CAPÍTULO 2º
LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS.
“Unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el que ha nacido, el rey de los judíos? Porque hemos visto su estrella…”
Esto se lo preguntaron al mismísimo rey Herodes. No sé qué tipo de estrella o señal usaban estos magos de pacotilla, que en lugar de llevarlos directamente hasta el niño les hizo dar de morros con Herodes. Tampoco dice en ningún sitio que fueran tres, ni que fueran reyes, ni que se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar, y desde luego nada de que Baltasar fuese negro. Solo se habla aquí de magos de oriente. Investigando sobre este asunto he encontrado algunas explicaciones pero, lo que es en la Biblia, no lo dice en ninguna parte. Yo, después de mucho consultar, he decidido escribir aquí la más fiable a mi modo de ver. Le pregunté a un consumado experto sobre el tema. Mi sobrino, seis años tiene. Dice que, efectivamente, los reyes magos son tres. Se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar. Baltasar es negrito. Viajan en camello y cualquiera puede comprobarlo cada año por navidad por muy palurdo que sea.
Yo con esto de los tres reyes magos me he llevado una gran decepción. Menuda patraña. Con la cantidad de golosinas, agua para los camellos y zapatillas que se han puesto en miles de hogares y resulta que en La Biblia ni se menciona a estos tres. No solo se ha engañado a los niños haciéndoles creer que volvían cada año con regalitos, se nos ha engañado a todos. Todos los padres del mundo haciéndoles el trabajo y ganando para ellos una estupenda reputación, y no existieron nunca. Nunca. NUNCA.
Bueno, pues como esta es La Biblia de los Locos, voy a explicar yo cómo es que sí existieron. Los reyes magos eran tres vendedores de enciclopedias puerta a puerta. No eran magos pero como se daba el caso de que el noventa por ciento de las enciclopedias que vendían, se las vendían a gente que no sabía leer, hoy sigue pasando, pues la gente pensaba que algo de magos tenían que tener. Además vendían mucho y por eso aunque no eran reyes vivían como tales. Entonces fue que llegaron al portal de Belén porque se enteraron por unos pastores. Los pastores como todos sabemos se pasan mucho tiempo en soledad, sin otra cosa que hacer que ojear todo lo que cae en sus manos, y aunque muchos no supieran leer, se distraían mirando los santos (ilustraciones), por eso compraban enciclopedias y trataban con estos vendedores. Los pastores eran los únicos que sabían lo del niño Jesús y las profecías y así fue como los tres vendedores acabaron en el portal de Belén, porque allí había tumulto y personal al que endilgarle otra enciclopedia. Baltasá no era negro, Baltasá(la erre se la pusieron después) era el encargado de atizar la lumbre y atender el fogón allí donde acampaban, por eso andaba tiznado todo el día. Eso se puede ver también en nuestros días, que en muchas de las cabalgatas se ve claramente que Baltasar no es negro, que va tiznado. En el portal de Belén vendieron mucha mercancía porque entre pastores, curiosos y creyentes se juntó una muchedumbre toda la noche. En atención a aquella humilde familia, que soportaba tanto ajetreo con paciencia y amabilidad, le dejaron al niño un montón de regalos además de una edición especial de la “Enciclopedia del Saber de Todo lo Habido y lo por Haber” encuadernada en piel de camello palestino. Cuando se dio por terminada la celebración y bienvenida, al amanecer, y fueron a emprender de nuevo viaje comprobaron que les faltaban dos de los tres camellos, por eso, desde entonces, vienen a traer regalos y presentes, pero clandestinamente, sin público.
LA HUIDA A EGIPTO. MATANZA DE LOS INOCENTES Y REGRESO A NAZARET.
