ARDOR.

Ardor es calor grande. También encendimiento, enardecimiento de los afectos y pasiones. Después hay otro ardor, el ardor de estómago. Yo me considero aprendiz de casi todo, maestro, de nada. Sin embargo en el tema del ardor de estómago sí puedo decir que soy, muy a mi pesar, un experto. De la penosa y larga experiencia que como ardoroso tengo, surge el atrevimiento para componer estos apuntes que den público conocimiento a tan ardiente sapiencia. Expondré a continuación una serie de conocimientos para que otros, gratuitamente, puedan sacar provecho de ellos. A través de esta reflexión llegaremos a las tres reglas de oro del ardoroso y a conocer con más profundidad su mundo y vivencias.
Será lo primero dejar bien claros y establecidos los distintos niveles por los que ha de pasar el ardoroso en su camino hacia el quirófano. El ardor de estómago se cataloga, en orden a su intensidad y molestia, en cinco categorías.
1ª categoría: Sensación de ardor.
2ª categoría: Ardor ocasional.
3ª categoría: Ardor como rutina.
4ª categoría: El súper ardor.
5ª categoría: La barra de hierro incandescente.
1ª-La sensación de ardor: Las experiencias que habían de venir en este campo, y que yo entonces no sospechaba, hacen que hoy recuerde la sensación de ardor como algo casi agradable. Todo empieza con una suave e incómoda indisposición, un calorcito sospechoso que anida en nuestro interior, acurrucado, arropado por otra sensación, la de hartazgo. La sensación de ardor suele presentarse tras ingestas abusivas, aunque también puede presentarse por otras causas tales como el desorden etílico-festivo en las horas precedentes. La sensación de ardor es una advertencia, como he sabido después, pero yo nunca la tomé en cuenta. Deshacerse de esta sensación es relativamente fácil si tenemos a mano algo de bicarbonato, sal de frutas o alguna pastillita concebida a tal efecto. Esta facilidad resultó letal en mi caso.
2ª-El ardor ocasional: Cuando el paciente empieza a familiarizarse con la sensación de ardor, a convivir con ella, es cuando, ella, empieza a alternarse con el ardor ocasional. Un poco más de bicarbonato, o sal de frutas, o dos pastillas en lugar de una, también ocasionalmente, claro, y listo. El ardor ocasional es, como su nombre indica, aquel ardor que se presenta en ocasiones. Cuando, el presentarse en ocasiones, se transforma en que cualquier ocasión es buena para presentarse, llegamos al ardor como rutina. En este punto, las personas medianamente inteligentes introducen un cambio en su rutina alimenticia para evitar que la dolencia progrese. Yo no estoy entre ellas, por eso seguí avanzando en el escalafón.
3ª-El ardor como rutina: Hay ciertos síntomas o señales que identifican, sin género de duda, a los individuos que padecen esta dolencia. Es corriente entre estos individuos mostrar un exceso de voracidad a la mesa, poca o nula masticación y la falta de control sobre los mecanismos que advierten del llenado del estómago. En la guantera de su coche, en cualquiera de las chaquetas que cuelgan en su armario, en los pantalones que esperan lavadora, en un cajón de su oficina, en cualquier lugar que se encuentre en su radio de acción se hallarán remedios y pastillas contra el ardor. Un miope puede olvidar sus gafas, un fumador puede olvidar el tabaco, se puede olvidar el cumpleaños de tu pareja, un rato, no todo el día, no se debe. Un ardoroso nunca, jamás, bajo ningún concepto puede olvidar sus pastillas. Por eso siembra su entorno y enseres con tan valioso remedio, y este es la primera de las reglas de oro, el primer mandamiento de la ley del ardor: “sembrarás tu entorno y enseres con aquellos remedios y pócimas que te alivien de las penalidades que han de venir”.
Llegados a este punto, y con el ardor como rutina instalado en nuestras vidas, voy a relatar aquí como, por mi constancia, esfuerzo y tesón, conseguí dar un paso más y ascender al siguiente nivel.
