LA CLANDESTINA
Hemos empezado de nuevo en la obra (alguno pensará que ya es hora pero no voy a perder el tiempo explicándole lo que yo pienso de él) y hemos empezado a lo grande, con imprevistos. Los días de nieve, frío y relajo han hecho mella. Hoy, la clandestina, no ha querido arrancar. Así le llamamos, aquí en la obra, a la camioneta. Para nosotros es como una más del equipo. En ella transportamos los mil cachivaches y herramientas con que practicamos este oficio. En ella nos acercamos al cafetito cada mañana. Hablamos de ella, y con ella, como lo hacemos entre nosotros. Es un modelo raro y antiguo, y su mejor momento hace tiempo que pasó, pero a nosotros nos cae bien. No es la primera vez que uno de sus achaques nos complica la mañana. A veces, sin que se sepa por qué, se niega a ponerse en marcha y entonces tenemos que empujarla, o tirarla por una cuesta abajo para que, aunque sea de mala gana, arranque. Hoy hemos decidido poner fin a estas procesiones y llevarla al taller. Hemos perdido el día con ella, entre diagnosis y suposiciones de experimentados mecánicos. Porque llevar un vehículo al taller puede ser algo mucho más delicado de lo que parece a primera vista, sobre todo si te acercas al servicio oficial de la marca.
Es cierto que uno se tranquiliza cuando una amable señorita te pide los datos de tu cacharro y rellena una flamante ficha-cliente. Te pregunta por los síntomas del achaque, los antecedentes si los tuviere (que los tiene), los kilómetros que tiene, su matrícula, en qué año está fabricada y te asegura que enseguida uno de sus mecánicos, el especialista que corresponda, se pondrá con tu pobre clandestina agonizante. La ves entrar por esa enorme puerta que se eleva silenciosa, porque tú no puedes entrar, la has de dejar en manos de cualquier tuerce-botas, y tú te quedas como si alguien de tu familia entrara en quirófano, a leer revistas y tomar café de máquina mientras ella lucha, con las tripas abiertas, entre la vida y la muerte. Si la cosa va bien, enseguida te la devuelven, o te dan solución al problema. Pero si la cosa va mal. Entonces te mandan pasar dentro, al mundo secreto de los talleres oficiales, para que, el mecánico especializado que ha estado hurgando en tu vehículo, te diga cuál es esa avería que NO ENCUENTRA.
Estás dentro. Todo son secciones. Sección de diagnosis. Servicio rápido. Mantenimiento. Auto exprés. Cada sección con su cartel. ¿Dónde está la clandestina? “Sección averías extrañas prácticamente irreparables”.
Entonces el experto mecánico te mira como si fueras un inocente escolapio y te suelta una tesis mecánica sobre relés y posibilidades. Es posible que la avería esté producida por un relé. Un relé electromagnético, o un relé térmico, o electrónico, o neumático. Hay tantos relés. Pudiera ser algún contacto auxiliar del sistema de soplado del contactor de carga. Nunca se sabe. Algún relé del circuito de arranque, o el temporizador. En este punto, tú, por que parezca que estas entendiendo algo y que no eres lerdo, le dices.- O las escobillas, que están pegadas. Que es una frase muy socorrida que suelta cualquiera y siempre queda bien. Pues no, no son las escobillas. Ni la batería. Ni el alternador. La avería es muy difícil de detectar, porque el relé que falla, no falla siempre, no se sabe cuándo falla, no se sabe cuál es, no se sabe cómo detectarlo, muy difícil, dificilísima, casi imposible. Entonces uno se queda sin palabras, porque estamos en el siglo veintiuno, los de la Nasa salen y entran de la atmósfera como yo de la cama, los cirujanos manipulan, cortan y empalman sin pestañear, hay coches que aparcan solos, mi madre tiene un robot que prepara espaguetis al pesto, redondo de ternera con guarnición, pan, postre y café sin mezclar los sabores y listo para la hora que se desee, y yo tengo una furgoneta vieja, de los años ochenta, que tiene una avería, en un relé, imposible de detectar. Yo no sé si llorar, reírme, o atizarle al mecánico con lo primero que encuentre.
No solo pasa esto con la vieja clandestina, Fery dice que a él le pasa lo mismo con su coche, que ya van por el quinto relé sustituido y no aciertan con la avería, que ahora ya los cambian por sorteo.
Opción A- Empezamos a cambiar relés por orden alfabético y a ver si hay suerte, porque la clandestina tiene solo nueve relés. Y menos mal que es de los años ochenta, porque los modernos pueden tener entre quince y veintisiete relés. (Dice el mecánico que, en esto, tengo suerte pero que, en confianza, él no tiene ni idea de qué está pasando) También se puede apreciar en el ambiente que, dentro de la opción A, ellos, los de “la casa oficial”, preferirían que probáramos en otro taller, que no volviéramos por allí con el cacharro, excepto si quisiéramos cambiarlo por una furgoneta nuevecita, garantizada, pero con muchos relés.
Opción B- Nos volvemos a la obra con la clandestina.
Optamos por la opción B, porque la opción A nos parecía una tomadura de pelo.
Fery, Doc y yo hemos estado un buen rato dándole vueltas al tema pero, en este caso, no llegamos a conclusión. De momento seguiremos con la clandestina, aguantando sus achaques, resolviéndolos por cuenta propia. La empujaremos un ratito por la mañana y luego, el resto del día, ella nos transporta a nosotros. Tampoco es mucho lo que pide.
¡Pobre clandestina! En este mundo despiadado de la tecnología punta ya no se valora la experiencia.
Menos mal que no la dejasteis en manos mercenarias.
Cuidado con el nuevo temporal de nieve, que puede agravar sus achaques.
¿Y qué es un relé exactamente? Nunca me he atrevido a preguntar porque no se me presentaba la ocasión propicia, pero con esta entrada me lo has puesto a tiro.
Espero que no se trate de algo muy socorrido, como “las escobillas”, y que nadie sepa lo que son.