DOCTOR
Así llamamos aquí, en la obra, a mi hermano. Bueno, le llamamos Doc. No se lo llamamos con guasa, o con intenciones de burla y chirigota, no señor. Se lo llamamos porque lo es. Es doctor en el más estricto sentido del término, doctor en medicina, aunque no tenga el grado académico y ande por la obra con esa funda tan grande y ese aspecto de indio Cheyenne, ni haya ido a la universidad para que otros le reconozcan, con un título, todo lo que sabe. Él lo sabe y nosotros se lo reconocemos sin diploma ni nada, sin que se haya pasado media vida gastando el dinero de su padre, él lo sabe porque también se ha pasado media vida, pero entre libros de todos los pelajes, académicos unos, proscritos otros, pero todos ellos están en su cabeza, porque se ha pasado media vida afanándose en aprender y cultivar esa vocación interior que otros, con diploma y oficialidad, no sienten. Otros darían media vida por saber lo que él sabe, él ya la dio.
Aquí, en la obra, siempre se puede aprender algo de lo que dice Doc, no hay que pedir hora, no hay que sacar volante para el especialista, no hay que sentirse como una mierda agradecida ante la prepotencia del señor médico. Te mira a la cara cuando te dice lo que tienes que hacer y tomar y no te receta venenos desde su pedestal como si fueras un ternero. Te habla de tú a tú, a pesar de que sabe muchísimo más de lo que dice y nunca sientes esa obligación de regalar jamones que sienten los burros cuando un médico, de los de título universitario, se comporta como manda la educación, la humildad y algún famoso juramento.
Solo con preguntárselo, pone Doc sus conocimientos a tu servicio. Él anda por la obra como distraído, parece un hechicero indio metido a paleta, sabe Dios en qué cosas tendrá ocupada esa cabeza. Mira de un modo distinto a como miramos los demás, te pone los ojos encima y está viendo todas las vitaminas que te faltan y la cantidad de azúcar que te sobra. A veces se tapa el ojo izquierdo con un parche, como los piratas, porque tiene una especie de catarata o algo así y le molesta mucho la luz y el sol, y si no se lo pusiera, tendría que andar todo el día cubriéndose con la mano el ojo enfermo, y ya parece bastante indio sin estar todo el día tapando el sol con la mano como Jerónimo. Cuando se quita el parche y te mira fijamente, ese ojo le da un misterioso carácter a su mirada y se te hiela la sangre en las venas porque eres transparente y notas que puede hurgar con él en lo más profundo de tu cerebro. A mí, como tenemos la confianza que da el cariño y el trato, me pone de vuelta y media, por burro, por no hacer caso de sus sabios consejos, por fumar y porque a veces, desde la ignorancia en la que me muevo, le pregunto estupideces que no caben en la cabeza de un médico, pero que en la mía, de albañil, campan a sus anchas.
Fery y yo, gracias a Doc, nos vamos de la obra, cada día, un poco menos ignorantes. Es una suerte tener a Doc en esta obra nuestra. Asistencia sanitaria personalizada en todo momento, consejo y conocimientos a disposición. Un lujo de obra y, desde fuera, ni se nota.
De todos, y sin entrar a valorar otros extremos que ahora no vienen al caso, para mi, el mejor de todos ellos. ¡Bien por DOC! y por lo que provoca en los demás para que lo describan así.
Supongo que aquí no vale aquello de que “cualquier parecido con la realidad sigue siendo pura ficción y esto es sólo literatura”
Este texto va con ángel.
Me gustaría algún día, merecer una página tan bonita como la que has excrito, d momento sólo puedo coincidir en que Doc es plenamente merecedor de ella