4ª-El súper ardor: Así es como pasa. Ya el día anterior se ha padecido un ardor entre el noventa y el cien por cien de rendimiento. En las dos horas siguientes a la cena te administras, por vía oral, dos o más pastillitas para chupar. Al acostarte, otras dos. A las tres de la mañana te tomas otra para apagar las últimas brasas. Amanece un nuevo día sin rastro de calor en mi estómago. Procedo a desayunar como si tal cosa. Esto me proporciona un mediocre ardor matinal, un ardor que, a estos niveles en que nos movemos, carece de importancia. Cualquiera que tenga un mediano conocimiento sobre este asunto sabe que con la comida desaparece al ardor matinal. Unas veces desaparece con la nueva digestión, otras porque ha de dejar sitio a un ardor en condiciones, de verdad. Esto que cuento ocurrió en día festivo. No sé de qué fiesta o celebración estamos hablando, no lo recuerdo, pero estos días señalados hacen que las comidas también lo sean. Así es que me siento y zampo como un romano, pero sin vomitar. Por aquel entonces yo comía rápido, comía mucho. Era un placer para mi abuela y tías el verme comer. Siempre había una amorosa cacetada de más en mi sopa, una tajada sobrante que venía a dar a mi plato, un huérfano langostino que encontraba cobijo en mi regazo, una porción suplementaria de tarta, un nuevo pastel que probar. Es imposible que, tras esta comida, continúe activo el ardor matinal. Cuando finaliza la comida y me levanto de la mesa soy lo más parecido a un pez globo. Mi capacidad pulmonar se ha reducido a precario porque el ochenta por ciento de mi cuerpo es estómago. Camino lentamente en busca de un sofá, catre, o lecho donde llevar a cabo la operación serpiente pitón. Permanecer tres días haciendo la digestión. Cualquier brusquedad o sobresalto ahora mismo y entro en un coma digestivo que me lleva para el otro barrio. No me preocupa el ardor porque en estos momentos lo más posible es que me de un infarto. Pasada la primera hora, crítica, empiezo a respirar con normalidad. Aún no puedo cambiar de postura y siento una puntadita de dolor en la parte izquierda y alta del abdomen. Pasado un tiempo, no mucho, la puntadita se convierte en chispa. Una chispa, en un estómago lleno de comida y gases, provoca un incendio. El ardor ha comenzado. Como consecuencia primera siento sed. Tengo una sed horrible. Necesito agua, mucha agua. Agua que calme mi sed y apague este fuego que tengo en las entrañas. Al contrario de lo que uno siente, cree y espera, beber agua para calmar el ardor es como echar gasolina en una hoguera. Y esta es la segunda regla de oro, el segundo mandamiento de la ley del ardor: “el agua es al ardor, lo que la gasolina al fuego”.
Yo, que por aquel entonces ya conocía este segundo mandamiento, me bebo medio litro de agua, me trago dos pastillas y me vuelvo al sofá mientras chupo con deleite una tercera. En la tele están poniendo una de piratas. Saltan y brincan de un barco a otro con una agilidad pasmosa. Seguramente no tienen ardor. Yo sí. Voy a chuparme otra pastilla. Esto ya es un ardor de auténtico profesional.
Desde que acabé de comer han pasado cuatro horas y seis pastillas, sigo teniendo ardor pero ya no soy un pez globo. Tengo aquí a mi familia en amena conversación. Me meto en la conversación. Hablamos, cambiamos pareceres, picamos alguna fruslería, damos opiniones, damos voces, volvemos a dialogar. Todo muy fluido y ameno. A hora me toca hablar a mí, no pienso permitir que nadie me quite el turno, tengo un argumento irrefutable que exponer (yo no me acuerdo de qué hablamos). Cuando más apasionado estoy con mi argumento me tengo que callar. No puedo articular palabra. Me ha subido por el esófago hasta las cuerdas vocales y lo ha quemado todo. Era algo químico, un líquido abrasador. No puedo creer que mi cuerpo regurgite semejante ácido. Me abraso por dentro. Necesito agua. Ya sé. El agua es peligrosa, pero si no bebo agua es posible que mis cuerdas vocales no vuelvan a servir para nada. Olvidando todos mis conocimientos bebo otro medio litro de agua. ¡Qué fresquita! ¡Qué limpia! ¡Qué rica! ¿Cómo puede ser mala? Hombre.
Mi familia cena, yo no. Por algún proceso químico que desconozco, el agua que bebí se ha transformado en sangre de allien. Tengo la colada de unos altos hornos recorriéndome por dentro. Satanás se va a mudar a mis entrañas porque en ellas tengo el infierno. En cualquier momento se producirá la combustión espontánea de mi cuerpo y solo quedarán en el sofá un montón de cenizas negras y humeantes. Es el súper ardor.
