ELEVACIÓN DE JOSÉ.
En efecto, el Faraón, al igual que otros habían hecho antes que él, dejó todo en manos de José, que pasó de esclavo presidiario a segundo de Egipto. Y dice el libro que, ante él, había que gritar “ATENCIÓN”. “Yo soy el Faraón, pero sin tu permiso nadie levantará la mano ni el dedo meñique en todo Egipto. El dedo meñique es el que levantan los repipis cuando se llevan la copa a la boca para beber, así que en Egipto se les puso la cosa cuesta arriba. No sé si el bueno de José tuvo en toda su vida alguna petición de alguien que quisiera levantar el dedo meñique. O si puso en marcha un cuerpo de élite para vigilar si tenían el permiso en orden los que lo levantaban. El Faraón impuso a José el nombre de Zafnat Paneaj y le dio por mujer a Asenat, hija de Putifar, sacerdote de On.” Es cosa increíble, cómo cambia José de posición en cuestión de horas y la facilidad que tienen estos elegidos del Señor Dios para seducir y fascinar a los faraones que los enriquecen sin duelo. Yo espero que Putifar, el que es ahora su suegro, no sea el mismo para el que trabajaba hace tres capítulos, porque también serían ganas de buscar problemas darte por suegra a la que te mandó a prisión. ¿No?
LOS HIJOS DE JOSÉ.
Los hijos de José fueron dos, y punto.
LOS HERMANOS DE JOSÉ BAJAN A EGIPTO.
Cuando llegaron las vacas flacas, como José había predicho, Jacob mandó a sus hijos, que estaban mirando unos para otros, a Egipto. Y esto lo dice el libro bien claramente.”Jacob, viendo que en Egipto había grano en venta, dijo a sus hijos: ¿Por qué os estáis mirando unos a otros? Me he enterado de que en Egipto hay grano en venta; bajad allá y comprad para nuestra subsistencia y para que no muramos… Pero Jacob no dejó ir con sus hermanos a Benjamín, el hermano de José: No vaya a sucederle alguna desgracia.”
Todos a por trigo menos el pequeño Benjamín, no vaya a ser que se lo meriende otra fiera, o la misma, que en este libro pasan cosas muy raras y a veces se repiten. Allá se fueron los diez tunantes sin sospechar quién era el dueño y señor en Egipto del grano que habían de comprar. Y así comienza un ir y venir de hermanos y el bendito de José trajinando componendas y fingiendo que no los conoce, mientras, sus diez hermanos parece ser que como fisonomistas eran un cero a la izquierda, cosa muy común en este libro. Los acusó de espías, por tres días los tuvo en prisión y al final los dejó marchar con trigo y la condición de que habían de volver con el pequeño de la casa, Benjamín. Como garantía Simeón se queda en Egipto, en la cárcel, hasta su vuelta. Se torna en este capítulo un poco sensiblero el libro, que nos habla de un José enternecido que se retira para llorar, cosa normal por otra parte cuando se es persona y se tiene corazón, no como las bestias pardas que tiene por hermanos, que lo vendieron por veinte monedas y no lo mataron de milagro. No habría sido tan extraño que los hubiera dejado condenados a trabajos forzados de por vida, que siempre hay alguna pirámide por hacer en Egipto.
REGRESO A CANAÁN.
De vuelta a casa con el grano salvador pero sin Simeón, porque José quiere que vuelvan con Benjamín, quiere conocerlo y si no se lo llevan ni hay más grano, ni vuelve Simeón. A Jacob, naturalmente, esto le suena muy extraño y no quiere saber nada de dejar partir a Benjamín, que es el único hijo natural que le queda. No señor.
NUEVO VIAJE A EGIPTO CON BENJAMÍN.
No hay argumento más efectivo para convencer a alguien que el hambre y por eso a Jacob no le quedó otro remedio que dejar partir a Benjamín. A Egipto, a por más comida que el hambre es mucha.
ENCUENTRO CON JOSÉ.
