LA TELE
Tenemos la obra parada, congelada. Trabajar en ella sería cosa de locos, o de alpinistas, que a ellos sí parece gustarles esto del frio extremo y sufrir congelaciones en pies y manos. A nosotros no, a nosotros nos parece mucho mejor mantenernos a cubierto, calentitos y a la espera. Cuando se marchen estos sesenta centímetros de nieve, que ya no es nieve, que nieve era el día que cayó, ahora es un puro iceberg que cubre la comarca, entonces volveremos nosotros a la obra. Ahora pasamos el tiempo en actividades más agradables que rascar sabañones y frotar las manos. Visitamos las cantinas del pueblo dando, y recibiendo, información de un sinfín de temas y sucesos que este crudo invierno proporciona. Tuberías que se congelan, coches en las cunetas, resbalones cómicos y trágicos, soluciones en política exterior, críticas al mercado armamentístico, acuerdos sobre medio ambiente, comentarios sobre lo que ponen en la tele, y la puerta del bar, que está como una pista de patinaje y es el cuarto que entra con los pies por encima de la cabeza.
Lo de la tele nos tiene perplejos. Es como un mundo paralelo en el que todos querríamos vivir. En la tele aseguran, sin despeinarse, cómo somos, pensamos y actuamos los que nunca salimos en ella. En la tele salen unos señores y señoras, todos ellos impecables, a decirnos que el dispositivo de emergencia en este temporal de nieve ha funcionado a la perfección, como un reloj suizo. Nosotros no sabemos si es que nuestra comarca no consta en sus mapas, pero desde luego esto es lo más parecido a Siberia, las carreteras son pistas de hielo, la sal, cada uno la que tenga en el cocido de su casa porque nuestros dirigentes no quieren estropear las carreteras con ella, es mejor que se estropeen los coches de los votantes patinando para ir al trabajo, y la quita nieves no podría andar ni tres metros con la cuchilla clavada en este hielo que adorna el pueblo. Pero dicen ellos que no, que todo ha vuelto a la normalidad. En eso tienen razón, porque la normalidad siempre ha sido permanecer olvidados mientras la gente guapa, la de la tele, disfruta del siglo veintiuno. Tú puedes ver la nieve caer y los pájaros que se congelan en pleno vuelo, pero si dice la tele que hay treinta y cuatro grados, pronto se llenará la calle de subnormales en bañador y chanclas.
Yo, aprovechando que no es tiempo para obra, voy a dedicar tres días enteritos, muy a mi pesar, a ver la tele, para poder escribir después, de primera mano, alguna tontería de esas que tanto me gustan.