5ª-La barra de hierro incandescente: Pasar del súper ardor a la barra de hierro incandescente requiere constancia, dedicación y unas altas dosis de bestialidad. Solo unos pocos portentos nos hemos atrevido a dar este paso sin vacilar. La barra de hierro incandescente entra por tu pecho a la altura de la boca del estómago, atraviesa tus entrañas y sale al exterior por tu espalda, entre los omoplatos. Está incandescente, al rojo vivo y así la sientes. Tiene la particularidad de interactuar con el súper ardor, es decir, que este no desaparece. El súper ardor trabaja a estómago lleno, la barra incandescente te atraviesa una vez se ha vaciado. Los primeros pasos con la barra de hierro incandescente son una prueba de fuego, nunca mejor dicho, para la salud mental. Cuando se vacía el estómago el súper ardor se calma. Un par de horas más tarde la barra incandescente aparece. A medida que pasa el tiempo sientes que te abrasa por dentro, te oprime, y notas la sensación de estar colgado de ella, que no llegas con los pies al suelo. Has de rechazar de inmediato la idea de ponerte cabeza abajo para aliviar esta sensación. Ponerse cabeza abajo es garantía de calcinar tu esófago, las cuerdas vocales y la campanilla con el caldo sulfúrico que regurgitas en cuanto la cabeza se coloca por debajo del estómago. Y esta es la tercera regla de oro, el tercer mandamiento de la ley del ardor: “Un ardoroso siempre ha de llevar la cabeza bien alta”.
La barra incandescente, en sus primeros pasos, también tiene la particularidad de aliviarse, y casi desaparecer, alimentándose. Qué cosa curiosa. Aportamos pues comida al estómago, desaparece la barra incandescente, la mosca detrás de la oreja, vuelve el súper ardor. Esto significa que cuando la barra incandescente regrese lo hará con más ímpetu si cabe. Subido en este carrusel, la locura es un destino más que posible.
La barra incandescente no respeta horarios ni costumbres, así que el estómago se vacía llega ella para llenarlo. No importa si es de día o es de noche. Fueron muchas las noches en que me vi cruelmente arrancado de los brazos de Morfeo, caminando pasillo arriba, pasillo abajo, soportando mi dolor. Paseo a oscuras, no enciendo la luz, no hace falta, con la hoguera que tengo en el estómago ilumino todo el edificio. Cuando la barra aparece la vida no es posible, la alegría se marchita, el tiempo se distorsiona, se parte en dos, tiempo con barra incandescente y tiempo esperando a que llegue. Yo aquí, llegados a este nivel, decidí abandonar. No sé si alguien ha conocido o llegado a un nivel superior. No sé si existe un nivel intermedio entre la barra de hierro incandescente y estar con tus tripas fuera sobre la mesa de un forense. Yo opté por el ayuno continuado y la dieta frutal y vegetariana que Doc me endosó. De esto hace ahora quince años. La barra incandescente ha vuelto a visitarme alguna que otra vez, porque soy algo bruto y desmemoriado.
Soy consciente de que ella sigue ahí, acurrucada en la oscuridad de la despensa, paciente y a la espera, calentita y abrasadora, lista para atravesarme en cuanto baje la guardia o cometa una torpeza.
Comer despacio, masticar bien, y haya salud y suerte.

EL BALIDO DE LOS CORDEROS.

Ya nos toca, correr orgullosos y dispuestos a depositar nuestro voto sagrado en las transparentes urnas, a ejercer nuestro derecho a decidir cómo y quién ha de conducirnos y velar por nuestro progreso y bienestar con abnegación, sacrificio y vocación de servicio (se me escapa la risa, perdóneseme). Ya nos toca, aportar nuestro granito de arena a esta carnavalada. Es tiempo de campaña y se repite la historia. Andan los trepas, vividores y arribistas buscando afanosos el voto. Siendo, como yo soy, de muy escasa memoria, sí que puedo recordar haberlos visto serviciales y zalameros suplicar de puerta en puerta el voto que los engorda y, más tarde, una vez lo han conseguido, tornarse todos ellos en altivos y distantes. Ya nos toca, arrastrar nuestras botas hasta la urna y soltar allí el lastimero balido de obediente cordero. El balido que ellos necesitan. Una vez conseguido, ya ellos disponen, mandan y gobiernan como place a sus pasteles y, haciendo de lo común motivo, avasallan lo privado sin dar cuentas ni explicación, engordando sus haciendas y regalando favores a quien les llena el pesebre. Así campan por el mundo tratándonos como a corderos, con actitud y modales de ordinario dictador, los que rinden culto y reverencia a la sin par democracia, pues parece ser que el poder y la poltrona los vuelve a todos iguales, aún llegando por caminos bien distintos.
