Querida Enriqueta, dos puntos.
Llevamos casi cincuenta años juntos, pegados diría yo, que no he podido en todos los cincuenta separarme ni más de diez metros, ni más de diez minutos, sin tener que prestar declaración ante tu judicial persona. Que cuando dije aquello de,” hasta que la muerte nos separe”, no pensaba yo llevarlo a término de manera tan tajante y literal. Que yo hubiera preferido que nos separase una rubia. Cincuenta años de experiencias, unas para olvidar, otras no las olvidaré mientras viva. No he olvidado aquella boquita de piñón que me conquistó, no he podido olvidarla, nos ha costado una fortuna en empastes, limpiezas e implantes para que, después de cincuenta años moliendo manduca, siga tan fresca y lozana como la tenías entonces. Cincuenta años cambiando juntos. En estos cincuenta años yo me he hecho viejo, tú te has hecho nueva gracias al cirujano y las cuarenta toneladas de potingues que te has extendido por el cuerpo mañana y noche. Unas porque tensan, otras porque estiran, todas te venían bien. Las de aloe y las de veneno de serpiente, todas, y, cómo, no, las de baba de caracol, que, lo que es caracoles, solo para conservar ese terso cutis que tú tienes, tienen que estar al borde de la extinción.
De aquella Enriqueta que yo conocí apenas queda muestra. Tampoco aquella figura esbelta y de sugerentes redondeces he podido olvidarla. Ahora las redondeces han ido a parar a otras partes, pero las sigues teniendo. Recuerdo también, cómo no, aquellos andares tuyos, aquellos saltitos de gacela mientras cruzabas orgullosa la plaza, sabiendo cuántos ojos te miraban. Ahora ya no son saltitos de gacela, son resbalones de vaca vieja lo que parecen tus meneos colgada de mi brazo. Seguramente de ahí me viene a mí este desgaste de cadera. Y tu mirada, aquella mirada que me hipnotizaba, aquel brillo salvaje que brotaba de tus ojos. El brillo salvaje, aún hoy lo conservas, puedo verlo cuando piso el suelo que tú acabas de fregar. Aquella voz tuya que me hacía estremecer cuando escuchaba mi nombre, tampoco puedo olvidarla, lo oigo cada día trescientas veces, -Manolo recoge esto, Manolo lleva aquello, Manolo haz el favor. Tú pelo, aquella real melena que causaba admiración, a la que tantos cuidados y tratamientos hemos dedicado para convertirla en la fregona reteñida que luces hoy.
Cincuenta años Enriqueta. Parece que fue ayer cuando te quedabas ensimismada, sin pestañear, escuchando mis palabras. Ahora también te quedas sin pestañear, pero con los ojos cerrados, dormida, roncando. Hay tantas cosas que no he olvidado en todos estos años, que necesitaría otros tantos para decirlas aquí. No he olvidado aquellas perezosas mañanas de domingo entre las mantas, disfrutando uno del otro, polvo tras polvo, hoy las mismas mañanas también las dedicamos al polvo, a limpiarlo, y la única que disfruta eres tú. Aquellas entrañables noches de charla, de partidas interminables de cartas en las que yo pasé por tonto para no ver la sarta de trampas que tú hacías y achacabas a tu suerte fabulosa. Es verdad, una suerte fabulosa has tenido, porque si hubieras nacido en el oeste americano te habrían pegado cuatro tiros. No he olvidado todas aquellas cosas y detalles que te hacían especial, única, y que te han convertido en la maniática insoportable que tengo por mujer.
Hemos andado un largo camino. Algo irrepetible, porque yo no lo repetiría por nada del mundo. Un camino de aprendizaje, de ilusión, un camino maravilloso si tú no te hubieras dedicado a sembrarlo de minas, recados, críticas, arreglos múltiples y horrendas premoniciones. Sin embargo aquí estamos, pegados, cambiando juntos. Y esto es el amor. Nuestro amor. Cincuenta años Enriqueta, si es que eres Enriqueta, la que me enamoró, que a veces me cuesta creerlo. Toda una vida juntos y, si viviera otra vez, no podría escogerte de nuevo, menos mal, porque el matrimonio es para toda una vida, no para dos.
PD-Enriqueta querida, si me muero antes que tú, no me pongas el traje marrón.
Me he reído otra vez a mandíbula batiente. Ahora, ¿para cuándo la carta de Enriqueta? Porque los Manolos también se las traen hacéndose viejos, ¿no?
Efectivamente, la carta de Enriqueta contestando a esta, existe. Será en breve que la haré pública. No impacientarse.
Esperamos los comentarios “cicuta” de Enriqueta, que seguro no tienen desperdicio. Vamos a ver cómo ve ella la evolución de su amado esposo (me temo que habrá lengua viperina para unos cuantos renglones)
Muy bueno, que altura literaria. Me he “descojonao” un buen rato.
Siempre nos sorprendes, cuando parece que no puedes ya superarte nos apareces con esto y …nos matas de risa.¡¡Qué bueno, por Dios!!.Así da gusto acabar el día.
Y este Manolo y Enriqueta siguen juntos¡Qué bonito es el amor!.
Joeeer… esto no se puede leer despues de comer, que no sienta bien la comida con tanta risa. Y pobre hombre, seguro que le pone el traje marrón!
lo del traje marron es un hecho…. jajaja
ijole bro,,, jajaja esto si es una cura.. no paro de reeir, y qui lo seguimos leyendo jajajaja