Seguramente tendré que despedirme, por una temporada, de estos ratos que paso escribiendo. Tendré que dedicar estas manos, y el cerebro que las gobierna, a labores menos espirituales y más físicas y rentables. He de conseguir mi manutención por otros medios que nada tienen que ver con filosofar, ni con el cultivo del intelecto que tanto me gustaría. Traslado mi cuerpo y mente al apasionante mundo del andamio, del que, en definitiva, procede mi sustento.
Sí, por un tiempo, no seré otra cosa que un albañil, nada de cuentos ni escrituras. Acudiré cada día a mi obra como cualquier otro. Aunque mi obra no es como otras obras, no señor. Allí, todos, somos tres, acudimos al trabajo con el firme propósito y la determinación de proyectar, en nuestra faena diaria, el amor por la cultura. No es una obra cualquiera, no señor. No queremos embrutecernos con las penosas tareas a que nos obliga el oficio, con la suciedad inevitable de este entorno, con el frio que entumece nuestras manos en invierno, con el calor que disuelve nuestra grasa en el verano, con los mil golpes, arañazos y machacones que reciben nuestros cuerpos. No permitimos en mi obra ese soez vocabulario que se espera de nosotros. No vociferamos, cual verracos, a las hembras cuando pasan meneando grácilmente sus bellos cuerpos. Aquí, en mi obra, apostamos por el buen humor, la educación y el respeto.
Justo enfrente, al otro lado de la calle, hay otra obra. En ella trabajan, al menos, cinco operarios de diversas nacionalidades. Tienen un encargado que se pasa el día vociferando y recordándole a todo el que lo quiera escuchar, quién es allí el que manda y lo muy burros que son todos los desgraciados que están a sus órdenes. A pesar de estar todo el día hablando y gritándose entre ellos, apenas necesitan más de quince palabras, siempre las mismas, para comunicarse. Esa sí es una obra al uso.
Aquí, en mi obra, acaba de caerle un puntal en toda la cocorota a Fery, mi compañero, justo cuando se había quitado el casco para secar el sudor de su frente. Ha sido un muy estupendo golpetazo y antes de caer medio mareado al suelo, el bueno de Fery, ha dicho unas palabras, pocas. En su cara se veía reflejada la sorpresa, un gesto de dolor y esta reflexión:
“Es curioso cómo, teniendo un radio de trescientos ochenta grados a su alrededor para caer sin hacer daño, ha ido el puntal a caer, justo en mi cabeza y en el peor de los momentos. Pareciera que un ser superior manejara estos dañinos aparejos para que siempre anden buscando un inocente paisano al que ocasionarle dolorosas lesiones. Para que todo coincida en tiempo, lugar y modo. No es posible que esto suceda sin voluntad, solo por nefasta casualidad o negligencia. Alguien, allá arriba o allá abajo, ha tenido que intervenir. No me parece bien, creo que ha sido excesivo por parte de quién sea y me gustaría elevar mi más enérgica protesta. Estoy indignado contra quién quiera que sea el autor de esta bellaquería”
Esta fue la reflexión que pude ver en su rostro, aunque yo supongo que, Fery, por no resultarnos pesado con su reflexión, e intentando ser breve y conciso en su exposición, lo resolvió con una sola y escueta frase: “Me cago en dios y la puta que…” y cayó al suelo, a rascarse el chichón.
Claro que sí, porque hay veces que con cuatro palabras se dice todo……