Tenemos en España, a pesar de la sequía, el carro hundido en el barro hasta los ejes. Ahora escogeremos los bueyes que han de sacarlo. Sería un milagro que éstos, los bueyes, no tengan como prioridad la que tiene el animal, que es su propia crianza y engorde. Que fueran, desde lo alto, ejemplo para los que desde abajo miramos. Que practicaran la entrega y el sacrificio que a nosotros nos exigen. Que cumplieran una sola de las muchas patrañas que prometen. Que administraran las cuentas públicas con la misma pulcritud y devoción que las propias. Sería un milagro que estuviesen a la altura del pueblo que los soporta y hospeda.
Haya salud y suerte.

VACACIONES VIII

11 DE AGOSTO DE 2011.
De camino al hotel, Elvira recibe otra llamada de la agencia. Nos han conseguido tres noches en Burdeos, en un buen hotel, para que no nos tengamos que volver a España con este mal sabor de boca, lo que a estas alturas de agosto es casi un milagro. Nos las regalan. Es un detalle que tienen con Elvira, porque estoy seguro de que a mí no me hubieran compensado con nada, me habrían devuelto el dinero del crucero y santas pascuas. Y eso que yo era el capitán del Flor de Planyol. Llegamos al hotel, donde tenemos las maletas, discutiendo las posibilidades de la oferta. Tenemos que cambiarnos al nuevo, donde pasaremos esta noche. Tiene piscina, así es que el plan es cambiar las maletas, darse un buen baño nada más llegar, una ducha y bien relajaditos a cenar algo en Cahors. Mañana rumbo a Burdeos. Este era el plan que teníamos nosotros. Este que voy a contar es el plan que, para nosotros, tenía el bucle.
Llegamos al hotel para recoger las maletas y llevárnoslas al nuevo. Bajamos del coche. Elvira y yo nos acercamos a nuestro coche, que habíamos dejado aparcado aquí, en el hotel, para dejar algunas cosas. Son casi las ocho, la tarde es hermosa y aún hace calor. Por fin tenemos un plan para los próximos cuatro días, todo un lujo después de tanto sobresalto y tanta llamada. Esta sensación hace que nos sintamos algo más relajados. Con la guardia baja. Blanca, que está hurgando en el maletero, dice que algunas de nuestras cosas siguen en su coche. Yo digo que ya las cambiaremos en el otro hotel. Txugui dice que se va a pegar un baño de tres pares cuando lleguemos. Elvira, mi reina, que está cansada, que ya está harta de llamadas, harta de posibilidades, harta de vacaciones, de maletas, de coches, harta del capitán y solo quiere relajarse un poquito, se acerca hasta el coche, a recoger lo que sea que se ha quedado en él. El portón trasero no está abierto del todo, está un poco bajo. Elvira lo abre del todo de un cabezazo como yo no he visto otro en toda mi vida. ¡MADRE DE DIOS! ¡QUÉ COSCORRÓN! Yo corro a consolarla, Txugui corre a consolarla, Blanca ya está consolándola. Intentamos gastarle alguna broma para quitar importancia a la embestida pero Elvira no la entiende, no la escucha, no le hace gracia, acaba de perder el conocimiento. La echamos en el suelo, no respira, yo tampoco respiro, tengo un susto en el cuerpo que no me deja respirar. Es el ojo del bucle, estamos atravesando el mismísimo vórtice del bucle. Se puede sentir. Es angustia, miedo, susto, impotencia. Maldita sea su estirpe. Ahora mismo podría destrozar a puñetazos toda Francia, Bélgica, los Países Bajos y la parte más septentrional de Alemania. ¡Una ambulancia!
