SEBASTIAN EL NEGRERO. Oro, ¿Hay algo más?

ORO. . . ¿HAY ALGO MAS?

Esto es un barco negrero, a bordo solo vamos una manada de cabrones dispuestos a lo que sea si nos dan oro a cambio. No cuento esto para que nadie me admire por ser un valiente y enfrentarme con decisión, a situaciones en las que vosotros ensuciaríais los calzones y lloraríais como mocosos acojonados.
Seguramente en vuestro interior estáis convencidos de que soy un mal nacido, que solo merezco pasar en prisión, lejos de vosotros, el resto de mi vida. Pero si , un día, nos vemos cara a cara, guardareis silencio educadamente y no diréis ni una palabra de lo que pensáis porque sabéis, que os cortaría los huevos de un machetazo igual que a muchos de los negros bravucones que he tenido que despachar, sin importarme su color ni sus creencias, yo no soy tan racista como la mayoría de vosotros. Solo un color me importa en esta vida, el amarillo brillante del oro.
Un barco negrero no es una excursión, no hay lugar para blanduras ni hombres piadosos. Aquí solo cabe el miedo. Todo el mundo ha de tener miedo, negros y blancos. Todos han de saber que mi machete actúa antes que mi cerebro, que no dudaré en trocear al primer hijo de puta que intente complicarme la vida.
Transporto negros pero solo veo el oro en que han de convertirse, no me importa su vida ni su historia. Yo no hice las reglas ni quiero cambiarlas, cada cual se apañe como pueda y sepa. Me pagan por conseguir negros y los consigo, si me pagaran por conseguir blancos, como hay Dios que llenaría mi barco de blancos.
Vamos a buscarlos sin importarnos donde y la travesía se hace difícil. Treinta hombres ociosos no son fáciles de manejar durante mucho tiempo. Están acostumbrados a la violencia y hasta que no llenamos de negros la bodega, cualquier disputa entre ellos puede convertirse en una carnicería. Un hombre herido o mutilado se convierte en una carga para el resto y mi barco solo transporta carga cuando esta se paga con oro.
Cuando la costa esta cerca la tensión aumenta, nunca sabemos si la mercancía se dejará engañar fácilmente o nos harán frente. Más de una vez he perdido la mitad de la tripulación degollada por esos hijos de puta. Se mueven por la selva como si fueran monos y aparecen cien donde creíamos que había una docena. Si no fuera por los mosquetes ya no quedaríamos nadie para contar las carnicerías de las que hemos escapado. Hemos de ser cautos y sorprenderlos mientras duermen porque de nada sirve un negro si has tenido que reducirlo a machetazos. Los mercaderes son muy exigentes y la carga tiene que llegar a puerto sin taras. Si tenemos suerte y llenamos la bodega, la vida toma mejor color. Los hombres se vuelven optimistas y laboriosos y la carga los libera de la tensión y la abstinencia. Ponemos rumbo hacia nuestra merecida paga intentando mantener vivos el mayor número de negros posible y tiramos por la borda los que mueren o enferman y que ya no valen nada. Los subimos a cubierta para mantenerlos limpios y comprobar su estado y los manejamos con unas varas finas y flexibles para evitar heridas graves. Los machos se ponen muy nerviosos cuando subimos hembras a cubierta y no se tranquilizan hasta que no destripamos alguno con el machete, entonces todo vuelve a la normalidad.
Si el tiempo acompaña, pronto entregaremos la mercancía, cobraremos nuestro oro y pasaremos unos cuantos días de borrachera y putas blancas. Luego ajustaré otra entrega, preparare mi barco, sustituiré aquellos de mis hombres que no han vuelto, nunca vuelven todos, pierdo más hombres en trifulcas de tierra que en el mar, y nos iremos de nuevo. Cumplimos nuestra parte del trato, hacemos nuestro trabajo y lo hacemos bien, seguramente es la parte más sucia del asunto, por eso se necesitan hombres de verdad, hombres que aportan, sin vacilar, la parte oscura de este bonito mundo de maricas en
que vivís. Cualquiera de vosotros no sobreviviría un solo día en mi barco, antes del mediodía se lo habría desayunado alguno de mis hombres. Cuento esto para que seáis conscientes de quien pone aquí los cojones para que esto funcione con las reglas que vosotros ponéis. Camináis por las calles con vuestros ridículos trajecitos, saludando y regalando bonitas palabras, exquisitos modales y siempre una educada sonrisa para vuestras zorras blancas. Hacéis aspavientos y os escandalizáis cuando uno de nosotros, un hombre de verdad, se cruza en vuestro camino, nos necesitáis pero no queréis vernos, sabéis que no nos dejamos embaucar con vuestras mentiras y mariconadas. Vosotros recogéis votos y simpatías, nosotros negros y desprecios. Negros fuertes y vigorosos que mantengan vuestros negocios saneados, vuestras casas limpias y a vuestras blancas mujeres sonrientes y satisfechas.
Es posible que algún día, un negro rico y poderoso, me proponga una entrega de blancos y ¡que demonios!, será un placer llenar nuestra bodega con vuestros inútiles cuerpos y pasarnos por la piedra a tanta damita virtuosa.
Si hay oro, hay trato.