole al país lo que no arreglan otros que cobran por hacerlo.
Nosotros, la gente de a pie, honrada, y, casi siempre, pobre, hablamos de esos personajes que rigen y gobiernan esta sociedad, los que nos dan lecciones y nos piden esfuerzos desde la tele, los que saben, piensan y toman decisiones siempre por nuestro bien, de esos que tienen más caras que el diablo, y les llamamos fulleros, trepas, chaqueteros capaces de cambiar de principios, y hasta de madre, por un sillón en uno de esos despachos libres de gastos, donde nosotros pagamos los recibos. Ellos,” la canalla”, lo llaman animal político, porque es capaz de cambiar su filiación y peregrinar de partido en partido, de institución en institución, sin importarle el color ni la doctrina, siempre buscando el pesebre y la holganza, como animal que es. Lo llaman animal político y lo dicen con cierto orgullo, como elogio, con un cierto aire de admiración, envidiando su condición. Nosotros los llamamos por su nombre. Ellos,” la canalla,” nos lo muestran casi como ejemplo de tolerancia y adaptación a los tiempos y regañan con prepotente y dolida indignación a los que nos atrevemos a llamarlo como el diccionario enseña. Y si, por una desgraciada fatalidad, quedasen al descubierto las mil y una componendas que, en su rutina, se trae “la canalla” y uno de estos sujetos quedase con el culo al aire, harán todos muy grandes esparavanes y teatrales aspavientos, jurando ser ignorantes de tales procederes y pidiendo el castigo ejemplar para aquel que hasta entonces compartía pesebre. Que es cosa que “la canalla” no soporta, que sea descubierta y pública su afición al mercadeo y a disponer y quedarse con más de lo que merece y declara. Que la honradez, entre ladrones, no es otra cosa que discreción y secreto en los actos, y apariencias cabales y rectas en los modales, como bien sabemos los pobres.
Dicen por aquí, los más viejos, que antes no era así. Antes se llamaba a las cosas por su nombre y nadie quería tratos con un “sin Dios” de estos. Ahora son legión. Profesionales de la política. No están en ella por vocación de servicio al pueblo, están para servirse, medrar, perpetuarse en los cargos, satisfacer su ego y darnos consejos, o darnos de palos, según. Quieren nuestro voto, es cuanto necesitan para seguir festejando la ignorancia del rebaño y continuar bailando en la “fiesta de pavos” en que han convertido nuestras instituciones. Son “la canalla”. Tal vez, lo que merecemos.

LOS IMPORTANTES

Aquí en la obra todos somos importantes, todos somos necesarios, nosotros tres y algunos más que, al parecer, no tienen casa y se pasan el día entrando y saliendo, y dándonos conversación y consejo. Luego, en casa, también encuentro importantes a las personas que allí me esperan. El mundo, mi mundo, está lleno de personas importantes, necesarias para mí. Son personitas importantes porque siempre tienen una broma, algún ratito para un café, algunas penas que contar, una sonrisa, una crítica, algún enfado. De estas personitas importantes, unos más y otros menos, todos tenemos en nuestra vida. A veces las comeríamos a besos y a veces las correríamos a palos. Es así.
Sin embargo no es de estas personas de quien quiero hablar aquí. Quiero hablar de esas otras personas importantes. Las veo por las calles. No caminan como el resto, no están en ningún sitio, ellos siempre van hacia alguna parte. Están ocupadísimos. No tienen descanso, no sonríen, no pueden entretenerse. Es imprescindible que lleguen a ese lugar donde tendrían que haber estado ayer. Llegan tarde, tienen prisa y cagan mal. El mundo está en sus manos, funciona gracias a ellos, gira por su causa. No hay tiempo para estupideces. Hay poco de que hablar, no hay tiempo para charlas insustanciales.- No tengo tiempo para ti,- ni siquiera para mí.
El tiempo es importantísimo, solo viviré una vez y no tengo suficiente tiempo. He de hacer un montón de cosas que tú no entiendes. Soy importantísimo, no puedo parar, porque si paro no podré comprar todas esas cosas que tengo que comprar, no podré pagar todas esas cosas que tengo que pagar, y si no compro todas esas cosas y no pago todas esas cosas, me sobrará tiempo para disfrutar de otras que ni siquiera sé que existen. Yo soy una persona importante, una persona importante hace cosas importantes, gestiona, negocia, se afana, tiene metas, objetivos que cumplir, propiedades que adquirir, cuentas que engordar, peligros que sospechar, imposibles que alcanzar, huevos que tocar. Una persona importante no tiene tiempo para charlar, cafetear, bromear y escuchar tus miserias. Por favor. Una persona importante, apenas si puede ver a los que no lo somos. Si soy una persona importante y me sobra tiempo para disfrutar, es que algo estoy haciendo mal, es que no soy tan importante como yo pensaba, y si no soy importante…
Son personas importantísimas, de las que el planeta ha ido enterrando a lo largo de los siglos, se las va tragando junto con las menos importantes. Al final todas sus pertenencias quedaron aquí y sus huellas apenas si duraron lo que su entierro. Todo aquello que compraron, todo aquello que poseyeron, todo ese tiempo, que no tenían, no sirve para recordarlos. Porque siempre tuvieron tiempo para cosas importantes, pero nunca tuvieron tiempo de vivir, de aprender a mirar el mundo al que venimos sin querer poseerlo, porque hipotecaron su presente y vida, por un futuro y un recuerdo que jamás llegarán. Porque no venimos a este mundo para ser recordados, venimos para vivir, hoy, ahora. Tal vez los herederos de sus “cosas importantísimas” tendrán algún triste pensamiento de recuerdo para ellos. Tal vez no. Sea cual sea el recuerdo que tengan de ti cuando hayas muerto, nunca compensará ni te devolverá lo que no has vivido. Aquí no hay segunda oportunidad.
Espabílate, burro. No seas tan importante.