Esto se nos está ablandando. Yo creo que estos capítulos referentes a José tienen por escribiente a alguien más sentimental y emotivo que los anteriores. Que todo son saludos, abrazos, regalos, buenas palabras y mejores obras. Benjamín agasajado, José que no contiene sus lágrimas. Nada que ver con los que antes que él fueron elegidos del Señor Dios, hombres de más carácter y determinación, menos dados a la pamplina y más amigos de desenvainar el palo, que yo no tengo noticia de que hubieran vertido una lágrima en lo que llevo de Biblia.
LA COPA DE JOSÉ EN EL SACO DE BENJAMÍN. “José ordenó a su mayordomo: Llena de víveres los sacos de estos hombres hasta arriba y pon el dinero de cada uno en la boca del saco. Pon mi copa de plata en la boca del saco del más joven, junto con el dinero de su grano. Y él lo hizo así. Al venir el día, se despidieron y se fueron con sus asnos. Apenas habían salido de la ciudad, de la que no estaban lejos, cuando José dijo a su mayordomo: Levántate, sigue a esos hombres, dales alcance y diles: ¿Por qué habéis devuelto mal por bien? ¿No es ésa la copa que sirve a mi señor para beber y adivinar? Os habéis portado muy mal.”
Si es que esto de las tretas y artimañas José lo lleva en la sangre, que es hijo natural de Jacob, no lo olvidemos.
Otro secreto bien guardado que se nos revela aquí, que José tiene una copa que le sirve para adivinar y nadie había dicho ni palabra.
¡Ala! Todos para Egipto otra vez y Benjamín, acusado de manos largas, se queda de esclavo. Y a Jacob, como no vuelva el pequeño, le dan un disgusto que lo mandan con sus canas a la tumba.
JOSÉ SE DA A CONOCER A SUS HERMANOS.
Aquí se desvela el misterio para los diez hermanos “ciegos” de José, porque algo cortos de vista tenían que ser. Todo son abrazos y lágrimas. Allí lloró hasta el mayordomo, estoy seguro.
INVITACIÓN DEL FARAÓN.
El Faraón que se entera de todo lo acontecido y ya sabemos todos la confianza ciega, precisamente ciega como los hermanos de José, que el Faraón tiene en José. Con eso está todo dicho. Egipto a sus pies.
REGRESO A CANAÁN. “José les proporcionó carros conforme a la orden del Faraón y les proveyó de víveres para el camino. Dio un traje nuevo a cada uno, pero a Benjamín le dio trescientas monedas de plata y cinco trajes nuevos. Envió a su padre diez asnos cargados con lo mejor de la tierra de Egipto y diez asnas cargadas de trigo, pan y comida para el camino. Se despidió de sus hermanos y les dijo: No discutáis por el camino.”
Sí, mejor que no discutan, porque si no a saber a quién se come la fiera famosa esta vez
Allá vuelven todos, a contarle a padre las increíbles y venturosas novedades que en Egipto han descubierto. Jacob, sin embargo, no se cree una palabra y es razonable su postura. Estos hijos suyos, cada vez que salen de casa, vuelven contando batallas y calamidades a cada cual más increíble. Si les hubiera tocado la lotería en Egipto no sonaría más extraño. Ahora resulta que a José no lo despedazó una fiera, que lo de la túnica de mangas largas ensangrentada solo fue una trapisonda. Que es el segundo de Egipto y hace y deshace a su antojo. Pero ante tanto carro egipcio, tanto traje y tanta moneda, Jacob acabó convencido de que había que partir hacia Egipto, a encontrarse con su amado hijo José. La historia es increíble, ciertamente, pero lo dice la Biblia y hay que creérsela. Lo que no sé yo es como Jacob no se lió a palo limpio detrás de la pandilla de filibusteros que tiene por hijos, con el repente que suelen tener los elegidos del Señor Dios.
JACOB VA A EGIPTO.
