1º-En el país que yo quiero, el pueblo no clama impotente contra políticos corruptos y sordos. En el país que yo quiero los mete en la cárcel.
2º- El país que yo quiero no paga coches de alta gama para una recua de figurantes acomodados y parásitos. El país que yo quiero paga sillas de ruedas, camas, tratamientos y ayudas para aquellos más desfavorecidos.
3º-El país que yo quiero no construye autovías, trenes de alta velocidad y aeropuertos para burgueses si no puede mantener las infraestructuras del pueblo llano que lo paga.
4º-El país que yo quiero no paga sueldos dignos del primer mundo a sus gobernantes si antes no han conseguido sueldos dignos para los que viven en el tercero. Y votan.
5º-En el país que yo quiero no se cobran tasas al que clama justicia si los que roban se van sin devolver un céntimo.
6º-En el país que yo quiero, cuando los gobernantes no cumplen con su deber de salvaguardar el derecho constitucional a una vivienda digna, dejando que la usura ahogue y desahucie a sus votantes, el votante debería pensar en incumplir el suyo como pagador.
7º-En el país que yo quiero, los jóvenes ya formados no emigran en busca de limosna laboral, se quedan para derrocar y sustituir a aquellos les hipotecaron el futuro.
8º-En el país que yo quiero, el pueblo no repite por enésima vez su historia, sino que la conoce, la recuerda y la cambia.
9º-El país que yo quiero no se comporta como rebaño obediente. El país que yo quiero actúa como manada orgullosa.
10º-En el país que yo quiero, pensar de otra manera no te convierte en enemigo, radical, ni anti sistema. En el país que yo quiero hay infinitas formas de ver la vida para ayudar a mejorarla.
Estos diez mandamientos se encierran en uno:
HAYA SALUD Y SUERTE PARA TODOS.
Es un país al que yo quiero, pero ‘ellos’ no. Cambiémoslo.
Y una vez conocemos y estamos de acuerdo con esos diez mandamientos ¿cómo se debe actuar realmente? Porque yo tengo la sensación de que, aún bebiendo todos de esos principios, la mayoría acabamos mirándonos de nuevo el ombligo. Ponemos el grito en el cielo cuando nos pisan el “callo” de nuestro pié, incluso apoyamos verbalmente a otros colectivos, pero no veo que las exigencias populares se realicen de forma CONJUNTA, única manera de que prosperen y al final beneficien a todos. Salen a la calle los médicos, los mineros, los universitarios, los funcionarios, el colectivo judicial… ¿y?. Nada. Las revueltas no sirven salvo que provoquen la paralización absoluta de todas las instituciones (no unas pocas) y todos los servicios a la vez, además de por cierto tiempo, porque los gobiernos pueden controlar un día de huelga general, pero no 20 días. En fin.
El gobiernos reconocen que la soberanía reside en el pueblo y que se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos. El pueblo otorga el poder a sus gobiernos democráticamente elegidos, pero también les otorga la potestad para tomar las medidas que consideren oportunas para salvaguardar lo que ellos consideran el orden establecido y para cortar, por los medios que sean, aquellas conductas o comportamientos que, según ellos, pongan en peligro la estabilidad nacional. Cualquier maniobra que les proporcione una disculpa para utilizar su poder represivo será contestada con contundencia por su parte. Cualquier maniobra que sea interpretada como una agresión por su ambiguo criterio será disculpa para cercenar el poco poder de decisión que tiene el pueblo voluntariamente sometido a sus diputados. Las protestas, manifestaciones y huelgas ordenadas, reguladas y legales, las asimila el sistema sin despeinarse, aún cuando sean numerosas y abundantes. Lo que el sistema no asimila demasiado bien es cuando el pueblo “a una”(cosa bien difícil en un pueblo como el español) desobedece sin algarabías ni trifulcas. Desobedece uniéndose a su vecino, ayudándose sin recurrir a lo establecido. Desobedece puenteando el sistema. Desobedece sin salir de su casa, sin prestarse a la violencia gratuita, desobedece allí donde más lo siente el sistema, en sus arcas, en sus urnas. El poder siempre ha sido del pueblo, pero solo cuando actúa como pueblo, sin fisuras, sin colores, con sacrificio, decidido y dispuesto a recuperar el gobierno digno que merece. Pero, para eso, hay que merecérselo.
Este decálogo sí que es un ideario político digno de consideración y no los programas mentirosos de los partidos de rigor. Claro, que a ti tal vez se te pongan los pelos de punta al ver semejantes palabras asociadas con el país de tus sueños.
I N S U M I S I O N.