TENTACIÓN Y CAÍDA.
“La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho”.
Y yo me pregunto: en un paraíso, un edén por estrenar como este, donde todo lo que han de hacer las criaturas que lo disfrutan es satisfacer su apetito, y su otro apetito, y de paso reproducirse. ¿Para qué un animal tan astuto y con esas ganas de buscar problemas? Por otra parte tampoco es de extrañar, aún siendo la obra de un Dios, que algo se le fuera de la mano. Siete días son tiempo bien escaso para atender aquí y allá sin descanso, ajustando, comprobando, retocando. Hora separando aguas, hora disipando tinieblas. Aquí unos reptiles campestres, allá unas aves revoloteadoras, además echarle un ojo, de vez en cuando, a esa pareja de humanos inexpertos curioseando por un paraíso flamante. Y ahora ya tenemos tarde y mañana y se nos echa la noche encima. No es de extrañar que, en algún momento, un par de hormonas de más o de menos, un gen desorientado, una ensalada de enzimas, un yo qué sé que se nos pasa por alto y aquí está; el más astuto de los animales campando por el edén.
Y dijo a la mujer: ¿Es cierto que os ha dicho Dios: No comáis de ningún árbol del jardín? La mujer respondió a la serpiente: Nosotros podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Solo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, bajo pena de muerte. Entonces la serpiente dijo a la mujer: ¡No, no moriréis! Antes bien, Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir sabiduría. Tomó pues, de su fruto y comió; dio también de él a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió”
Una culebra que habla y come manzanas. Seguramente esto tendrá una simbología que a mí, ignorante como ya dije, no me va a entretener. Los análisis y explicaciones sesudas de hechos y circunstancias se los dejo a los que, formados académicamente, pueden perder su tiempo buscando una explicación para el consuelo de los ignorantes, para que aclaren sus dudas y puedan sentirse tan importantes, preparados y estúpidos como ellos. Como yo me lo imagino, para cuando el Señor Dios se presentó en el paraíso, hecho una furia, y antes de decir palabra, ya Adán estaba apuntando con su dedo a Eva.
–Fue ella, Señor. Me engañó, que yo no sabía nada. Muy guapa, muy angelical y sugerente, y lo que tú quieras, pero menuda trapisonda que nos ha preparado en un pestañeo.
Semejante árbol, frutal y apetitoso, ¿No podía el Señor Dios haberlo colocado en otro sitio, en algún remoto lugar o planeta inalcanzable y no en el medio del jardín, justo en el medio, pidiendo a gritos que alguien recoja sus prohibidos frutos? Bien claro queda en este episodio que le salió la mujer al Señor Dios algo respondona y con demasiada iniciativa. Y tampoco a esto le ha puesto remedio en cinco mil años. El caso es que comieron y ya sabemos todos como acabó el tema. El hombre dijo que la mujer, la mujer que por culpa de una serpiente y así, escurriendo el bulto, como ha sido costumbre por siempre después. El asunto nos costó a todos el paraíso y un castigo de tomo y lomo, que es lo único que heredamos de la listilla de Eva y de Adán el apático. Otra cosa no se puede decir de él. Siendo, como fue, el primero de los hombres, creado directamente por el Señor Dios, con un paraíso nuevecito a su disposición, parece que ni le va ni le viene lo que a su alrededor está pasando. Un adán, eso es lo que es y así ha quedado su nombre, de calificativo para el que descuida sus cosas y las abandona. Casi era mejor haberles aplicado la pena de muerte y listo. Estos dos no valen, se hacen dos nuevos y a probar, que no todo tiene que salir bien a la primera, ni aunque lo mande Dios. Que nos han dejado a todos buscando el trabajo y la manutención que teníamos de serie. Nos endosó el Señor Dios, por su culpa, el pecado original. Antes de haber puesto el pie en casa y ya tienes un gordísimo pecado y su castigo para siempre jamás, sin comerlo ni beberlo. Y esta es la herencia que nos tocó, porque de ganados, bestias, aguas, tierras y capital no nos dejaron nada que haya llegado hasta mí. También la serpiente, que para ser un reptil de la tierra salió bastante espabilada, tuvo lo suyo, que le cayó la bronca de su vida. La bronca fue esta:
”Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los ganados y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás el polvo de la tierra todos los días de tu vida. Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza y tú solo tocarás su calcañal”
