SEGURIDAD E HIGIENE
Amigos, hoy ha sido un día agotador. Allá en la obra ha sucedido algo que no estaba previsto, como casi siempre, porque esto es el día a día de una obra, que nunca van las cosas como se pensó que iban a ir, que siempre pasa algo fuera de guión y ya la película deja de parecerse a lo que ponen los papeles, y cada uno improvisa como puede para que no se transforme, en tragicomedia, lo que era una obra seria y profesional.
El suceso en cuestión nos proporcionó a nosotros, los tres, un tema para la reflexión y el debate que tanto nos gustan. Seguridad e higiene en el trabajo.
Han de respetarse las normas de seguridad e higiene en el trabajo en toda obra que se precie. Para que se cumplan estas, y puedan los trabajadores sentir que se vela por ellos y por su seguridad, están los señores inspectores. Hay rumores, seguramente infundados, de que están para eso y para confeccionar una lista de los mejores restaurantes y bares, lugares pintorescos donde llenarse la tripa con cargo a las arcas de unos cuantos empresarios con los que tan “bonita amistad” los une y que siempre, siempre, cumplen de manera exquisita y a rajatabla las normas de seguridad.
Rumores aparte, aquí en la obra, ha de abordarse la faena diaria con la indumentaria adecuada y correctamente pertrechado para evitar, más que posibles, accidentes. Así tenemos a Fery subido en el tejado, al borde del abismo. Ha de trabajar con una radial grande, una máquina peligrosa que no conoce a nadie y que jamás ha mostrado interés por hacer amistades. Lleva las manos enfundadas en unos enormes guantes de tejido resistente, con ellos protege sus dedos de algún posible mordisco de la máquina, pero tacto, lo que es tacto, no tiene. Hace un calor anormal para esta época del año pero, aún así, Fery no puede trabajar en cueros, viste una ropa ajustada e ignífuga, con mangas prietas, que las mangas holgadas van siempre a parar entre las fauces de las máquinas y, en el mejor de los casos, te deja en manga corta en un pestañeo y con el brazo llenito de moretones. No ha empezado la faena, pero Fery ya suda como un condenado embutido en su camisa, con el arnés de seguridad, las botas de puntera metálica, las rodilleras de portero de hockey y la faja lumbar, tan necesaria en estos casos. Lleva un hermoso casco de un color poco discreto y evita así esos indeseables coscorrones, tan cómicos en las películas de Chaplin. Las orejas también han de cuidarse, por eso tenemos a Fery con unos hermosos cascos con los que mantener a salvo sus delicados tímpanos, como si estuviera escuchando música allí arriba, pero oír, lo que se dice oír, no oye nada, los cascos te dejan sordo. Lleva también unas enormes gafas para proteger los ojos, a mí me parece un esquiador dispuesto a lanzarse esquiando tejado abajo, pero él no ve un pimiento, estas gafas solo permiten ver bien el día que las compras, además se empañan aunque en la caja pone que no, y no es fácil quitárselas para limpiarlas a siete metros del suelo, con una máquina en las manos que no puedes posar en ningún sitio, cuando tienes la cabeza y el cuerpo lleno de correajes y no sabes de qué goma estás tirando con esos dedos como morcillas que te hacen los guantes. Si quitas las gafas se te caen los cascos de las orejas y cuando te agachas para recogerlos, la faja, las botas y las rodilleras te lo ponen difícil y te pellizcan esos michelines que antes no tenías, porque antes, aunque nadie se lo crea, tenías un cuerpazo de atleta que no sabes dónde ha ido a parar, entonces pegas en la cuerda del arnés y el casco de la cabeza se va por el andamio abajo, y así es difícil mantener la serenidad y las buenas formas, y la educación, y el correcto manejo del idioma.
Cuando alguien le ha devuelto el casco al bueno de Fery y vuelve a estar equipado, está sudando a chorro y las gafas se le empañan igual que en diciembre y aquí quería yo ver a los que las fabrican y dicen que son anti vaho. No parece Fery, parece un astronauta en un planeta de atmósfera hostil.
Una vez equipado con todo lo dicho y con una legión de jubilados, “ajenos a la obra”, pendientes del profesional, empieza Fery su tarea y entonces, él, sí que es peligroso. Hay que mantenerse alejado porque ya no es persona, no oye, no ve, suda y no tiene tacto. Está seguro, en todo lo alto, trabajando y haciendo chispas y ruido con su potente máquina.
Hasta aquí, todo normal. Ahora es cuando viene el suceso al que me refería más arriba. Cumplidas todas las normas de seguridad e higiene en el trabajo, elaboradas desde un cómodo despacho por aquellos que no han permanecido más de dos horas en una obra en toda su vida, pero que tienen una envidiable formación universitaria, nosotros, los tres, nos hemos encontrado reflexionando, desde la ignorancia claro está, por lo siguiente:
¿Qué se ha de hacer cuando Fery, con su potente máquina, en el normal y correcto desarrollo de su faena, entre ruido y chispas, totalmente aislado, sordo y ciego, no se percata de que ha ido a desmantelar un “clandestino e ilegal” nido de avispas?