Durante un par de minutos Elvira no está con nosotros, yo creo que está en el ojo del bucle, intentando desconectarlo de una vez. Cuando vuelve no sabe lo que ha pasado, pero le duele mucho la cabeza. Por una vez los franchutes actúan con diligencia. En diez minutos llega una ambulancia llenita de ellos. Así que aquí estamos ahora mi reina y yo. A bordo de una ambulancia francesa, camino de un hospital francés. Nada de piscina y baño relajante, nada de ducha reconstituyente, nada de cena turística en Cahors. A cambio, el bucle nos ha regalado un paseo turístico sanitario por las calles de Cahors al son de una sirena. Cuando llegamos al hospital las constantes vitales de mi reina son perfectas. El examen médico y las pruebas realizadas en la ambulancia dicen que está perfectamente. De momento no es necesario realizar otras pruebas, pero tendrá que quedarse en observación, al menos durante dos horas. Nos quedamos en uno de los receptáculos de observación, a esperar. Salgo un momento para informar a Blanca y Txugui de que todo va bien, dentro de lo que acostumbramos, y que en cuanto podamos nos largamos de aquí. Ellos se quedan fuera, esperando y bebiendo agua.
Mi reina, cuando está grogi, es muy obediente y tranquila, pero cuando se le pasa empieza a dar guerra. Es como los tiburones, que si dejan de nadar se van al fondo.
-Yo ya estoy bien. – Vete y pregunta a ver si me puedo marchar ya.
Yo voy y pregunto. Que no, que tienes que esperarte.
-Pues yo no voy a estar aquí tumbada dos horas cuando ya veo yo que estoy perfectamente. Además quiero hacer pis. Pregunta a ver si puedo levantarme al baño.
Yo voy y pregunto. Que ahora viene la enfermera. La enfermera dice que nada de levantarse. Que haga pipi en la chata.
-Yo creo que me voy a levantar porque estoy perfectamente. Y si sigo aquí nos quedamos sin cenar.
Como Elvira ya no para quieta, le comunico a la enfermera que nos vamos. Dice que Elvira tendrá que firmar que se va por su cuenta y riesgo y nos da unas instrucciones. Como el golpe ha sido en la cabeza tengo que estar atento y vigilante, por si se produce algún cambio notable en su conducta o se marease en las próximas horas o días. He de estar atento por si actuara o hablase de manera incongruente. Yo le digo que esto ya lo hacía antes del cabezazo, pero no se me hace caso. A las nueve horas abandonamos el hospital por nuestro propio pie y nos reunimos con Blanca y Txugui. Nos vamos al hotel, cambiamos las maletas, nos damos una ducha y nos vamos a ver si alguien en algún sitio nos quiere dar de cenar. Que aquí, en Francia, cenar a las diez de la noche es casi un desayuno. Cenamos en Cahors, en un restaurante, el que sea. El cabezazo se lo dio Elvira pero estamos todos tan aturdidos como ella. Es como si los cabezazos franceses fueran contagiosos.
Pasamos la noche en Cahors y a la mañana siguiente, 12 de agosto de 2011, salimos temprano hacia Burdeos. Estuvimos tres días en Burdeos, deambulando por sus calles como turistas, pero no lo éramos. Éramos cuatro aturdidos supervivientes de un bucle. Aún en Burdeos sufrimos sus últimos coletazos. Yo perdí mi gorra favorita, traída directamente de Chicago para ir a dar con sus huesos en algún tugurio de Burdeos. Txugui perdió su jersey de marino misteriosamente. No sé cuando dejo el bucle de manejar nuestra realidad. No he querido escribir esto hasta que no me he sentido a salvo de él. Ni siquiera ahora estoy seguro de estarlo. Haya para todos salud y suerte.