Con alegría y regocijo se encaminó Jacob a Egipto con toda su prole. Dice el libro que eran sesenta y seis almas de Dios sin contar las nueras. ¿Por qué no se cuentan las nueras? Porque las nueras en ese libro están peor vistas que los campesinos. Es una pena, en esta fraternal historia, toda ella amor y perdón, no incluir las nueras en la cuenta. Para llegarse a ellas sí, pero para contarlas como de la familia, eso no.
ENCUENTRO DE JACOB CON JOSÉ.”José hizo enganchar su carro y salió al encuentro de su padre, Israel, a Gosen. Al verlo, se echó a su cuello y lloró largamente abrazado a él. Israel dijo a José: Ahora puedo morir porque he visto tu rostro y estás todavía vivo.
Al pobre José se le va la vida en lágrimas, así es que yo aquí, en este emotivo momento, voy a guardar silencio y dejar que en la intimidad reconforten sus corazones tras años de vivir una tragedia. Y me extraña que, entre lágrima y lágrima, no se le escape a Jacob algún bastonazo en los lomos de alguno de sus hijos. Hijos de esclavas claro, espurios.
AUDIENCIA CON EL FARAÓN.
Aquí el Faraón, aquí mi papá. A la familia de José lo que pida, sin reparar en el gasto.
A LA REGIÓN DE GOSEN.
Jacob y su familia se acomodan en Egipto. José, aquel tierno y sensible personaje que nos emocionaba con sus profundos sentimientos, ante los años de escasez que había predicho y aprovechando su situación de segundo y administrador de Egipto, se nos revela aquí como un feroz y avariento mercader. A cambio de trigo, esquilma sin piedad a todo egipcio que se presenta y todo le parece poco para su Faraón. Dineros, ganados, tierras. Con todo se quedó el bueno de José hasta llevar a la esclavitud a todo el pueblo egipcio. Lo dice bien claro el libro.”De este modo adquirió José para el Faraón toda la tierra de Egipto, reduciendo a esclavitud a todo el pueblo del uno al otro confín de Egipto.” No sé, quizás si se lo hubiera comido una fiera, como dijeron sus hermanos, algún egipcio lo agradecería. Esto de que el alto funcionariado del estado, los mandamases, esquilmen y empobrezcan al pueblo para el beneficio propio y el de sus amos, es cosa que apenas ha cambiado hasta nuestros días. Hoy podría escribirse la misma historia sin cambiarle ni una coma.
JACOB PIDE SER ENTERRADO EN HEBRÓN.
Y ¿Qué cuesta complacerlo? Pues se le entierra en Hebrón. Cosas de viejos patriarcas.
JACOB ADOPTA A LOS HIJOS DE JOSÉ.
Al pobre de Jacob, tenemos que entenderlo, ya viejo y medio ciego se le ocurren estas cosas y adopta a los hijos de José, sus nietos. Luego, al bendecirlos, el anciano se lía con la mano derecha, la izquierda, el mayor, el menor, y aunque José intenta hacerle ver que la bendición ha de ser para el mayor, Jacob, fiel a su infantil experiencia, bendice al menor como hizo su padre, Isaac, con él, pero sin engaños. Conclusión, un circo de bendición. No se deben postergar las bendiciones hasta edades tan avanzadas, ya se ha dicho aquí. En fin que a Jacob le quedan dos catarros.
BENDICIÓN DE JACOB A SUS HIJOS.”Jacob llamó a sus hijos y les dijo: Reuníos, que os voy a decir lo que será de vosotros en los días venideros. Reuníos y oíd, hijos de Jacob; prestad oídos a Israel, vuestro padre.”
“Rubén, tú eres mi primogénito,
mi fuerza y la primicia
de mi virilidad,
el primero en arrogancia
y el primero en poder.
Impetuoso como las aguas,
No serás el primero
Porque subiste al lecho de tu padre
Y profanaste mi cama.