Al igual que en el antiguo testamento, la vida de los elegidos, profetas, jueces o mesías, tiene un principio y condición ineludible, la huida. El Señor Dios se aparece en sueños a José para que pongan tierra de por medio. A Herodes, rey con un amplísimo historial de crueldades y salvajismo, le ha parecido muy mal que los magos de oriente no le dieran aviso del lugar en que había nacido el rey de los judíos. Así es que todos los niños de la comarca que tengan menos de dos años, que se olviden de cumplir más. Vamos a degollarlos a todos. Otra matanza, que en este libro ya es cosa común. Matar todos los niños de dos años para abajo es cosa salvaje que no tiene disculpa, es cierto. Yo siempre he imaginado este episodio como una masacre, con montones de niños inocentes ajusticiados, al estilo de este libro, a machetazo limpio, por la brava mientras sus madres y padres gritan desconsolados y se tiran de los pelos. Sin embargo, después de consultadas algunas fuentes, parece ser que Herodes nunca hizo semejante cosa. Y si la hizo, los niños menores de dos años nacidos en Belén en aquel tiempo no llegarían a la docena, cantidad que hoy en día tenemos más que degollada para el telediario de las tres sin que sepamos a qué Herodes atribuírsela.
“Al morir Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel…”
Antes de esto, con motivo de la matanza infantil arriba dicha, había huido José con su virginal esposa y el niño a toda mecha pero en dirección contraria. A mí, este José, con tantos sueños, sustos y revelaciones me da un poco de lástima. Él, un carpintero tranquilo y bonachón sin otro afán que sacar virutas con su garlopa, anda ahora corriendo escondido de un lado para otro, tirando de un burro, con el corazón en un puño, durmiendo a ratos entre sueños y revelaciones, con todo el peso de la divina misión sobre sus espaldas. Del burro nunca se ha dicho nada. Ni su nombre ni filiación alguna, aunque pudiera ser que también haya sido un embuste, que salga en las postales porque queda bien, entrañable y la huida y posterior regreso lo hicieran a pinrel.
EL NIÑO JESÚS EN JERUSALÉN.
Cuando el niño Jesús tenía doce años sus padres lo llevaron a las fiestas de Jerusalén, no sé si en burro o andando. Cuando acabaron las fiestas y emprendieron regreso, el niño Jesús se quedó en Jerusalén y sus padres no se dieron cuenta, creyendo que iba en la caravana con otros parientes. Al siguiente día volvieron a buscarlo y lo encontraron en el templo dando palique a los doctores, admirándolos con su inteligencia, dice el libro. Un niño normal se habría quedado jugando a pica, al escondite inglés o filisteo, atiborrándose de la repostería típica del lugar, pero el Mesías no, el Mesías se quedó contrastando pareceres con los doctores y disertando sobre temas serios. Esto a todas luces indica que el niño ya entonces era raro, un niño raro. Cuando sus padres le recriminaron por esto y por el disgusto que tenían, el muchachito les contestó:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi padre?”
Y aquí, en la biblia de los locos, este es el momento en que el Mesías se llevaría una buena bofetada por contestón. Que en aquellos tiempos no estaba mal visto ni hubiera extrañado a nadie. Pobre José, además del susto, tener que aguantar esto sabiendo como sabemos que hijo suyo, lo que se dice suyo, no es.- ¿Los asuntos de tu padre? -Pues a ver quién te ha criado desagradecido. ¿Dónde estaba tu padre cuando las caquitas?
ALTO EN EL CAMINO Y ACLARACIÓN.
Voy a hacer aquí un alto y aclaración porque, aunque parezca mentira, en este libro que tengo delante, o faltan páginas, o faltó la iluminación acostumbrada a la hora de escribirlo. Digo esto porque nos hemos quedado sin la infancia y pubertad del Mesías. Nada, que no dice el libro ni una palabra más de las ya dichas. Se nos van los escribientes a contar lo que hizo y predicó Jesucristo con treinta años. ¿A que parece mentira que haya tanto que contar de sus últimos tres años de vida, de su milagrosa concepción, de magos y pastores, de Herodes y niños muertos y nada del Jesús con granos y la edad del pavo? Vamos a ver: Si ya se sabía que este niño era cosa del Señor Dios. Si anduvieron los magos de oriente indagando más de la cuenta porque había una estrella que lo anunciaba. Si se mataron criaturas de menos de dos años por causa de su nacimiento. ¿Cómo es posible que le perdieran la pista hasta los treinta años?