VACACIONES VII

Aquí, en el taxi, yo ya no soy capitán ni nada. He perdido mi rango, mi barco y la autoridad que se me suponía. En media hora, el taxi, nos deja en la oficina de la base. En la puerta de la oficina porque, como nos habían anticipado, está cerrada. Descargamos nuestros bártulos y los llevamos a nuestros respectivos vehículos. Mientras llega la tarde francesa nosotros nos tomamos un tente en pie para ganar energías, que seguramente nos harán falta. A las catorce horas abandonamos el aparcamiento-comedor y volvemos a la oficina. Ya está abierta. La muchacha que habla español no está, a estas horas estará dando cristiana sepultura a la parte de su amigo que no se comió el tiburón. Las negociaciones se llevarán a cabo contra un empleado que habla inglés, por lo que nuestra voz es ahora Blanca. Dicho y hecho, la negociación ha empezado. Hablan y hablan sin parar. Elvira, Txugui y yo seguimos atentamente esta conversación de la que no entendemos nada, aunque se ve claramente que Blanca ataca y el franchute defiende. La cosa se alarga. Mi contramaestre, que aquí en tierra ya no lo es, dice que lo acompañe hasta el aparcamiento, que tiene que hacer no sé qué cosa. Lo acompaño. Lo que tiene que hacer en el coche es un gin tonic. Los coches están al sol, yo no sé cómo puede beberse eso, porque la tónica hierve en el bote, pero mi contramaestre es un tipo bien duro y curtido que no se amilana por naderías como esta. Volvemos a la oficina. La cosa no parece ir muy bien porque Blanca está hablando un inglés furibundo. Yo no entiendo nada de lo que dice pero, viendo sus gestos y ademanes, podría traducirlo fácilmente. No sé si esto en inglés es normal pero la lengua de Blanca empieza a correr peligro, este idioma hablado con tanta intensidad y frenesí somete a la lengua a posturas, torsiones, chasquidos y estiramientos indescriptibles. ¡Qué barbaridad! La energía que está consumiendo esa lengua. Los ademanes son cada vez más ostentosos y el volumen más alto, juraría que acabo de ver a Blanca lanzar una patada estilo Bruce Lee. Supongo que la sopa de tónica que me dio Txugui me hace ver alucinaciones. Menos mal que yo no le puse ginebra.
Mientras pasa todo esto, media docena de clientes espera su turno a distancia prudencial. Es posible que tampoco ellos entiendan el inglés pero, aunque Blanca hablara en camboyano, percibirían que es peligroso acercarse. La discusión, porque esto ya no es negociación, sigue aumentando de nivel y, si esto sigue así, pronto alcanzaremos el nivel combate, y no me extrañaría que alguien acabara este maravilloso crucero fluvial pernoctando en los calabozos de la gendarmería francesa. Que también sería una opción porque, que yo sepa, no tenemos hotel para esta noche. Hablan los dos a la vez y cada vez más deprisa, y el inglés si lo hablas muy deprisa escupes. El franchute de la oficina habla bien el inglés pero creo que no lo ha practicado tanto como Blanca y eso empieza a notarse. Debe de empezar a sentir agujetas en la lengua porque por cada veinte palabras de Blanca, él, a duras penas enchufa una. Ahora el franchute asiente y parpadea sin cesar, y yo no sé si es porque lo entiende todo o porque Blanca, hablando tan deprisa, le está llenando los ojos de perdigonadas.
A las catorce horas y cuarenta y cinco minutos el franchute empieza a hacer llamadas telefónicas. El nivel desciende de nuevo a negociación. Blanca se sienta, por fin, frente al franchute observándolo. Lo observa como un pit bull a una gallina. -¡Al primer movimiento en falso, te como!
Mientras, a dos metros de allí, Elvira sigue atendiendo llamadas sin descanso.
Llamada de la agencia – Que siguen buscando alternativas.
Llamada del mayorista – Que siguen en tratos con la naviera.
Llamada de la agencia – Que ha vuelto a marcar el número sin querer, perdón.
Llamada de una mujer con acento latinoamericano – Que tiene un estupendo regalo para Elvira
Elvira – Que no es momento este de estupideces.
Mujer desconocida – Que es un regalo estupendo que no puede despreciar.
Elvira – Que no quiero nada. Haga el favor de dejar la línea libre.
Mujer desconocida – Pero si aún no le he dicho de qué se trata.
Elvira –Déjeme en paz señorita.
Mujer desconocida – Pues usted se lo pierde, porque es un…
El Capitán – Mire usted, señora colombiana de los cojones. Le habla el capitán Nemo. Me acaban de hundir el Nautilus entre Popeye, una morsa amaestrada y cuatro franchutes. Tengo a mi tripulación con una mano delante y la otra detrás en país extraño. No quiero regalos, obsequios ni presentes. Lo único que quiero es una bomba atómica, si no la tiene, métase sus regalitos…
La mujer desconocida ya colgó.
A las quince horas y siete minutos la refriega llega a su fin. Tenemos dos noches de hotel en Cahors, a media hora de aquí, y un día de crucero fluvial gratuito como consolación a nuestra mala fortuna y su mucha negligencia.