Simeón y Leví son hermanos;
Armas de violencia son sus armas…”
Jacob, ya completamente senil, se dedica a repartir bendiciones y canturrear versos que él mismo compone. Poesía surrealista. Sin embargo, a pesar de su avanzada edad, no parece haber perdido la memoria ni haber perdonado que su hijo Rubén se llegara a su concubina. Y es que los hijos de Jacob, como hemos comprobado, eran unos hijos muy particulares.
MUERTE DE JACOB.
Jacob, pionero en genética reproductiva, ha muerto.
ENTIERRO DE JACOB EN HEBRÓN.
En Hebrón lo enterraron, como él había pedido. A lo grande, con toda la pompa.
ÚLTIMOS AÑOS DE JOSÉ.”José hizo jurar a los hijos de Israel así: Ya que Dios vendrá ciertamente en vuestra ayuda, llevaréis de aquí mis huesos. José murió a los ciento diez años, lo embalsamaron y lo pusieron en un sarcófago en Egipto.”
Ahora que lo dice José ¿Dónde estará el Señor Dios? Porque nada se ha vuelto a saber de Él. Nunca se le ha presentado a José como solía hacerlo con sus antepasados, ni hemos sabido de su presencia en Egipto. Seguramente los egipcios no lo echarían de menos porque, el Señor Dios, cada vez que aparecía por su tierra era repartiendo amenazas. Tal vez decidiera empezar otro proyecto en algún otro planeta y eso lo tendría muy ocupado
Con la muerte de José acaba también el primero de los libros que componen el Pentateuco, el Génesis.
Si alguien tenía alguna duda sobre el lugar del que venimos, sobre cuál es nuestro origen, este anterior capítulo, el Génesis, lo ha dejado meridianamente claro. Nada de monos, ni orangutanes, ni evolución. Venimos: del polvo de la tierra el hombre, de una costilla la mujer. Demasiado tiempo perdido buscando teorías y pruebas de lo que ya está escrito hace miles de años. Ya todos sabemos quienes fueron nuestros primeros padres y quienes los patriarcas del pueblo elegido por el Señor Dios. El por qué el Señor Dios creó tantos pueblos para, luego, elegir uno solo, eso no se nos dice.
¿Fueron estos patriarcas favorecidos por el Señor Dios para amasar fortuna, tierras y rebaños? ¿O después de amasar fortuna, tierras y rebaños fueron elegidos como patriarcas? ¿O no tiene nada que ver una cosa con la otra ni tenemos que establecer relación alguna entre la fortuna de éstos y el Señor Dios? Porque yo quiero saberlo.
Yo empecé diciendo: “Hace muchos años, aproximadamente tres mil, comenzó a escribirse…”
Seguramente sea verdad. Seguramente empezó a escribirse con la mejor de las intenciones. Explicar un poquito a las gentes cómo es que estamos aquí. No la verdad, que nunca se sabrá, pero sí una versión para el consuelo. La cosa iba bien. Un Dios todo amor y maravilla, el paraíso, el arbolito frutal del bien y del mal, la mujer, el hombre, una culebra. Pero, mucho me temo, que los que se apuntaron a escribir esto empezaron a gustarse, a recrearse con la historia. Y lo que apuntaba como un bonito y empíreo relato acabó en esta relación de disparates propios de la especie. En un concurso para ver quién inventaba la majadería más completa, el castigo más original o el Dios más desconcertante. Y mezclándolo con historias y costumbres terrenas, le dieron este aire amenazador, divino, oscuro y patético que tanto detesto. Y entre unas y otras fueron colando una regla aquí, una ley allá, un derecho por este lado, un privilegio por aquel otro, y a nuestros días hemos llegado con este barro de aquel polvo de la tierra. De esto, el Señor Dios, no tiene culpa ninguna.
El Génesis, interesantísimo relato. Aunque me parece excesivo que un pueblo, cualquiera que sea, se crea elegido haciendo del Génesis dogma y verdad y considere palabra de Dios lo que en él se dice. Que, palabra de Dios, es mucho decir. Habiendo estudiosos y doctores que a tales conclusiones han llegado y todo un pueblo dispuesto a creérselo, nada tengo que preguntar, que todo queda respondido por sí solo.