¿Qué aconsejan los señores expertos y sus lacayos inspectores?
Porque avisar al pobre Fery de la amenaza que lo sobrevuela es prácticamente imposible, no oye. Hacer gestos estentóreos y trágicos desde aquí abajo y sacar los ojos de las cuencas para que entienda que el mismísimo diablo está allí arriba, a su lado, tampoco sirve, apenas si ve las chispas. Tirarle unas cuantas pedradas a ver si acertamos con el casco sin producirle lesiones irreparables, no se recomienda, harían falta piedras bien grandes para que se diera por enterado. Tal vez un sistema de radio acoplado a los cascos de las orejas, con lo que los cascos alcanzarían un precio de mercado excesivo, que los convertiría en un lujo, además, seguro que se acoplaban con las ondas bastardas que produce la máquina produciendo un pitido dañino e insoportable para los oídos del operario.
¿Qué hacemos? ¡Correr!
Correr, porque las avispas se están comiendo a Fery y la máquina ha salido por los aires, y tiene el cable muy largo, y nadie sabe dónde puede caer. Fery, allí arriba, se ha vuelto loco. Ha perdido el casco, con lo necesario que es, intenta salir de allí corriendo, como nosotros, pero está sujeto con el arnés “de seguridad” y no puede, casi se estrangula con la maldita cuerda. Se arranca las gafas, tira las orejeras, y se da unos manotazos terribles por todo el cuerpo. Grita como un condenado palabras y juramentos, la situación es crítica y no podemos pedirle que se exprese con la corrección y buenos modos que tanto nos gustan. Se ha quedado en cueros y reparte mandobles con la faja en todas direcciones, en uno de estos mandobles se atiza en un ojo con el cierre plástico de los tirantes, casi se lo saca por no llevar las gafas de “seguridad.” Nosotros lo vemos todo con cierta distancia, “de seguridad”, deseando que no desfallezca y buscando una manera de ayudarle antes de que las malditas avispas se lo coman. Al final ha conseguido soltarse del arnés y baja por el andamio como un rayo, mucho mejor que un chimpancé. Corre hacia la manguera y se rocía enterito, está pensando en pegarle fuego a la obra hasta que no quede ni una “hija de puta de esas”, pero conseguimos calmarlo y yo estoy pensando en pedir, a la legión de jubilados que tenemos como público, un fuerte aplauso para el trapecista.
Ya ha pasado todo, la cosa ha estado a un paso de la tragedia pero Fery da risa. Está en calzoncillos, se ha quitado hasta el pantalón en la refriega. Tiene chorreando el pelo y le cae sobre los ojos, uno de ellos, el que recibió el impacto de la faja, duele solo con mirarlo, el otro está enrojecido y medio cerrado por una picadura. Tiene más por todo el cuerpo, llevamos cuatro y seguimos contando. Tiene la cuerda del arnés repujada en el cuello como si se hubiera escapado de la horca. Cuando bajó por el andamio dejó un par de jirones de piel por el camino y perdió una de las botas de puntera metálica que casi le degüella un par de dedos. Está empapado, anda cojo, no puede girar la cabeza y yo creo que empieza a tener fiebre de tanto mordisco de avispa, porque nos cuenta cómo lo vivió él y se ríe.
-¡Joder tíos! ¿De dónde salieron esas hijas de puta? Al principio noté como un par de quemaduras, pero pensé que eran chispas de la radial, luego se me metió una en las gafas y entonces ya dije ¡hostias!, avispas. Bueno ya visteis la que se preparó. Si me descuido me comen.
Después de un rato, ya más tranquilos y tras un minucioso examen del accidentado, puestos en un lado de la balanza los daños ocasionados por las avispas, es decir, cinco o seis picaduras, y en el otro los ocasionados por los aparejos de seguridad, que serían, un ojo a la funerala, inmovilidad cervical a la altura del cuello con erosión profunda de la epidermis en tres cuartas partes de su perímetro, desgarrones en ambos brazos, dos dedos del pie derecho amoratados y sin la piel que normalmente los recubre, sin descartar posibles lesiones en los ligamentos del mismo pie, amén de otras lesiones y síntomas que podrán manifestarse con posterioridad a este provisional examen que ha sido realizado por operarios de la construcción, que sería lo mismo que mandar azulejar un cuarto de baño a un forense, llegamos a la conclusión de que estos segundos daños son de mayor enjundia y gravedad, y que, a veces, las medidas de seguridad y sus autores, son el peor enemigo que te puedes encontrar.
A lo mejor, ahora se les ocurre que hay que trabajar siempre con red, como los trapecistas, porque hoy, por un momento, la obra sí que parecía un circo.
Mañana volveremos, pero nadie sabe qué es lo que nos deparará este apasionante oficio. Yo preferiría pasarme el día escribiendo tonterías aquí, en la libreta eléctrica, pero claro, en este mundo material llenito de burros…
Cada uno es mejor que el anterior!! lo siento por ti, pero no deberías dejar de trabajar en la obra. Entré con la intención de leer un par de ellos porque era tarde y al final no pude parar hasta leerlos todos. He disfrutado mucho, seguiré entrando regularmente para ver cómo van esos chaperones. Un abrazo