El resto de la tarde lo pasamos visitando pueblos pintorescos de la comarca. Elvira sigue de telefonista. En las siguientes dos horas recibe alrededor de veinte llamadas, las atiende todas con exquisita educación y luego las comentamos. Somos cuatro, pero hay cinco opiniones distintas sobre lo que deberíamos, o no deberíamos, hacer. Esto no me gusta, yo opino que tendríamos que subir al coche y largarnos de aquí inmediatamente, hoy, ahora. Poner tierra de por medio y alejarnos cuanto antes del bucle. No se me escucha, porque ya no soy capitán.
A las seis de la tarde estamos agotados. Nos vamos a Cahors. Una ducha, una cena en tierra firme y a soñar con los angelitos. Por un momento parecía que el bucle perdía intensidad, pero solo lo parecía.
11 de agosto de 2011-
Amanece un precioso día francés. Desayunamos en Cahors y nos dirigimos a la base. A por el barquito de cuatro plazas, con un camarote en proa, que nos proporciona la naviera para nuestro tour de consolación. Pasamos el día en el barco, río arriba, pasando esclusas y contemplando el bonito paisaje. Es divertido, lo pasamos bien, pero el ambiente marinero se ha esfumado. El espacio es reducido, mi contramaestre no tiene sus cañas, aunque sí se ha traído su generosa provisión de cerveza, Elvira parece relajada y ahora es Blanca la que, a base de teléfono, intenta resolver un problema con su banco en España. Yo ya no soy capitán de nadie. En el barco reina la anarquía y una extraña sensación de incertidumbre. No sé los demás, pero yo sigo oliendo a bucle por todas partes. A las seis horas regresamos a la base y entregamos el barco. El franchute que habla inglés se acerca a Blanca y le comenta algo. Blanca pasa de cero a cien en un pestañeo. Ya estamos otra vez como ayer. El jefe, el que estaba de vacaciones, ha decidido que las dos noches que nos habían ofrecido se van a quedar en una sola. Es decir, que esta noche, si queremos dormir a cubierto será en el coche. O nos volvemos a España del tirón. Blanca les está llamando cosas feas pero como es en inglés no se nota. Txugui dice, en español, que si le conseguimos una pistola a Blanca esto se resuelve en dos minutos. Elvira coge el teléfono y se pone en funcionamiento Llamada a la agencia y otra vez al carrusel telefónico. A las siete horas la agencia de Elvira nos consigue habitación, en pleno agosto, a cien metros del hotel donde dormimos la noche anterior. Allá nos vamos, a cambiar las maletas cien metros más al norte.

VACACIONES VI

Diario de a bordo del Flor de Planyol. 10 de agosto del 2011.
A las diez y nueve horas Popeye llama a la base para comunicar la fatal incidencia. La base ordena a Popeye que se largue de allí y nos deje en el barco a pasar la noche. Dicen en la base que utilicemos el Flor de Planyol a modo de hotel flotante y que a la mañana siguiente se nos dará solución. Dice Elvira que esto no es un hotel flotante, que es una pensión hundida y que no dejen para mañana lo que pueden solucionar hoy. Dice Popeye que tendrá que llamar otra vez a la base, Dice la base que, si queremos, nos proporcionarán unas bicicletas, para que paseemos por los andurriales de La Madelaine y podamos relajar esta tensión que acumulamos. También dicen que precisamente ahora, el jefe, responsable, manda más y patrón de la base, está de vacaciones y que en este caso concreto ellos, incompetentes, necios y franceses, son incapaces de encontrar otra solución mejor para nosotros. Dice Popeye que mejor que se lo trague la tierra antes de que nos lo comamos nosotros. Dice Txugui que por qué no atamos a Popeye a un poste. Dice Elvira que no da crédito a lo que está oyendo. Dice Blanca, que se ha levantado de la siesta con dolor de cabeza, que de momento hay que retener a Popeye y hundir el barco. Digo yo que en mi pueblo tengo una casita, con su huerta de verde césped, con sus hermosos arbolitos que, ahora, en verano, regalan su sombra generosos y en sus ramas se vienen a posar lindos pajaritos que alegran mis oídos con sus preciosos trinos en español ¡cojones! A ver para qué vinimos nosotros aquí a guerrear entre franceses, con el trabajo que nos costó echarlos de España hace doscientos años. Dice Popeye que él no es el responsable de esta situación, y tiene razón, que se tiene que marchar y que, por favor, le quitemos la navaja a Blanca.