Seguiré pues con mi lectura superflua y desahogada del segundo de los libros, el Éxodo.
OTRO SUEÑO
En mi sueño estoy viendo un grupo de hombres alrededor de un pozo. Están tan ocupados desnudando al más joven que no se percatan de que Adán el gorrino, con sus andares campechanos y el ruido de sus botas de goma, se ha plantado a dos metros de ellos. El primero en verlo es José, al que sus hermanos están intentando arrebatar la túnica de mangas largas que su padre le regaló, porque Adán, con un cayado más alto que él, está repartiendo palos a diestra y siniestra. En diez segundos no queda nadie del grupo que no haya recibido un bastonazo en las costillas. Todos a una retroceden, intentando ver desde un poco más lejos, y a salvo del cayado, aquella criatura extraña y nunca vista por los alrededores. Adán apunta al grupo con su cayado y dice.
– ¿Qué cabronada es esta?
Nadie contesta otra cosa que murmuraciones y algún que otro gemido de dolor.
– Ponte esa ropa y lárgate de aquí. Márchate bien lejos de esta familia tuya, porque si te quedas ya te garantizo yo que, si no es hoy es mañana, a ti te liquidan estos brutos-. Le dice Adán a José.
Por fin alguien del grupo contesta.
– Esto le pasa por listo, por sabelotodo y soñador -. Dijo uno.
– Míralo, con su túnica de mangas largas, el preferido de papá, como si fuera un profeta -. Contestó otro.
– Siempre con cuentos a nuestro padre y dándoselas de maestro -. Hablaba otro
– Ya puede dar gracias de que hayas aparecido con ese palo.
– Seguro que también tú tienes algo que ver con el Señor Dios, ese que habla con mi padre -. Todos tenían algo que decir.
Adán viendo que aquello empezaba a alborotarse se subió a un pequeño terraplén, al estilo bíblico, levantó de nuevo el callado, y dijo
-Yo no tengo nada que ver con nadie. El Señor Dios del que habláis hizo todo esto que conocéis en seis días, pero si no desaparecéis de aquí ahora mismo, lo desarmo yo a bastonazos en una tarde. Y soltó tal bastonazo contra el suelo que todos dieron un salto hacia atrás y empezaron a caminar. Caminaban y miraban atrás, murmurando, intentando aclarar entre todos quién era aquel personaje que, con el sol a la espalda, las gafas brillantes, las botas de goma, el garrote y subido en aquella piedra, parecía capaz de molerlos a palos a todos.
Cuando por fin desaparecieron, Adán se sentó resoplando, se quitó las gafas y se pasó la pata por la frente. José seguía allí, mirando al gorrino.
– Muchas gracias, seas quién seas- Dijo José
– A mí estas tanganas no me gustan nada, hijo. A mí me gusta andar tan campante, disfrutando de aquí para allá sin meterme con nadie. Dijo Adán mientras revisaba detenidamente sus gafas.
– Pues a mí me ha venido de perlas que anduvieras por aquí. Le contesta José
– Estuviste a un pelo de perder el pellejo eh? Sí que son brutos esos hermanos tuyos, amigo. Dijo Adán mientras, ya incorporado, se encasquetaba de nuevo las gafas. – Yo sigo mi camino, y tú deberías poner tierra de por medio. No sé qué es lo que les has hecho, tan jovencito aún, pero yo no esperaría mucho para irme.
-Yo no sé dónde ir. Hacia dónde vas tú. Déjame ir contigo. Le rogó José.
– ¿Conmigo? Dice Adán. – Yo voy a seguir mi repaso por la obra del tipo este, el Señor Dios. Pienso acercarme hasta Egipto. He oído que hay allí movimiento y unas pirámides y construcciones algo tremendas. Y las han hecho sin contar con él para nada. Cosa de hombres. Pero eso está lejos, muy lejos.
– Mejor. Entre más lejos, mejor para mí. Dijo José
– Bueno, tú verás. Espero que no tengas más hermanitos como estos esperándote en algún recodo.