¡VAMOS A VER! ¿CÓMO ES POSIBLE QUE NADIE SEPA NADA DE ESTE NIÑO? ¿ES QUE EN ESTE LIBRO NO SE VA A CONTAR NADA CON NORMALIDAD, O QUÉ?
Se me han de perdonar las voces del párrafo anterior, pero es que hay cosas en este libro que me enfurecen.
Ya decía el Señor Dios en capítulos anteriores que este era un pueblo cabezón y de poca memoria. De ninguna diría yo.
Dando por sentado que fuera el nacimiento de Jesús tal y como aquí se cuenta, con tan misteriosa concepción, a nadie hubiera extrañado que, dentro del milagro, naciera el niño con treinta años cumplidos y barba cerrada. Con bien poca fe de más se habría tenido el asunto por cosa ordinaria y corriente, porque con nacimiento tan fantástico, y muerte tan trascendental como la que tuvo, se echa de menos una infancia y juventud en este libro. Es verdad que la infancia existe fuera de él, en los llamados evangelios apócrifos, pero yo ya tengo bastante con dar término a esta empresa sin meterme en otras nuevas.
PREDICACIÓN DE JUAN.
“Juan tenía un vestido de pelo de camello y un cinturón de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.”
Dicho así, más parece un hippy montonero que un profeta. Pero este Juan es el artífice del bautismo. Predicaba en el desierto de Judea, confesaba los pecados y bautizaba gritando a los cuatro vientos la venida del hijo de Dios, la hora de la verdad, el juicio final, el acabose. No anduvo fino en los cálculos, porque él lo creía cercano y llevamos dos mil años sin que llegue tal cosa. Yo, que también soy casi profeta, no puedo adelantar fechas, pero llegar llegará, creo que sin aviso previo, porque estamos haciendo méritos para conseguirlo sin que medie ningún Dios en ello, por nuestra cuenta. Si habrá o no juicio final, eso no lo sé, yo creo que vamos a ser aniquilados todos, sin preguntar. Por supuesto que yo, después de escribir esto, en el juicio final no tengo posibilidades, el Señor Dios me apuntará con el dedo y me señalará el camino al infierno sin mediar palabra. La sorpresa será para otros que creen tener el cielo ganado y se van a venir por la misma puerta.
Tanto empeño puso Juan que hasta él se llegó el mismísimo Jesús para ser bautizado, cosa a la que Juan puso trabas, que no es cosa normal que bautice el profeta al mesías profetizado. Es verdad que el Mesías se nos presenta al bautizo algo mayorcito ya, que con las maneras que apuntaba cuando tenía doce años, en las fiestas de Jerusalén platicando con los doctores, podría esperarse un entendimiento más temprano, pero así es como nos lo cuentan aquí. Se ha de decir aquí que Juan el Bautista y Jesús, el Mesías, eran primos, por parte de madre, claro, según se deduce de lo escrito en este libro. Yo no sé si lo que tal vez empezó como un juego siendo niños, (que no sería de extrañar que los pequeñuelos jugasen por aquél entonces a ser profetas unos, mesías otros, centuriones los más brutos, sacerdotes y filisteos dispuestos a crucificarse unos a otros y toda esa mezcolanza de personajes y amenazas con que los mayores andaban) se les fue de las manos a medida que crecieron.
-Que tú eres el Mesías, Jesús, que te lo digo yo. Que llevo años aquí en el desierto diciéndolo y bautizando al personal, y comiendo saltamontes con mi vestido de pelo de camello y mi cinturón de cuero a la cintura.
-Vale. Venga, ahora me bautizas y ya me pongo yo a predicar también.
Allí se abrieron los cielos, bajó el espíritu de Dios en forma de paloma y se oyó la voz del todopoderoso: “Este es mi hijo amado, mi predilecto.”
Y hacía pero que mucho tiempo, en este libro, que el Señor Dios no hablaba así, directamente, sin intermediarios.
Así queda confirmado, sin género de duda, que Jesús es el mesías, el hijo de Dios. Y Juan el Bautista, aplicando la lógica asnal que me caracteriza, es el sobrino de Dios, que no es moco de pavo. Al que no lo tenga claro más le valdría preparar sus tiernas carnes para el fuego abrasador del infierno profundo. Allí nos vemos.