A las diez y nueve horas y treinta minutos somos abandonados a nuestra suerte (que está siendo pésima) en el muelle de La Madelaine. Durante unos minutos el Flor de Planyol es, literalmente, tragado por una espesa niebla de abatimiento franco- acuoso ante el que nos sentimos impotentes. Es el bucle. Para salir de esta zozobra, mi contramaestre propone unas cervecitas. Elvira hace como que no ha oído. Blanca le tira con una chancla. Yo me seco las lágrimas. Txugui se coge una cervecita y se va con sus cañas a un rincón de popa. Aquí estamos, en La Madelaine, intentando adivinar que nos deparará el mañana. Txugui con sus cañas. Blanca intentando ser optimista. Elvira sentada en su sitio habitual, en la cubierta de proa. Desde aquí puedo escuchar su cerebro. Está triturando incompetentes. Yo ya no sé si estoy aquí, o soy un holograma.
Hoy se cena tortilla española, por hacer patria. Todos aquellos proyectos de paellas y barbacoa no tienen ahora maldita gracia. Mi contramaestre y yo pelamos patatas, Elvira y Blanca preparan la mesa y las ensaladas. Cenamos con buen humor y malos presagios. Anochece en La Madelaine, pueblo francés donde jamás habíamos planeado pasar la noche. Cada cual a su camarote. A descansar nuestros desconcertados cuerpos en las colchonetas matrimoniales de este hotel flotante.
11 de agosto de 2011. Amanece en La Madelaine. La humedad cubre las ventanas del camarote. Todo lo que vemos por ellas es bucle. Mientras esperamos la llamada de la base desayunamos, preparamos el equipaje para abandonar el barco y seguimos esperando. Elvira hace una llamada a su agencia de viajes para informar de nuestra aventura y situación, y con esto se desencadena la tormenta telefónica que sufriríamos las veinticuatro horas siguientes. No puedo reflejar aquí, aunque quiera, el número, orden y calidad de las cientos de llamadas realizadas, recibidas, cruzadas y en serie que sufrimos. No puedo.
Dejamos el barco en el muelle y nos vamos al camping de La Madelaine, a ducharnos y tomar un cafetito.
Llamada de la base- Es la muchacha que habla español. Que no han encontrado solución. Que si queremos bicicletas. Que el jefe está de vacaciones. Que volverán a llamar.
Elvira: Que manden IN-ME-DIA-TA-MEN-TE alguien a buscarnos a nosotros y a nuestro equipaje. Que nosotros también estamos de vacaciones. Que no vamos a dormir ni una noche más en el cascarón por culpa de una caterva de incompetentes y otras cosas que no voy a escribir aquí.
Llamada de la agencia- ¡Ay por Dios Elvira, como lo siento! Que harán todo lo que esté en su mano.
Llamada del mayorista- Que tienen noticia de nuestra situación. Que están haciendo todo cuanto pueden por encontrarnos la mejor solución.
Llamada de la base- Que mandarán un taxi a buscarnos. Que nos transportarán a la base y allí trataremos el tema. Que el jefe está de vacaciones.
Llamada del mayorista- Que se han puesto en contacto con la base. Que allí nos buscarán alojamiento para la nochecita que se avecina.
Nos volvemos al barco, a esperar el taxi.
Llamada de la base- Que ya está el taxi en camino. Que para cuando lleguemos a la base la oficina estará cerrada, que en Francia se come muy pronto, que tendremos que esperar por allí hasta la tarde francesa. Que el jefe está de vacaciones y que la muchacha que habla español no podrá estar presente para atendernos, porque tiene que asistir al entierro de un amigo que se lo ha comido un tiburón (yo juro que esto es totalmente cierto. Estas cosas pasan cuando estás inmerso en el bucle. Porque el bucle, una vez que empieza a girar, no se anda con razones ni pequeñeces para llevar a término sus planes)
Llega el taxi, cargamos nuestras cosas, que son muchas, no queda ni un hueco libre, nos subimos y abandonamos definitivamente el Flor de Planyol en el muelle de La Madelaine. Aquí se acaba el diario de a bordo de este cascarón. Sentimos algo de pena al abandonarlo, nos habría gustado mucho más hundirlo.
No se pierdan el siguiente capítulo de, “Vacaciones”, el panfleto por entregas que arrasa en la red. Basado en hechos reales.