Es posible que antes de este suceso las serpientes, además de hablar, tuvieran patas y comieran manzanas, y por eso sabía de sus propiedades y le fue con el cuento a Eva, luego ya fue condenada a arrastrase, a comer polvo y maldita para siempre. Y, que yo sepa, nunca más han vuelto a decir ni palabra. No parece excesivo el castigo de comer polvo de la tierra teniendo en cuenta que hace un par de semanas, y esto de dos semanas es un cálculo mío, propio y particular, de ese mismo polvo el Señor Dios hizo al hombre, rey de la creación En este caso yo me inclino a pensar que, viendo el trato que damos a unos animales y otros, y el temor que la serpiente suele inspirar en el común de los mortales, esta maldición favoreció al bicho más que perjudicarlo para llegar vivo y libre a nuestros días. Sospecho que el animal que engañó a Eva no fuera una serpiente. Si un animal ha tenido y tiene una existencia cruel y maldita, llena de abusos y vejaciones, ha sido el pollo. Estoy seguro que, aunque siga teniendo patas, fue un pollo y no una serpiente quien dio la manzana a Eva y hoy en día sigue pagando con creces su pecaminosa conducta. Seguramente, antes del frutal episodio, sería un ave maravillosa, de plumaje deslumbrante, alas poderosas y majestuoso vuelo que pasaba su tiempo picoteando alegremente apetitosas frutas, como un pavo real pero mucho más señorial y potente. Pero el castigo divino por su rastrera conducta lo condenó a vagar sin descanso por los corrales destartalados de medio mundo, convertido en la base alimenticia del ser humano, sin ningún derecho, ni privilegio, ni compasión. Los castigos divinos sí que rozan la perfección.
Apenas recién terminada está la creación y toda su perfección y armonía, todo un idílico futuro, toda una existencia de paz y disfrute, todo, se nos ha ido al carajo. Acaban de nacer y ya le han perdido el respeto a su Dios creador incumpliendo su única y principal condición. Claro está que también el Señor Dios nos ha salido algo provocador con su arbolito frutal, que bien podía haber colocado su ciencia del bien y del mal en alguna planta espinosa que no diera jugosas manzanas. Si eres un Dios todo poderoso, creas todo un mundo a tu gusto y capricho, pones en él un ser humano y no quieres que coma los frutos de un árbol, a ver ¿Para qué cojones, con perdón, pones el árbol?
Tuvo que ser realmente duro para ellos, Adán y Eva. Porque nosotros, al fin y al cabo, hemos nacido ya en este valle de lágrimas y aquí, mejor o peor, nos apañamos. Pero ellos, proyectados para reír y hacer cabriolas paraíso arriba y paraíso abajo. Tener a su disposición un edén, una vida de inocencia y bondad, una eternidad de dicha y amor, y en dos semanas, ¡Zas!, todo embargado, la calle para correr, el creador de mal humor, los nervios de punta y nadie a quien contárselo. Y esto último, el no tener a quien contar la magnitud de la pérdida, lo mucho que tenían, poseían, disfrutaban, y cómo, en un qué fue, te han dejado sin nada, es lo más duro para un ser humano. Hoy contamos con todo un equipo de sicólogos a nuestra disposición para cualquier tragedia, catástrofe, accidente, tropezón o corte de luz, alguien a quien contar, generalmente, miserias como la que nos ocupa. No poder recrearse, ante sus semejantes, de su porca miseria. Tuvo que ser horrible. Me imagino la situación con Eva diciéndole a Adán
-¿Y ahora? Tendremos que coger nuestras cosas y buscar donde meternos.
-¿Qué cosas?- Diría Adán -Si no tenemos nada, ni ropa.
-Cómo que no tenemos nada. Tú estás tonto o qué. ¿Pero no te dijo el Señor Dios que tú eras el rey de la creación, dominador de los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra? ¿En qué quedamos? Lo que tienes es que hacerte con una gorra de plato y a mandar…
Cuando todo esto empezó parecía un proyecto serio. Dos semanas después, según mis cálculos, parece un circo. No sé yo si merece alabanzas la creación esta.
ADÁN EL GORRINO
Yo he vuelto a soñar con Adán el gorrino. Este fue el sueño:
A pesar de saber que al Señor Dios no le gustaba, Adán estaba de nuevo hablando con Eva.
–Sabes guapa, no sé por qué el tipo este no quiere que tú y yo hablemos. Decía Adán mientras limpiaba minuciosamente sus gafas de sol. –A él no le gusta mucho hablar ¿sabes? Hasta que no se puso con esto de las obras, no me había dirigido la palabra. Yo lo oía aletear de un lado para otro, pero nunca me dijo nada. Yo hablaba en la oscuridad, porque a mí sí me gusta hablar, pero él nunca respondió y yo pensé que sería alguna especie de murciélago volando de un lado a otro sin parar. Y ahora fíjate quién era. Todo un ingeniero capaz de hacer estas cosas, todo este paraíso, estas criaturas, las gafas, las botas y a ti. Es increíble el tipo este. Y tú, ¿Qué dices a todo esto, guapa? Le preguntó Adán mientras se ponía las gafas.