– No. A mí fuera de aquí no me conoce nadie. ¿Y a ti? ¿Quién te conoce? ¿Quién eres tú?
– Yo soy Adán, el gorrino, y nadie me conoce ni ha oído hablar de mí. Cuando el tipo este hizo todo esto, de mí no dijo ni palabra. Es un buen tipo, pero no le gusta que yo ande por aquí husmeando en sus asuntos. A mí tampoco me gusta meterme en lo suyo, pero algunas veces pasan cosas, como hoy, en las que me veo metido. Además a mí me gusta conocer de primera mano a ciertos personajes, por eso, de vez en cuando, me acerco a charlar un ratito y a ver cómo les va. La obra del tipo este es muy curiosa.
Así, en animada charla, los veo alejarse.
Ahora, en mi sueño, Adán el gorrino está sentado a orillas de un riachuelo con los pies en el agua. Ha dejado sus botas a un lado y lleva un sombrero de paja. Parece un cubano. De repente, a su lado, se forma una violenta tolvanera de polvo y aparece el Señor Dios. Adán se cubre la cabeza pero no puede evitar que su sombrero salga disparado. Cuando el torbellino se calma, Adán mira por encima de las gafas con cara de disgusto y dice
– Pero bueno, ¿es que no puedes aparecer como todo el mundo? Lo tranquilo que estaba yo aquí y el susto que me has dado.
– Vaya, vaya, el amigo Adán-. Le dice el Señor Dios. -Tú siempre tan campechano, chapoteando.
– Estaba refrescándome un poquito. Ahora, con el calor, casi sobran las botas. Y tú qué, ¿no te refrescas? Pregunta Adán
El Señor Dios tomó asiento a su lado, dejó a un lado sus sandalias y metió sus pies en el agua. Así estuvieron un buen rato, no sé cuanto porque en los sueños el tiempo se distorsiona a su antojo, hasta que el Señor Dios dijo.
– Ya sé que siempre te has interesado por mis asuntos y hasta me has alterado en alguno lo que yo tenía previsto. Tú siempre dando consejo con ese particular sentido de la existencia que tienes. No te das cuenta de que estas criaturas no pueden dejarse a su libre albedrío. Tengo que gobernar su camino o acabarán en desastre.
– Pues, sinceramente, no parece que lo estés haciendo del todo bien. Yo ando a mi aire y no suelo intervenir, que sé que no te gusta, pero si en algo he intervenido ha sido porque la cosa apuntaba más a desastre que otra cosa.
– Te llevaste a Eva del paraíso, le mostraste lo que no tenía que haber visto demasiado pronto.
– Ahí sí, puede ser que me precipitara, pero era cosa de tiempo. Tarde o temprano habría conocido la otra cara de tu creación. Al fin y al cabo, reconocerás que tenía derecho a decidir. Yo tampoco sabía que había todo ese ambiente por aquí. Cuando chapoteábamos allá en el abismo nunca dijiste nada. Bien calladito lo tenías-. Dijo Adán dándole un codazo de complicidad al Señor Dios. – Además, ya te encargaste tú de cargártelos con el diluvio. Un poco bruto ¿no?
El Señor Dios, que no podía evitar la sonrisa escuchando aquel gorrino, contestó.
– No te preocupes, Adán, todo está en mis designios. Así tenía que ser.
– Pues vaya. Con todo lo que ya estaba en marcha echado a perder con inundaciones, no sé yo. No parece que vaya mucho mejor ahora-. Habló Adán meneando la cabeza.
– Todo está en mis designios. Todo menos tú, Adán. En fin, ya nos veremos por la obra. Te dejo. Tengo asuntos que atender-. Se despidió el Señor Dios y se disolvió allí mismo, sin más, mientras Adán exclamaba
– ¡Qué tío, qué huevos! Es que no para.
Adán el gorrino sacó sus pies del agua, se puso las botas, recuperó su sombrero y se fue arroyo arriba canturreando.