Eva, que lo miraba con asombro, contestó.
-Yo no sé de qué va todo esto, ni por qué me ha puesto en este maravilloso paraíso que tú dices, tan bonito. Yo no puedo juzgarlo porque no he visto otra cosa. Eso sí, me ha dicho que va a casarme con uno de sus hijos y que poblaremos el paraíso de seres puros y buenos. Pero ¿cómo es que él tiene tanto poder para hacer cosas y tú no tienes ninguno? Preguntó Eva.
-A mí no me digas, hija. No tengo ni idea. Yo nunca había hecho otra cosa que recorrer la charca arriba y abajo. Pero una cosa voy a decirte, ahí afuera, en lo que no es paraíso, hay un montón de gente como tú. Que lo sepas. Yo la he visto. No sé de dónde han salido, porque yo nunca los había visto, ni oído siquiera, desde la charca. Supongo que serán cosa del tipo este.
Adán se quitó una bota, la miró por todas partes y se la puso de nuevo.
– Si quieres puedes venir conmigo y te lo enseño. Pero tienes que vestirte. Lo que no es paraíso está llenito de pueblos, mercados y bares donde la gente anda vestida, se junta y se divierte. No es tan bonito como esto, pero no está mal. Y que no se entere él, claro.
En este momento del sueño, una niebla espesa lo cubre todo. El Señor Dios está ahora pidiendo cuentas a Adán el gorrino por hablar con Eva.
-Te dije que no entraras al paraíso ni te acercaras a Eva.
Adán lo miró por encima de las gafas y le dijo.
– Solo estábamos de palique, hombre. ¿A qué tienes miedo?
El Señor Dios dijo.
-No quiero que Eva salga del paraíso. Quiero que se mantenga pura y engendre una raza de hombres buenos que pueblen la tierra.
-¿Y qué pasa con esos otros que andan por ahí fuera? Dijo Adán. -Porque se dicen cosas, se habla de que ya lo intentaste más veces, muchas veces, y no aciertas con la receta.
Entonces el Señor Dios se hizo una furia nebulosa y salió de estampida, levantando una enorme polvareda y diciendo entre dientes.
–Ahora mismo preparo otro diluvio y los quito de en medio a todos. Ya me tienen arto.
Adán, tapándose la cara entre el polvo, se dijo.
– Si no es por las gafas me deja ciego el tipo este.
Y se fue, con el ruido de sus botas, hacia lo que no era paraíso.
Ahora, en mi sueño, Adán está en lo que no era paraíso, sentado en un banco de piedra, con los pies colgando, a la puerta de una cantina. Aunque es de noche lleva sus gafas de sol y Eva está al otro lado del banco, vomitando hacia el camino.
–Te lo dije Eva, no abuses el primer día. Aquí la comida es fuerte y la bebida aún más. Esto no va a gustarle nada a nuestro amigo.
-No sé. Dijo Eva entre risas y arcadas. –Pero me lo he pasado mucho mejor bailando y cantando con esta gente que en el paraíso comiendo albaricoques y haciendo trenzas de juncos.
– Esto no va gustarle nada al tipo este, no señor. Cuando se entere de que te he traído aquí fuera, seguro que quiere que le devuelva las gafas y las botas. Dijo Adán,
– Pero gué es lo gue guiere de mí. Preguntó Eva, con la lengua torpe y lenta de borracha, intentando mirar fijamente al gorrino.
-Bueno, yo en eso no voy a meterme, cualquiera sabe lo que le pasa por esa cabeza. Supongo que ahora tendremos que volver con cuidadito y sin ruidos, porque como te vea con esta curda que llevas, no sé lo que puede hacer el tipo este.
-Pues bodría venirse con nosotros a una gantina de estas, a celebrar el ramo de la obra, ¿no te parece? Decía Eva sin poder contener la risa.
-Sabes, Adán, ya sé lo que te va a hacer cuando se entere. Dijo Eva aguantándose para no reír.
Adán levantó sus gafas divertido. – A, sí. ¿Y qué es lo que me hará? Según tú.
-Te va a cortar el rabito. Dijo Eva soltando la carcajada.
Adán el gorrino, aguantándose la risa, se ajusto las gafas y, cogiendo a Eva por la cintura, se la llevó camino del paraíso.
En mi sueño podía oír las risas de ambos alejándose.
Mereció la pena la espera, artista.